Entierro de Kropotkin. En el centro, Emma Goldman
Félix
Población
Este mes de
febrero llegará a las librerías Mi desilusión en Rusia, una obra que
tuvo una influencia importante en el movimiento libertario internacional,
escrita por una de sus figuras más representativas, Emma Goldman, y de la que
se dice como promoción que no existía traducción al castellano, aunque es muy
probable que sí la hubiera al menos antes de la dictadura franquista.
La revista El
viejo topo, cuya editorial publicará el libro, adelanta en el número de este
mes uno de los capítulos, el que la autora dedica a la muerte y funeral de otra
personalidad fundamental en la historia del anarquismo, Piotr Kropotkin, a
quien la anarquista lituana admiraba. Goldman, que viajaría por Rusia durante
dos años, después de haber sido deportada de Estados Unidos en 1919 junto a más
de doscientos presos políticos, no pudo llegar a ver a Kropotkin con vida por
una serie de retrasos en los trenes, pero sí asistió a la masiva manifestación
que se congregó a su muerte, pese a las manifiestas discrepancias y
enfrentamientos del fallecido con el gobierno bolchevique.
Kropotkin, según
Goldman, soportó en los dos últimos años de su existencia una verdadera
tragedia, apercibido de la que revolución rusa había fracasado. En ese tiempo intentó
hacer entrar en razón a los dirigentes del país en dos ocasiones: protestando
contra la supresión de todas las publicaciones no comunistas y contra la
bárbara práctica de la toma de rehenes por parte de la Checa. En el otoño de
1920, integrantes del Partido Socialista Revolucionario huidos al extranjero
amenazaron con represalias si la persecución comunista de sus camaradas
continuaba. El gobierno bolchevique llegó a anunciar que por cada víctima
comunista ejecutaría a diez socialistas revolucionarios. Vera Figner y Piotr
Kropotkin señalaron que esas máculas era lo peor que podía caer sobre la
revolución de 1917. La historia nunca perdonaría ese proceder, subraya Goldman.
Emma Goldman fue detenida en 1901
La experiencia de
la autora en Rusia, ilusionada al principio, quedó marcada después por la
decepción, la misma que soportó el príncipe anarquista y esa otra personalidad
más que notable de ese tiempo, Vera Figner, la llamada Venus de la Revolución,
de la que también se echa de menos hoy en día -por su larga, azarosa e
interesante vida- una traducción de su Rusia en tinieblas: Memorias de una
nihilista, publicadas en varias ocasiones en los años treinta.
En este capítulo
del libro de Goldman que publica El viejo topo, aparte de darnos cuenta
de la masiva concurrencia que asistió al entierro de Kropotkin en medio de un
gélido día invernal, Goldman nos habla de las dotes artísticas como pintor del
fallecido, así como de sus excelentes facultades y gran talento como pianista,
algo que hasta sus amigos desconocían. Cabe preguntarse qué fue de la magnífica
colección de pinturas del príncipe anarquista y si ha quedado algún testimonio
de la misma después de su muerte el 8 de febrero de 1921.
Cuenta
Emma Goldman que el multitudinario cortejo se detuvo ante el Museo Tolstoi de
Moscú y un conjunto musical interpretó la Marcha fúnebre de Chopin, escuchada
con gran respeto y emoción. “El brillante sol de invierno –concluye Goldman- se
sumía ya en el horizonte cuando los restos de Kropotkin fueron bajados a su tu
tumba, después de que oradores de muchas tendencias políticas hubieran rendido
un último tributo a su gran maestro y camarada”. Quizá la autora quisiera
indicar con esas últimas líneas que aquella pluralidad de voces también
declinaba como el sol de aquella gélida tarde.
*Artículo publicado también en elsaltodiario.com
DdA, XIV/3762
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