viernes, 28 de julio de 2017

MI ABUELO MANUEL IGLESIAS, POR PABLO IGLESIAS


Lazarillo
Ayer tuvimos noticia de que Hermann Tersch, tertuliano en varios platós televisivos de la ultraderecha y columnista del diario conservador ABC desde hace algunos años, ha sido condenado por un juzgado de Zamora por haber acusado a Manuel Iglesias, abuelo paterno de Pablo Iglesias, de participar en varios asesinatos durante la Guerra Civil.  Según la sentencia dictada al efecto, esa acusación supone "una intromisión ilegítima en el honor del difunto", y en el de sus familiares, en especial en el de Francisco Javier Iglesias Peláez, padre del líder de Podemos. El demandado deberá indemnizar a la familia de Iglesias con 12.000 eruros, así como publicar a su costa el fallo de la sentencia a través de su perfil en Twitter y en ABC, y también a retirar de la web y del caché el artículo difundido por el citado periódico, que según la sentencia utilizó el columnista para "vulnerar el honor del demandante". Le corresponderá también al demandado correr con el pago de todas las costas procesales. Este Lazarillo, una vez conocida esta información, recupera unos textos de Manuel Iglesias, introducidos y dados a conocer por su nieto Pablo en el diario Público el 25 de noviembre de 2015, con ocasión de la visita que hizo a la localidad pacense de Villafranca de los Barros, donde discurrió la juventud de su abuelo, una vez compartida la satisfacción por la sentencia con mi amigo Javier Iglesias, digno defensor del honor de su padre. Vayan para Javier, con motivo de la ocasión, estos versos del poeta vasco Gabriel Aresti:

Defenderé 
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
 contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
 la casa de mi padre.
Perderé los ganados,
los huertos, 
los pinares;
perderé los intereses,
las rentas, 
los dividendos,
pero defenderé 
la casa de mi padre.
Me quitarán las armas
y con las manos defenderé
la casa de mi padre;
me cortarán las manos
y con los brazos defenderé
la casa de mi padre;
me dejarán sin brazos,
sin hombros 
y sin pechos,
y con el alma defenderé
la casa de mi padre.
Me moriré,
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá en pie.
 
Pablo Iglesias

Hoy viajo a Villafranca de los Barros, el pueblo en el que creció mi abuelo Manuel, para homenajear su memoria y la de todos los hombres y mujeres que, como él, lucharon por un país mejor. España tiene aún una deuda pendiente con aquellos que se enfrentaron al fascismo y lo pagaron con su vida, con la cárcel, con la tortura y con el peor de los exilios, el interior.

Hoy quiero compartir con vosotros “Siempre España”, un artículo que publicó mi abuelo el 10 de febrero de 1939 poco antes de que Franco les derrotara, así como el poema que escribió a su compañero celda poco antes de que éste abandonara la cárcel. Añado también unas notas autobiográficas suyas escritas poco antes de morir que fueron publicadas por Francisco Espinosa en “Masacre. La represión franquista en Villafranca de los Barros (1936-1945)”.

Creo que la historia de mi abuelo, socialista y cristiano, es representativa de la de muchos españoles que perdieron una guerra pero que nos dejaron un legado que será fundamental para hacer del nuestro un país mejor.

Siempre España

Manuel Iglesias Ramírez

(Vida Nueva, periódico al servicio del Régimen legalmente constituido,
Año IX, Úbeda 10 de febrero de 1939, Número 381).

Al Comisario de la 78 Brigada Mixta, Octavio L. Alba,
que hermanó al Código con el fusil.

