Jaime Richart
Pero da la impresión de que en la sociedad española ninguna superestructura, ningún estamento, ninguna actividad colectiva, oficio o profesión están libres de sospecha. No sabe uno a dónde mirar para encontrar un remanso de confianza. Es desolador. Hasta el periodismo infunde sospechas. Pues no sería extraño que el periodismo al uso no haya caído en otra suerte de corrupción de corto alcance al no publicar inmediatamente trapisondas, chanchullos y tejemanejes de los políticos que ya conocía, para publicarlos más tarde más por oportunismo que por prudencia. Y ahora mismo está sobre la mesa la negativa europea a legislar contra las noticias falsas y la desinformación en la Red. Noticias falsas que no sólo están en la Red, sino también en medios protegidos por el poder financiero declarados abiertamente hostiles a la nueva generación de políticos que intenta limpiar de corrupción el país, que juegan sucio, recurren al libelo y mienten canallescamente al propalar su noticia tendenciosa.
El caso es que la corrupción política se extiende desde hace mucho como una mancha de aceite a todas las esferas públicas. Todo está contaminado, como todo acaba contaminado después de una explosión nuclear. La política... pero también banca, justicia, religión, sanidad, entes benéficos, estamento militar, ong, hidroeléctricas y telefonía, laboratorios farmacéuticos, abogacía, medicina, arte en manos de marchantes...
Quedaba una superestructura: la enseñanza. Pero ahora resulta que la enseñanza, el único espacio que parecía estar a salvo del tráfico nauseabundo, aparece también corrupta, parcialmente por supuesto, pero si cabe más grave por la índole noble de su cometido y por su alcance. Pues a diferencia de la política cuyo sesgo puede cambiar en una legislatura, el efecto de la desconfianza en la enseñanza súbitamente surgida puede extenderse en el tiempo.
Pues bien, en esa tesitura se encuentran centenares, si no miles, de políticos y de personajes españoles de probada inmerecida relevancia. Y si por la corrupta tolerancia de la ley, de un juez o de un tribunal gozan de virtual impunidad (otra sutil forma de corrupción, como se dice más arriba), a la gente de bien al menos le queda el consuelo de saber que ninguno de ellos podrá evitar jamás su exposición de por vida a la pública vergüenza...
DdA, XIV/3824
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