Francisco R. Pastoriza
Un
informe reciente sobre la desigualdad en el mundo, “Gobernar para las
élites”, hecho público por la organización no gubernamental Oxfam,
señala que la mayoría de la población cree que las leyes actuales están
concebidas para beneficiar a los ricos. El vicesecretario general de
organización del Partido Popular, Carlos Floriano, ha declarado
recientemente que “la economía se está recuperando gracias al esfuerzo
de los que más tienen”. Así que, probablemente, los gobiernos deciden
beneficiar a los ricos porque piensan que son ellos los que crean la
riqueza de las naciones.
Estos datos podrían explicar algunas de las cifras que el filósofo
Zygmunt Bauman (Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y
Humanidades) incluye en su último libro, titulado con una interrogante
que ya provoca el debate en el que actualmente se encuentra la sociedad
en crisis: “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?” (Ed.
Paidós).
Entre las cifras que Bauman incluye en su ensayo destacan las
siguientes (se recomienda leerlas despacio y repetir la lectura, para
mejor asimilarlas): El 10 por ciento de la población mundial posee el 85
por ciento de la riqueza. La riqueza de las 1000 personas más ricas del
mundo es casi el doble que la riqueza de las 2500 millones más pobres.
Las 20 personas más ricas del mundo tienen recursos iguales a los
recursos de los mil millones más pobres… Así pues, con la connivencia de
los gobiernos, cuyas leyes les favorecen, la mayor parte de los
beneficios del progreso económico acaban en manos de quienes tienen ya
rentas más altas. Y no sólo eso. Dice Bauman que “los ricos, y
especialmente los muy ricos, son cada vez más ricos, mientras que los
pobres, y especialmente los muy pobres, son cada vez más pobres” (p.22).
Esta es una realidad difícil de transformar en la actual situación
porque, como consecuencia, el futuro de un niño está determinado más por
la situación social de sus padres que por su propio cerebro, sus
esfuerzos o su dedicación. Además, el coste cada vez mayor de la
educación impide a jóvenes con talento tener la oportunidad de adquirir
las habilidades que necesitan para desarrollarlo.
Bauman tiene una explicación para esta situación. Dice: “La
desregulación de los bancos y de sus movimientos de capital permite a
los ricos moverse libremente, buscar y encontrar los mejores terrenos
para obtener los mayores beneficios, lo que les hará más ricos; mientras
que la desregulación de los mercados de trabajo hace que los pobres no
se puedan beneficiar de las mejoras y por tanto estarán condenados a
empobrecerse” (p.51-52). Para Bauman, la supuesta existencia de una mano
invisible del mercado es otra falacia: “puede que sea invisible pero no
hay duda de a quién pertenece esa mano y quien dirige sus movimientos”
(p.51). Pero lo interesante es encontrar una respuesta al título del
libro: si realmente la riqueza de esos pocos ricos beneficia a todos.
Bauman dice que no, pero lo dice con argumentos de peso. El que la
desigualdad siempre se haya justificado (y así lo dicen los gobiernos)
por el hecho de que los de arriba contribuyen más a la economía actuando
como “creadores de empleo” ha caído estrepitosamente cuando en 2008 y
en 2009 quienes habían llevado la economía al borde de la ruina se
marchaban con cientos de millones de dólares de beneficios; es decir: no
se podían justificar sus ganancias en base a la beneficiosa
contribución a la sociedad que decían llevar a cabo. Porque la realidad
es que las ganancias de los que ya son ricos no se reinvierten en la
“economía real” sino que se reintroducen en grandes cantidades de dinero
en el círculo de los muy ricos. Por eso el enriquecimiento de los ricos
no produce beneficios a los de abajo, ni siquiera a quienes están más
cerca de las jerarquías de la riqueza y de la renta. Esto se ha visto
cuando uno de los cambios que se han producido en estos últimos años ha
sido la degradación de la clase media al nivel del “precariado”. El
dogma de que el enriquecimiento de los ricos acaba revirtiendo a la
sociedad y de que pagar a los ricos altos salarios porque su
“excepcional talento” beneficia al resto de la sociedad es, según Bauman
una mezcla de mentira intencionada y de ceguera moral, porque un modelo
económico que permite a los miembros más ricos de una sociedad acumular
una parte cada vez mayor acaba siendo destructiva. El objetivo de esta
política de beneficiar a los más ricos no es asegurar un beneficio
público sino asegurar privilegios.
Zygmunt Bauman desmitifica algunas de las “realidades
incuestionables” sobre las que se mueve la economía. Una de ellas es el
crecimiento económico. Bauman dice que este concepto no es consustancial
a los humanos y que tal crecimiento lo que asegura es la creciente
opulencia de unos pocos frente a una caída del nivel de vida de gran
número de personas. Porque, después de todo lo dicho, se ha demostrado
que un incremento de la riqueza total revierte siempre en los más ricos y
supone una profundización en la desigualdad social. Por lo tanto, la
solución no está en el crecimiento económico sino en una mejor
distribución de la riqueza.
Otra de esas “realidades incuestionables”, el crecimiento continuo
del consumo, es otra falacia de una sociedad que al aplicarla se ha
escindido entre una masa de verdaderos consumidores de pleno derecho y
una categoría de consumidores fracasados, para quienes no comprar
constituye el estigma de una vida incompleta, la prueba de que no sirven
para nada. El nivel social se mide ahora no por el prestigio ni por los
valores humanos sino por la capacidad de compra. El éxito en la vida es
poder comprar. Nos definimos no por lo que hacemos sino por lo que
compramos. Si el camino de la felicidad pasa por ir de compras (y algo
de eso debe haber porque la primera consigna de George Bush tras los
atentados del 11-S a sus conciudadanos fue: volved a ir de compras,
mientras que el inconformismo social suele manifestarse en los asaltos
violentos a las tiendas de productos de consumo), una gran parte de la
sociedad es infeliz porque no puede comprar ni siquiera lo que necesita.
Otras “realidades incuestionables”, como la competitividad o la
afirmación de que la desigualdad entre los hombres forma parte de la
naturaleza son combatidas por Bauman con razonamientos de peso. Por lo
tanto, en la actual sociedad lo importante no es la producción de la
riqueza sino su distribución
Lo único que se ha demostrado es que el daño hecho hasta ahora por la
desigualdad ha sido más desigualdad. Bauman transmite a la sociedad la
urgencia de salvar al mundo de la ceguera en la que se encuentra y de
sus consecuencias suicidas. Y advierte: la primera víctima de la
desigualdad será la democracia. Lo está siendo ya.
He aquí a un sonriente beneficiario de la desigualdad
DdA, X/2.615
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