Jaime Richart
Enseñanza, política, periodismo. Tres
superestructuras fundamentales que en la sociedad
española resultan lamentables.
En la mayor parte de los países
occidentales la enseñanza está acabada
y resuelta desde hace mucho tiempo, o si acaso en fase de perfeccionamiento. En
España no. En España, la resistencia presentada a la laicidad constitucional
por el todavía muy vivo espíritu de la religión mayoritaria con la intolerancia propia de lo dogmático a cuestas, hace débiles por
confusos los fundamentos necesarios para impartir una educación cívica homogénea como la que luce la mayoría de los países de la vieja Europa. Pues una cosa es la enseñanza privada al gusto
(en la que la educación está
decantada) elegida por posibilidades económicas familiares o personales, y otra tener que participar por falta
de recursos de una educación pública civil imprecisa
o inexistente asociada a la enseñanza propiamente dicha;
enseñanza en la que la educación es la que imparte cada hogar, si es que la imparte,
pues el papel del profesor por sí mismo no es educar; una educación que, en todo caso es vacilante y desvencijada por la desorientación de las autoridades académicas que,
curso tras curso, pugnan con las religiosas o con los valedores del espíritu religioso para decidirlo. Incluso la transversalidad interpretada
como subjetivismo educativo aplicado del educador destila, por la propia
naturaleza subjetiva, heterogeneidad. Con lo que la educación española acaba siendo sumamente desigual, a diferencia de países como Francia, por ejemplo, que subsume los valores cívicos y humanos en la simple y a la vez grande noción
de “la República”
no sólo como concepto político sino también como modelo de convivencia... Lo que explica que tras cinco planes
de enseñanza a lo largo de cuarenta años, nadie conozca bien en España y menos
fuera de España, cuáles sean los rasgos principales de la educación básica del español medio. Y esto lo nota mucho el extranjero. Cualquiera
que visite España por primera vez y sea observador se sentirá incapaz de distinguir el tipo de educación predominante o propio de este país: si la que todavía
es resultado de retazos de autoritarismo caduco tallada a base de los
absolutos, si es el fruto de la
permisividad extrema cuyo límite está sólo en el código penal, o si es ninguna de las dos, esto es, la ineducación... Y en cuanto a la metodología de la
enseñanza propiamente dicha, parece claro que ha perdido el norte. Dudan sus
mentores año tras año cuál deba ser el
objeto de su interés. No saben si ha de ser el trivium y el quatrivium medievales
actualizados, u orientarla hacia el pragmatismo puro anglosajón aunque sea a costa del espíritu que sólo puede inspirarse, adquirirse y cultivarse a través de las Humanidades. Y es evidente que por el momento ha ganado éste, y probablemente por mucho tiempo. Pero éste es otro cantar...
Pero es que a la política, tan
protagonista hoy día y no precisamente por verse como oficio de prestigio, por un lado,
y al periodismo, tan activo hasta no dar abasto, por otro, hay que tratarlos
muy
aparte. Dos limbos que invaden todo el
espacio mental y psicológico de la población, frente a los que
hemos de protegernos para no aturdirnos ni estragarnos... Lo que, con otra
serie de concausas relacionadas con las nuevas tecnologías, supone el abandono paulatino del proverbial escaso
interés desde siempre en España por las artes liberales, la elocuencia y la filosofía. Porque si la política, aparte de haber
sido prostituida por un ejército de más o menos ventajistas a lo largo de cuarenta años ocupa la atención prioritaria en parte por razón de un ayuno
forzoso de la misma durante un periodo anterior similar, el periodismo se ha
erigido en azote suyo como otrora el clero lo fué para la conciencia de la gente. Y además con tics de corruptela, pues los dueños de los medios están más
atentos en conjunto a lograr la
subvención o a evitar perderla que al rigor informativo, a la neutralidad y a
la deontología periodística. Y eso que el periodismo español aprovecha hasta el detritus la
política como alimento suculento de su tarea. Tanto intenta aprovecharla,
que a menudo se inventa la noticia o la deforma. Pues en la abundancia de la
conducta escandalosa se hacen más tentadores la
mentira, la tergiversación y el sensacionalismo… Parece haber estado
Kapucinsky pensando especialmente en el periodismo españoltanto como en el
estadounidense al decir que: “cuando se descubrió
que la información era un negocio, dejó de tener importancia la verdad”. Desde luego la precariedad y la inestabilidad en España, además de ocasionar el desempleo de promociones de periodistas acarrean
con frecuencia comportamientos indeseables revestidos de legitimidad también en la carrera periodística.
El caso es que, entre una enseñanza y una educación deficientes; una política infecta
de desvalijamientos, de imposturas, de conspiración y de nepotismo; y un periodismo manifiestamente amarillista;
envuelto todo ello por una ominosa injusticia social, la sociedad española
parece caminar con paso firme hacia una Era sombría
y turbia de grave involución cultural en la que
prima la disonancia sobre la armonía, la mentira
sobre la verdad, la zafiedad sobre la delicadeza, la noche sobre la aurora, lo orgiástico sobre lo apolíneo...
Total,
que sin haber precedido nunca el esplendor, ni en la
enseñanza ni en la muy corta experiencia política
ni en el periodismo, si ajustamos el lienzo de estos tres fracasos al marco
sociológico de una justicia parcial según quien sea el reo, una desigualdad social
oprobiosa y un mundo del trabajo cercano al que tenían los siervos de la gleba,
el cuadro resultante es el de una España de una vida pública caótica en una
fase histórica de franca decadencia...
DdA, XIV/3597
1 comentario:
qUE LA DECANDENCIA SEA FRANCA ES LO QUE CORRESPONDE.
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