Y una calurosa mañana del mes de julio salieron armados de todas sus armas, y no precisamente por la puerta falsa de un corral.
Un grito desolador corrió de parte a parte la Península. Había aparecido un monstruo. Un dragón horrible. La serpiente de las siete cabezas. Arrastrando su viscosa piel multiforme –el capitalismo internacional– avanzaba en el verde malva de la campiña andaluza el gigante macrocéfalo pero vacío de contenido. Le acompañaban sus tres hijos: La Incultura, La Traición y El Odio. Al gigante le llamaban el Fascismo y su lema era “Exterminio”. Iban derramando la sal, el azufre y el vitriolo sobre las plantas cloróticas y los campos yermos de Castilla.
Querían despaganizar a España, libertarla del pagano moralismo senequista, de la exótica doctrina marxista y del íntimo sentido liberal que nació en los viejos Fueros ibéricos, reverdeció en los Consejos castellanos y se maduró –libertad e independencia– en la Iglesia de San Felipe Neri en Cádiz. ¿Era esto lo que se proponía el gigante?… ¡No! Bien sabía él que la corriente senequista era españolísima; Seneca, Molinos y Ganivet no habían sido pasto del pueblo, y sí de la clase a que pertenecía el gigante.
El marxismo… ¿planta exótica? En la catalogación metodológica, como ciencia económico-política, bueno. En su íntima raíz y estructura humana y humanística, de ninguna manera; universal y apátrida, o mejor de todas las patrias. ¿Hemos olvidado la organización de las guildas y conventos del medievo español? ¿Desconocemos la influencia de nuestros teólogos en Tomás Moro y Campanella, que más tarde influenciaron a los Hegel, Von Stein, Marx y Engels?
El monstruo venía a imponer a Cristo, no en su doctrina y su obra, sino a cristazos; golpeando las cabezas de los agonizantes de duda y de los incrédulos; golpeándolas, con la madera de la cruz que Roma levantó para un “judío”, y Roma quiere hundir, en beneficio de otro grupo de judíos que maldicen de su raza y levantan al otro nuevo dios –el capital– un pedestal de hierro y de cadáveres.
El monstruo seguía avanzando. En su lucha contra liberales y demócratas del viejo continente sólo había encontrado como valladar y dique a sus legítimas aspiraciones, la ayuda de los vencidos en las luchas contra él. Esto, que parece paradójico, es una verdad incontrovertible; proclamada por Ortega y Gasset en su magnífico artículo “Sobre el fascismo–Sine ira et studio”. Es una abstracción –dice Ortega– hablar de la fuerza de un Ejército. La fuerza de un ejército depende de la del otro, y uno de sus ingredientes es la debilidad del enemigo. Y así ocurrió. Frente a la acción destructora, solapada y cruel del monstruo, sólo se levantó la inacción de liberales y demócratas. Hasta que la bestia tendió uno de sus tentáculos hacia España.
España que inició la contrarreforma. España que parió un mundo nuevo. España que creó la palabra “liberal” y que derrotó a Napoleón, era algo superior y distinto a toda la Europa occidental, decrépita y en ruinas.
Y una calurosa mañana de julio un grupo de jóvenes desarrapados y sucios, empuñaron unos viejos fusiles –tan viejos como la adarga y el lanzón del símbolo de la raza, Alonso Quijano el Bueno– y en las crestas de Guadarrama, en las calles de Madrid y Barcelona, en los llanos extremeños y en el barrio trianero de Sevilla –filigrana de oro viejo en la forja del negro diamante del Sindicato del Puerto– iniciaron la terrible lucha, el inconmesurable encuentro, el choque apocalíptico.
Los campos se cuajaron de rojas amapolas –sangre del pueblo eterno– y de negros cuajarones del gigantesco sapo. La lucha sin igual y fantástica sigue a los dos años de comenzada. Pero la aurora blanca que delicadamente arrastra a las verdes estrellas, se aproxima.
Hermanos atended. Escuchad amigos. La batalla va a llegar a su fin.
El monstruo morderá el polvo de coraje y de impotencia. Y la estrella roja, la que fue daga deshaciendo arterias, se envolverá en el opal cobalto de la tarde morena de España. Luego, por nuestros muertos, un duelo de trabajos.
Yunques sonad, enmudeced campanas[i]
M. Iglesias Ramírez
Úbeda del Renacimiento 1939.

[i] El final está tomado de Antonio Machado y su poema a Giner de los Ríos: “Vivid, la vida sigue / los muertos mueren y las sombras pasan / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques sonad; enmudeced campanas!”.
FUENTE : Francisco Espinosa Maestre: Masacre. La represión franquista en Villafranca de los Barros (1936-1945) Sevilla : Aconcagua Libros, 2011. Págs. 224-225.


Llegó la libertad para el compañero de celda
Para Fernando Molano
No tengas pena…
No me digas nada…
Si no puedes hablar de contento
Desde que te han dicho que vas para casa
¿Para qué me miras?
¿Para qué me hablas?
Si no aciertas a decir seguidas
Ni cuatro palabras
Casi me dan risa
Tu risa y tu cara
¡Me pareces tan raro, tan serio
Con esa corbata!
Si ya no te acuerdas de hacer la lazada:
Así…media vuelta…
Y tira hacia abajo, que quede apretada
Quítate el piojo
Que te sube por esa solapa
¡Condenados! Ya ves, todo nuevo
Y parece como si brotaran
De los mismos poros…;
¡Claro que un piojillo no tiene importancia!
Échate la gorra hacia atrás
Que se te vea la cara
¡La cara de gloria con ojos de fiesta
Del preso que marcha!
Deja que te mire…
¡No me digas nada!
A ver si es que puedo llevarte al rastrillo
Sin soltar las lágrimas
A ver si soy hombre y te doy la mano
Sin volver la cara…
Si ves a mis hijos…
-aquel pequeñito que siempre sentaba
Sobre mis rodillas, por hacerle fiestas
Al llegar a casa…
Y aquel ángel rubio que no se dormía
Por las noches, si no le besaba-
Diles que me quieran
Que ya pronto, muy pronto, es la marcha
…Pero no, que podría dolerles
Si supieran mi angustia y mis ansias
Y no quiero que lloren
Ni quiero que tengan pena por mi causa
Si ves a mis hijos
no les digas nada
Tírales un beso
Que es la mejor frase que recita el alma
Saluda a mi esposa
Saluda a mi madre…
A mis bien amadas
Y diles que bebo su ausencia
En la bella copa de azules mañanas
Dame ya la mano
Y vete a la vida que tu vuelta aguarda
No me tengas pena
No me digas nada
Que esa misma cancela que hoy se abre para darte paso
Se abrirá mañana
Y entraremos de nuevo en la vida
Los que ahora quedamos soñando esperanza
¡Adiós… y no vuelvas…!
¡Sécate esa lágrima!

Nota autobiográfica de Manuel Iglesias Ramírez
Nací, en el seno de una familia modesta, el año 1913, en Villafranca de los Barros (Badajoz). Estudié el bachillerato en el Colegio de los P.P. Jesuitas de mi pueblo. Desde el ingreso hasta cuarto curso, que en el 1926, los jesuitas suprimieron en sus colegios 5º y 6º cursos de bachillerato porque no estuvieron conformes con el plan agustiniano de Eduardo Callejo, Ministro de Instrucción Pública de la dictadura de D. