jueves, 31 de agosto de 2017

SE PUBLICA "OTRO MUNDO ES POSIBLE", DE TED ALLEN

Ted Allan y Gerda Taro
Gerda Taro y su pareja, Robert Capa, nombre bajo el que ambos publicaban sus imágenes.
Luis Díez
Cuarto Poder

Ted Allan se enamoró de la joven reportera de guerra Gerda Taro, quien acabaría siendo un símbolo de la la lucha por la libertad en España. Él la acompañaba en el frente de Brunete (Madrid) cuando un tanque republicano descontrolado golpeó el coche en cuyos estribos iban Gerda y Ted. Ella quedó malherida debajo de aquel carro y murió de madrugada en un hospital de El Escorial. Él se pudo salvar. Ochenta años después se publica la novela Otro mundo es posible, en la que Allan narra con un lenguaje sencillo aquella historia de amor y de guerra. La cuidada traducción y asequible edición a cargo de Juan Manuel Camacho Ramos para la colección “Las armas y las letras” de la editorial salmantina Amarú, bajo la dirección del profesor e historiador Antonio R. Celada, contiene un prólogo tan riguroso como elegante y ameno sobre los personajes y el contexto del relato del escritor canadiense.
Ted Allan esta convencido de que otro mundo era posible y necesario, y sabía que había que luchar para transformar la tierra en el paraíso de la humanidad
Allan eligió el versículo del Eclesiastés bíblico para titular su novela porque, como muchos otros jóvenes de izquierda en los años treinta del siglo del átomo creía firmemente que otro mundo era posible. No solo posible, sino necesario. Y pensaba que había que luchar para conseguirlo. Entonces todavía se soñaba con la vuelta al Génesis y se hablaba de transformar la tierra en el paraíso de la humanidad. Hoy, en el siglo del bite, hemos avanzado tanto que tenemos que luchar por impedir la destrucción del planeta.
Aquellos ideales de un mundo justo empujaron a Allan a viajar a España. Quería venir como reportero del Daily Clarion de Montreal, en el que había publicado informaciones sobre las fechorías de la ultraderecha (“Agentes nazis a las órdenes de Arcand vierten su veneno entre nosotros” (6 de mayo, 1936); “Fascistas desenfrenados aterrorizan a judíos por las calles” (24 de octubre, 1936); “Los gánsters impiden la celebración de una charla sobre España” (24 de octubre, 1936)”. También de contenido social: “Los trabajadores de la industria textil canadiense los peor pagados del continente” (27 de junio, 1936). Pero cuando llegó a Toronto para conocer y obtener el visto bueno del editor Leslie Morris ya había asignado la plaza a la reportera Jean Watts. Entonces decidió alistarse como voluntario en las Brigadas Internacionales.
Muchos voluntarios americanos fueron encuadrados en Albacete en la Brigada Lincoln y murieron unas semanas después en la batalla del Jarama
Era el mes de enero de 1937 y Allan viajó a Nueva York y embarcó junto con otros jóvenes que venían a luchar por la democracia en España. Entre ellos había diez o doce canadienses con los que se hermanó. Viajaban en tercera clase, la más incómoda y pestilente. Realizaron la mayor parte de la travesía en cubierta. Muchos de ellos fueron encuadrados en Albacete en la Brigada Lincoln y murieron unas semanas después en la batalla del Jarama. La mayoría ni tuvieron la oportunidad de ver Madrid. Pero Allan tuvo suerte; en Nueva York había conseguido una acreditación de la Federated Press y eso y la mención de que había trabajado para el Daily Clarion de Montreal bastó a Peter Kerrigan, el coronel y comisario político del batallón británico, para asignarle la tarea de corresponsal en las Brigadas Internacionales. Puesto que conocía al médico canadiense Norman Bethune, Kerrigan le encargó que se pegara a él en el hospital de sangre que el eminente doctor dirigía en la madrileña calle de Príncipe de Vergara, 36, y le mantuviera informado sobre las frecuentes trifulcas que mantenía con algunos médicos españoles.
