sábado, 1 de noviembre de 2025

TRADICIONES NUESTRAS: NOCHE DE DIFUNTOS BERCIANA, BABIANA, SANABRESA O ALISTANA


Gus Cornel Weiland

Nadie que haya pisado un pueblo del Bierzo, babiano, sanabrés o alistano puede ignorar ese pálpito de lo inmemorial cuando cae la última luna de octubre y el aroma de la leña y a castañas asadas se mezcla con el vaho de los vivos y el regreso de los difuntos. Samaín, dicen los eruditos, es herencia de druidas y en verdad significa el “fin del verano”, siendo la noche donde los muros entre mundos se vuelven membranas y los antepasados acuden reclamando fogón y memoria.
Antaño las hogueras crepitaban en plazas, cortinas y eras, y alrededor de éstas la vecindad tomaba el fuego como refugio y comunión. No faltaba el tizne en los rostros de rapacicos y mozos para ahuyentar, según la costumbre, a los trasgos y dolientes que deambulaban durante esa noche. El hogar se transformaba en altar doméstico, se dejaban castañas, manzanas, un puñado de nueces e incluso dulces rosquillas al pie de la ventana, por si algún espíritu hambriento buscaba todavía la tibieza que la muerte le negaba, y si el difunto de la casa regresaba, no había reproche alguno, sólo el rumor de la gaita y la promesa del magosto compartido, ese festín elemental en que las castañas (una por cada alma) chisporroteaban, liberando de paso a los penantes del purgatorio.
Algunos tallaban rostros grotescos en remolachas o nabos (que en muchos lares denominaban "calacú") esculpidos para advertir a la muerte que aquí en las tres provincias de León “se la conocía y respetaba”. También se contaban historias al rumor del fuego y nadie cruzaba los caminos esa noche no siendo que se encontrará uno con la Estadea, la Güestia o procesión de ánimas. En nuestros días, queda aún la certeza de que mientras el fuego siga reuniendo manos y memorias en esta noche mágica de "Samaín" o de difuntos, ningún olvido será definitivo y ningún ausente dejará de ser convocado.

DdA, XXI/6154

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