Jaime Richart
Decía Quevedo que en tiempos
de injusticia es grave tener razón. Pues bien, si un observador neutral
extranjero permaneciese un tiempo prudencial entre nosotros, sobre todo por el
centro de la península, podría constatar que en España se viven tiempos de
grave injusticia pese a no ser formalmente dictadura. De injusticia social y de
injusticia de la otra.
Si ese observador neutral
leyese los periódicos de alcance nacional y los locales, advertiría que los
editoriales, columnistas y articulistas más críticos envuelven en retruécanos y
retórica su contestación al poder político establecido (aunque no tanto al
poder económico y financiero, que son al final y en buena medida la causa de la
causa de los mayores desmanes cometidos contra la sociedad en pleno); el poder
de una “manada” que cierra filas y defiende a “los nuestros” reconociéndose
desvergonzadamente de ese modo como organización mafiosa y criminal. Y si afinase más su intuición deduciría que
esa retórica no hace mella alguna, ni a ese poder ni a la conciencia de los
lectores devotos suyos a que va destinada. Y no se la hace, sencillamente
porque ni los que forman parte directa del poder político ni quienes
miserablemente les apoyan les leen. De modo que tanta avalancha de palabra
escrita censora queda relegada a mero pasatiempo para quienes están en la misma
onda mental de quien ha elaborado quizá con delectación lo escrito.
Todo esto viene a cuento de que urge acordar la idea de que a tiempos
excepcionales manejados por individuos “excepcionales” que permanecen, para mal,
en el poder ejecutivo, legislativo y judicial corresponden medidas, reacciones
y actitudes asimismo excepcionales.
Así, lo “políticamente
correcto” debe dejarse atrás, pues ahora la política no es “correcta”, está desvirtuada
y superada por la excepcionalidad presente en todo. Y lo está, como puede
percibir ese hipotético observador neutral, por ejemplo (pues sólo son ejemplos
que podrían multiplicarse por mil), tanto en la medida políticamente incorrecta
de desvestir a espectadores y espectadoras antes de entrar a un estadio, como
en condenar a penas de cárcel a críticos de la religión o de la monarquía, como
en la bárbara sentencia que desnaturaliza una violación sexual “en manada”
convirtiéndola en simple agresión, por estar presuntamente entre los violadores
dos guardias civiles, como en el desvalijamiento metódico de las arcas públicas
durante casi dos décadas a cargo de numerosos miembros de esa organización
pensada para delinquir, como en la interpretación retorcida de la ley a cargo
de jueces y tribunales que se hacen cómplices de esa misma organización, como
en la afrenta permanente de los mafiosos a la inteligencia más común del común
de la ciudadanía; una ciudadanía, por cierto, que creía vivir en libertad y de
pronto se da cuenta de que su libertad a duras penas pasa de ser la que tenía
en el tardo franquismo...
Vistas así las cosas, ya nos
dirá ese observador si no cree llegado el momento de olvidar lo políticamente
correcto; si son pertinentes las actitudes versallescas en un parlamento cada día
más parecido a las Cortes franquistas;
si no son margaritas echadas a los puercos las réplicas moderadas a los
secuestradores virtuales del poder que han expoliado al país y se han
financiado fraudulentamente durante años, y que pudren todo cuanto tocan por
ser no un partido político sino un ente social todo él prácticamente
corrompido.
De modo que, habida cuenta que
a pesar de ser grave, es decir, peligroso
tener razón en tiempos de injusticia, es preciso por dignidad y justicia
no bajar la cerviz; habida cuenta que estos tiempos son excepcionales (aunque
en España, por uno u otro motivo, no dejan de ser habituales); y habida cuenta
que lo excepcional se trata por lo común con remedios excepcionales, díganos
ese observador si no ha llegado el momento de que girondinos y mencheviques
españoles se hagan a un lado, para dejar el paso a los jacobinos y bolcheviques
de la política, de los medios y de la judicatura... A ver si de una vez por todas se alcanza en
España esa vida en lo posible normal que nunca se hace posible. Porque en ese
cambio nos va la vida...
DdA, XIV/3835
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