Allan informó convenientemente a Bethune sobre su encargo y comenzó a realizar sus emisiones de radio desde el edificio de la Telefónica, en la Gran Vía Madrileña. Allí y en el Hotel Florida conoció a muchos corresponsales extranjeros, incluidos Ernest Hemingway y la que después sería su tercera esposa, la corresponsal de guerra y escritora Martha Gellhorn. Bethune y Allan habían decidido rodar un corto cinematográfico, Heart of Spain (El corazón de España), para mostrar a los canadienses las agresiones de las tropas y la aviación fascista contra la población civil, informar de labor humanitaria de las unidades móviles de transfusión de sangre que Bethune había puesto en marcha y recabar ayuda económica. Es entonces cuando conocen a Taro y a su compañero Robert Capa en el restaurante del Hotel Gran Vía, 36, y entablan una sólida amistad. Al poco, Allan (Bob Curtis en la novela) se enamora de Taro (Lisa Kammerer en la novela) y procura aprovechar todas las ocasiones de encontrarse con ella.
Desde que Capa le pidiera a Allan que cuidara de Gera Taro no se separan casi nunca hasta el 25 de julio en que ella muere aplastada por un tanque en la batalla de Brunete
Taro cubre para el parisino Ce Soir la batalla del Jarama. Allan escribe: “Acabamos de regresar de Jarama. Me acompañaron los fotógrafos Geza Karpathi y Herbert Kline. No puedo más. John, Dave, Milty y otros veinte del barco [en el que vinimos de los Estados Unidos a Europa] están muertos. ¡Todos muertos! Aniquilados en un estúpido ataque enemigo…” Ella cubre la batalla de Guadalajara. Capa, que también reporta para Ce Soir, viaja al País Vasco para informar sobre la destrucción de Gernika. Después, Capa y Taro cubren los combates en el frente de Córdoba. En los primeros días de julio de 1937 van a Valencia, donde se celebra el segundo Congreso Internacional de escritores en defensa de la cultura. Allí se encuentran con Allan. Capa se queda un día y antes de viajar a París le pide a Allan que cuide de su chica. Desde entonces hasta el 25 de julio en que ella muere aplastada por aquel tanque en la batalla de Brunete (el accidente se produjo en la carretera a Villanueva de la Cañada) no se separan casi nunca.
Allan escribe en sus notas, publicadas después con el doctor Bethune (regresó en abril a Canadá y murió después en la guerra de China contra Japón): “Durante casi cuatro semanas, Gerda y yo pasamos las mañanas, las tardes y las noches juntos buscando noticias de interés: campos de batalla, orfanatos, las mujeres haciendo cola para el pan… Durante casi cuatro semanas, fuimos compañeros inseparables”. En la novela, Lisa y Bob son marido y mujer. Se han casado y “disfrutan” su luna de miel en el campo de batalla. El relato posee escenas conmovedoras y está narrado con realismo y sencillez admirable. Recoge el habla de los soldados, sus sentimientos, su dolor y su forma de ser y de pensar con un realismo desnudo y se diría que desprovisto de cualquier pretensión literaria. En las memorias, Allan escribe lo siguiente:
“Le había traído [a Gerda] mis relatos cortos para que los leyera. Me senté en una silla e intenté parecer distraído mientras ella leía… “Eres bueno,” me dijo… Se fue al baño y se quitó la camisa y la falda quedándose en ropa interior. “¿Te apetece una siesta antes de cenar?” preguntó. Me acerqué a la cama, me quité los zapatos y me tumbé a su lado procurando evitar que nuestros cuerpos se tocaran. Gerda se giró y me tocó el párpado derecho con la punta del dedo. “Un hombre no debería tener unos ojos así,” susurró. Me tocó la mejilla y soltó un grito: “¡No me voy a enamorar de nuevo! ¡Duele demasiado!
