jueves, 25 de abril de 2013

EL JUICIO DE UN SENEGALÉS DESAHUCIADO Y DENUNCIADO POR LA POLICÍA

Antonio Aramayona

Khalifa es un ciudadano senegalés, de 45 años, estatura media, algo canoso y  tiene dos hijos gemelos de doce años –creo recordar-. Lleva 22 años entre nosotros y él mismo se autodenomina “maño”.  Percibo también en él el enorme peso de una triste historia que carga sobre sus espaldas. Hoy se ha visto en audiencia pública el caso en el que Khalifa está directamente implicado: un policía local ha denunciado a Khalifa por atentado y lesiones en la espalda mientras efectuaba el desahucio de su casa.
Khalifa, como muchos trabajadores, perdió su empleo y no pudo pagar la hipoteca que tenía contratada con Banesto. En septiembre de 2011 la entidad lo desahució de su vivienda. Dos policías locales y dos mujeres integrantes de la comisión judicial se personaron en la vivienda -un bajo- de Khalifa, sita en la calle Terminillo, del barrio zaragozano de Delicias. Khalifa no estaba en esos momentos en su domicilio, y dos amigos suyos estaban sacando a la calle sus pertenencias principales (un frigorífico y una lavadora), bajo la atenta vigilancia de los dos policías y las dos funcionarias.  Al poco rato, llegó Khalifa. En el juicio ha contado a la juez su estupor, su indignación y sobre todo –repetido varias veces- su “desesperación” al contemplar aquello.
El policía denunciante y otro compañero también policía, ambos portando sendos pistolones y uniforme reglamentario, han descrito el estado de ánimo de Khalifa como “alterado y agresivo”. Khalifa, en cambio, ha calificado su actitud de “normal”. Me hago la idea de que Khalifa se quejó con todas sus ya escasas fuerzas y con toda su “desesperación” de lo que estaba sucediendo: estaba en la calle, con una lavadora y un frigorífico, sin tener adónde ir. Es difícil tener una actitud “normal” en esos momentos. Según una de las dos testigos se le acercó a la cara diciendo cosas como “no hay derecho”, y cosas de esta índole. La otra no recordaba bien. Curiosamente, una de las comparecientes no ha reconocido a Khalifa como actor de los hechos, ha declarado que era otro, de nombre Mustafá. Al cabo de unos minutos de interrogatorio por parte de la fiscal, ha reconocido a Khalifa (“yo soy el Califa”, recordaba ahora haber oído muy cerca de su cara la señora).
El policía denunciante le dijo a Khalifa que dejara de gritar o le detenía. Khalifa le respondió que le detuviera, pero que el ya no era un niño para hacerle callar.
El policía local denunciante es bastante alto, cerca de 1,90, calculo, es bastante joven –rondará los veintimuchos o los treinta. Ni corto ni perezoso, se aprestó a detenerle, a lo que Khalifa se opondría (es lo normal, aunque las versiones de los comparecientes distan mucho de coincidir). Es posible que se produjera un forcejeo (el policía aventaja mucho en altura y corpulencia a Khalifas. Hay una confusión de explicaciones sobre qué ocurrió y cómo se produjo la detención, pero Khalifa declara que mientras le esposaba, el policía le puso una rodilla en la espalda y otra en el tobillo. Resultado: rotura de tobillo de Khalifa, operación de tobillo en el hospital, donde tuvo que permanecer un mes, además de tener que ir durante un año a recuperación.
El policía compañero declara que no intervino, a pesar del forcejeo, a pesar de la supuesta  violencia de Khalifa  de estar viendo que los dos – Khalifa y el policía denunciante- caen al suelo (una versión: fruto del forcejeo y del pataleo de Khalifa, otra versión: para poner esposas, hay que tender boca abajo al detenido). El policía compañero opta por quedarse a unos metros  para pedir refuerzos y calmar a la gente que presenciaba los hechos. (No hace falta ser  psicólogo, para que parezcan muy raros algunos comportamientos declarados en el juicio).
Khalifa estaba en el hospital, recién operado o a punto de ser operado del tobillo, mientras el policía que le esposó interponía una denuncia contra Khalifa por “atentado y lesiones” (en su espalda). Ninguno de los comparecientes vio ningún golpe a la espalda del policía denunciante, aunque este parece insinuar que tales lesiones se produjeron por la acción de sujetar o levantar a Khalifa.
El juicio se reanudará dentro de quince días, cuando los testigos de la defensa puedan comparecer. La médico forense, primera testigo de la defensa, no ha comparecido por ser hoy “su día festivo”, y el otro testigo, un compañero de Khalifa que presenció los hechos, está actualmente en Valencia, pues está trabajando ahora como temporero. Si puedo, volveré a presenciar el juicio con el deseo imperante –la necesidad-  de que la justicia me demuestre ser justa.
¿Qué pasa en y por la cabeza de ese policía, de esos dos policías, al perpetrar esas acciones durante un desahucio y con un recién desahuciado, al denunciar al desahuciado por “atentado y lesiones” (¡!), al declarar en tales términos en un juicio contra Khalifa? ¿Le han mirado directamente a la cara, se han detenido en su mirada? ¿Podrían comparecer en una sala de un juzgado de instrucción sin ostentar esos pistolones y esas esposas como uniforme que les otorga identidad? ¿Reflexionarán? ¿Re-conocerán los hechos? ¿Se re-conocerán en la verdad de esos mismos hechos? ¿Conocen el significado de cinismo, de empatía, de justicia?
Quisiera ver un juicio justo dentro de quince días. 


DdA, X/2366

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