sábado, 2 de septiembre de 2017

POLÍTICOS MEDIOCRES Y UN PERIODISMO A SU IMAGEN Y SEMEJANZA


Juan C. Hernández

Los ataques que ha recibido El Periódico de Cataluña por la publicación de la nota de los servicios de inteligencia de EEUU alertando sobre la posibilidad de un atentado en Barcelona, tres meses antes de que se produjera, ponen de relieve algunos males con los que nos hemos acostumbrado a convivir en lugar de combatir –después de casi 60 años de ETA y más aún desde el 11M-.
A estas alturas, pocos  ciudadanos dudan de la veracidad de la noticia de El Periódico y de su éxito informativo. Salvo los damnificados por esa magnífica exclusiva, en su mayoría políticos o cargos sometidos a ellos. Eso es tan viejo que no debería extrañarnos.
Esta situación desnuda las carencias de algunos personajes que son extensibles a la mayoría de quienes se han adueñado de las instituciones, y que no es privativo de los que están quedando en evidencia tras los ataques terroristas de Cataluña. Lo que ocurre es que ante una barbaridad como es un atentado se magnifican las reacciones, pero esos males nos acompañan todo el año y ante cualquier situación, por intrascendente que sea.
Es una actitud muy arraigada en nuestros políticos, de la que se salvan muy pocos.
Si uno mira a los dirigentes de su ayuntamiento, diputación, parlamento regional, Congreso, Senado, gobierno autonómico y gobierno central, es para echarse las manos a la cabeza. Y si mira a su cantera, para salir corriendo.
Salvo contadas excepciones, el tono general es de mediocridad, de ciudadanos que no tienen oficio ni beneficio y se han arrimado a la política para medrar, llevárselo crudo y al salir, si puede ser, colocarse en alguna empresa a la que hayan hecho algún favor.
Dónde si no, algunos de nuestros próceres locales y sus asesores iban a recibir 90.000 euros al año, 80.000 o 45.000. En el mundo privado, ni de coña, porque saben que no son competitivos y por eso han escogido el camino de una estructura como un partido donde basta con saber arrimarse a tiempo y maquinar oportunamente con las personas adecuadas para ascender y forrarse el riñón.
La política ha pasado de ser una dedicación transitoria y casi altruista, a convertir los partidos en empresas. Y a sus dirigentes y aspirantes a serlo, en empleados. En oficinistas, y ya se sabe las relaciones que se suelen dar en ese ecosistema: escaqueo, trepas, presentismo para ascender más rápidamente, y dejar los escrúpulos en la puerta.
Tenemos, salvo excepciones, políticos mediocres que viven de la política, lo que los convierte en oficinistas con el colmillo retorcido que defienden su silla (su único medio de vida), que han creado un periodismo a su imagen y semejanza.
Uno defiende su puesto de trabajo a toda costa. Y eso pasa en los políticos, que tratan de defender su puesto de trabajo, el nivel de vida que les proporciona la política y que nunca obtendrían por sus propios medios en el mundo competitivo del trabajo o la empresa privada. Y si algo o alguien lo pone en peligro, a por él.
En el caso de los políticos, salvo excepciones, su mayor riesgo proviene de los medios de comunicación, que son quienes pueden someterlos a escrutinio y destacar sus aciertos y airear sus incompetencias y trinques.
Para neutralizar el peligro, los políticos, salvo contadas excepciones (que en Salamanca no se dan en sus principales instituciones, Ayuntamiento y Diputación), salvaguardan con dinero de los ciudadanos a los medios, sobre todo ahora que de la publicidad privada solo viven bien los grandes canales de televisión. Y si alguno osa morder la mano que le da de comer se queda sin dinero. Y si un medio trata de ser independiente para beneficio de la sociedad donde convive, directamente no le dan ni un euro.
Esa dependencia tan estrecha de los medios respecto a los políticos pervierte su papel. No es cuestión de ponerse puristas, porque la vida tiene muchos matices y hablamos de empresas con sus legítimos intereses, pero es que la prensa española (y salmantina), salvo contadas excepciones, es una terminal más de los partidos políticos.
Eso permite a los políticos mentir y vender motos sin parar para asegurarse su puesto de trabajo, su sueldo y su nivel de vida. Reduciendo al máximo sus preocupaciones (les invito a consultar las hemerotecas digitales que las rotondas y obras se inaguruan y empiezan hasta tres veces). Haciendo y deshaciendo a capricho. Situándose al borde de la ilegalidad cuando no viviendo en ella, como estamos viendo en numerosos casos aislados. Viviendo en la impunidad, y a expensas de que los pille algún medio de comunicación ajeno al pesebre que han montado. Cuando se les caza, en seguida se dejan ver y lo primero que dicen es a ver si tienes pruebas de eso. Y si las tienes, es que es una campaña de persecución. No es que no lo hayan hecho, sino que si no se puede probar un mangoneo no existe, como si un medio fuera un tribunal (no tiene ni mucho menos, los recursos de un juzgado para buscar esas pruebas y no le corresponde juzgar).
Y entonces se ataca al que ha osado quebrar la paz del convento, con el silencio cómplice del resto de los medios (algo que no es consecuencia de la precariedad actual, porque también ocurría en la opulencia) y de las asociaciones de prensa, que, por lo general, solo se ponen dignos y levantan la voz cuando hay algún incidente y no dejan entrar a un partido de fútbol a un medio.
Tenemos, salvo excepciones, políticos mediocres que viven de la política, lo que los convierte en oficinistas con el colmillo retorcido que defienden su silla (su único medio de vida), que en seguida se han dado cuenta de que en España la mentira no tiene coste (y empiezan a ver que la corrupción tampoco) y se amparan en su libertad de expresión para propagarlas sin rubor, y en su derecho al honor para combatir la primera crítica que reciben, satanizando al mensajero, pero solo de medios no vendidos, porque la mayoría ha renunciado a ejercerla y solo la utilizan como ariete de sus amos contra quienes pueden poner en peligro su estatus. Políticos mediocres que han creado un periodismo a su imagen y semejanza.
Esto es lo que hay.

DdA, XIV/3623

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