— ¿A qué te refieres?
— Quise a un chico. A un chico en Praga. Lo mataron los nazis. Es demasiado doloroso –dijo entre suspiros.
— ¿No estás enamorada de Capa? –Pregunté sorprendido.
— Sí, le quiero, pero no como quise a Georg. No quiero amar a nadie como amé a Georg. Capa es mi amigo.
Nos quedamos quietos un rato y luego ella posó la mano sobre mi pecho, me miró con gesto serio y deslizó la mano hacia mi muslo y desde ahí hasta la ingle.
— ¿Te gusta que te toquen ahí?
Asentí con la cabeza dos veces y contuve el aliento. Cogió mi mano y la colocó en su ingle.
— A mí también me gusta que me toquen ahí.
La acaricié suavemente, con cuidado. Luego retiré la mano y volví a clavar la mirada en el techo. Nos quedamos ahí sin movernos. “Es la chica de Capa,” me dije. “La dejó a mi cuidado.” Le pregunté si se iba a casar con Capa y ella negó con la cabeza.
— Ya te dije que Capa es mi amigo, no mi amante. Él sigue queriendo casarse conmigo pero yo no quiero.
— Capa se comporta como si fuerais amantes. Me dejó encargado de tu cuidado. Me pidió que te protegiera. Gerda suspiró.
— Sí, es listo. Vio cómo yo te miraba.
— ¡Madre mía! –Me dije por dentro emocionado.
— No quiero que vivamos en Montreal –dijo Gerda de repente–. Viviremos en Nueva York.
En el relato y en la realidad Gerda Taro se había prometido a sí misma obtener las mejores instantáneas del frente antes de marchar a París al día siguiente
La novela semibiográfica termina unas páginas después de la muerte de Lisa en el hospital al que es trasladada con el costado destrozado y en el que Bob, herido en una pierna, se restablece antes de incorporarse otra vez al frente de batalla. En el relato y en la realidad Gerda Taro se había prometido a si misma obtener las mejores instantáneas del frente antes de marchar a París al día siguiente. Desobedeciendo al general Walter (“¡Al diablo el general!”) se había jugado el tipo en las trincheras, bajo la metralla de los aviones del enemigo de la Legión Cóndor. Allan o Bob había realizado auténticos esfuerzos para evitar que se expusiera sobre las trincheras. Por suerte, ninguna bala, ningún trozo de metralla la había alcanzado. Pero la suerte no dura siempre. Salieron a una carretera, el conductor de un coche que iba lleno de soldados heridos les permitió subir en los estribos. Los aviones enemigos volaban bajo, ametrallando a todo bicho viviente. Apenas habían recorrido dos kilómetros cuando apareció aquel tanque desgobernado que venía de frente. El conductor no logró esquivarlo, el coche volcó, Bob cayó a la cuneta, llamó a Lisa, su cabeza asomaba bajo aquel carro de combate.
Allan escribió su relato en 1939 y nunca hasta ahora en que se convierte en la octava entrega de la la colección “Las armas y las letras”, con algunas novelas tan escalofriantes como Boadilla de Edmon Romily, había sido traducido al castellano ni difundido en España. Allan regresó poco después a Nueva York, se casó con la viuda del voluntario John Lenthier, muerto en la batalla del Jarama en febrero de 1937, tuvieron dos hijos, Julie y Norman. Regresó a Canadá en la época de la “caza de brujas” del senador Joseph McCarthy. En 1954 se trasladó con su familia a Londres, donde escribió guiones de televisión y obras de teatro y formó parte del círculo de escritores y artistas de élite con Lawrence Olivier, Sean Connery, Edna O’Brien, Doris Lessing… En 1955 escribió Lies My Father Told Me (Las mentiras que mi padre me contó) que, convertido en guión cinematográfico, ganó en 1975 el un Globo de Oro a la mejor película extranjera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario