Andrés Sorel
La vieja
guardia de la poesía. La vieja guardia del pensamiento. La vieja guardia
de la cultura y la ética. La vieja guardia contra el capitalismo y el
imperialismo. La vieja guardia de los sueños revolucionarios: aquel
octubre de 1917.
Y ahí sigue Jesús
Munárriz. En las ideas y en la literatura. En su oficio de poeta y de
creador de la más importante colección de poesía en este país, que tanto
nos ha hecho disfrutar a la hora de seguir a los jóvenes
autores españoles, muchos se fueron haciendo mayores y siguieron
publicando hermosos libros, o a los mejores poetas mundiales, algunos de
ellos en primera versión para nuestra lengua.
Ahora, como poeta, ha publicado un libro titulado Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste.
10 años masticando la historia para convertirla en poesía. 10 años
recorriendo el camino que alentó y hasta explica en cierto modo su vida.
Del entusiasmo a la desolación. De la esperanza a la perplejidad. Lo
expresa con belleza, sentimiento, dolor:
Ha transcurrido un siglo,
el siglo con más muertos de la historia,
(más muertos prematuros, programados)
Y aquella fecha única,
que proclamaba un antes y un después,
que estaba inaugurando
un futuro mejor, un mundo nuevo,
sin explotados ni explotadores,
ha pasado al archivo
con la rotundidad de lo definitivo
y la complejidad de lo opinable,
de lo juzgable, de lo interpretable.
No resultan de fácil moraleja
vistas de lejos las revoluciones.
Porque han pasado cien años efectivamente sin paz, ni convivencia, ni justicia,
en medio de privilegiados -que lo son cada vez más- y de sufrientes
desposeídos -que igualmente lo son también cada vez más-, y por
desgracia, añado yo, gracias a los medios de comunicación y al uso de
las nuevas tecnologías, más intoxicadoras y destructoras del pensamiento
de quienes debieran alentar la necesaria revolución.
Y tras pasar por el
sueño y la esperanza que como un bello cuento de amor sacudió a los
pobres de medio mundo, llegó la hora de las traiciones, de la propia
contrarrevolución propiciada por aquellos que se habían hecho con el
poder de los revolucionarios.
¿Cuántas revoluciones quedan aún por hacer?
¿Y por traicionar?
¿Y cuántos luchadores morirán para abrir el camino a nuevos triunfadores?
Y concluye Munárriz:
Termina aquí este cuento,
el cuento triste del siglo que murió,
que falleció,
que pareció poder construir la utopía.
Como no terminó el holocausto, que en tierra y mar se continúa sucediendo. Como cada vez hay más injusticia, desequilibrios, explotaciones en el mundo y alienaciones y traiciones para intentar impedirlo. Pero leyéndote, conociéndote, podemos mirarnos al espejo, sonreír y decir contigo: pero fuimos y somos seres humanos que creemos en la ética, la libertad y la justicia. Y termino con el cuento triste de tus sueños:
Pero mientras los pobres luchaban por sus sueños
en la selva capitalista,
y peleaban y morían por defender sus ideales,
allá en la patria de la revolución,
en la boyante Unión Soviética,
una eficaz carcoma roía y corroía sus entrañas:
la dictadura del proletariado pasaba a ser la dictadura del partido,
y ésta la de los funcionarios, aparatchik ...
que hizo del paraíso una cárcel inmensa
y socavó el futuro borrando la esperanza.
De todas maneras, Jesús, estoy seguro que tras la lectura de éste libro poético y el sueño truncado de la revolución, mantendremos la esperanza al menos con las palabras de Karl Kraus, que en su Antorcha, en una respuesta al periódico Pravda, en los años 20, aunque desde un punto de vista irónico crítico, escribía sobre el comunismo:
Que el Diablo se lleve su práctica, pero que Dios nos lo mantenga como amenaza constante sobre las cabezas de quienes poseen fincas y, para conservarlas, enviarían a todos los demás a los frentes del hambre y del honor patrio, diciéndoles, a modo de consuelo, que la vida no es el supremo de los bienes. Dios nos conserve el comunismo para que esta gentuza, tan insolente que ya no sabe que inventar, no se nos vuelva más insolente todavía; para que la sociedad de quienes poseen el derecho de disfrutar en exclusiva y consideran la humanidad sometida a su mando suficientemente dotada de amor como la sífilis que recibe de ellos, para que esta sociedad, digo, al menos se vaya a la cama con una pesadilla. ¡Para que al menos se quede sin ganas de predicar moral a sus víctimas y se quede también sin humor para hacer chistes sobre ellas!
¿Cuántas revoluciones quedan aún por hacer?
¿Y por traicionar?
¿Y cuántos luchadores morirán para abrir el camino a nuevos triunfadores?
Y concluye Munárriz:
Termina aquí este cuento,
el cuento triste del siglo que murió,
que falleció,
que pareció poder construir la utopía.
Como no terminó el holocausto, que en tierra y mar se continúa sucediendo. Como cada vez hay más injusticia, desequilibrios, explotaciones en el mundo y alienaciones y traiciones para intentar impedirlo. Pero leyéndote, conociéndote, podemos mirarnos al espejo, sonreír y decir contigo: pero fuimos y somos seres humanos que creemos en la ética, la libertad y la justicia. Y termino con el cuento triste de tus sueños:
Pero mientras los pobres luchaban por sus sueños
en la selva capitalista,
y peleaban y morían por defender sus ideales,
allá en la patria de la revolución,
en la boyante Unión Soviética,
una eficaz carcoma roía y corroía sus entrañas:
la dictadura del proletariado pasaba a ser la dictadura del partido,
y ésta la de los funcionarios, aparatchik ...
que hizo del paraíso una cárcel inmensa
y socavó el futuro borrando la esperanza.
De todas maneras, Jesús, estoy seguro que tras la lectura de éste libro poético y el sueño truncado de la revolución, mantendremos la esperanza al menos con las palabras de Karl Kraus, que en su Antorcha, en una respuesta al periódico Pravda, en los años 20, aunque desde un punto de vista irónico crítico, escribía sobre el comunismo:
Que el Diablo se lleve su práctica, pero que Dios nos lo mantenga como amenaza constante sobre las cabezas de quienes poseen fincas y, para conservarlas, enviarían a todos los demás a los frentes del hambre y del honor patrio, diciéndoles, a modo de consuelo, que la vida no es el supremo de los bienes. Dios nos conserve el comunismo para que esta gentuza, tan insolente que ya no sabe que inventar, no se nos vuelva más insolente todavía; para que la sociedad de quienes poseen el derecho de disfrutar en exclusiva y consideran la humanidad sometida a su mando suficientemente dotada de amor como la sífilis que recibe de ellos, para que esta sociedad, digo, al menos se vaya a la cama con una pesadilla. ¡Para que al menos se quede sin ganas de predicar moral a sus víctimas y se quede también sin humor para hacer chistes sobre ellas!
DdA, XIV/3610
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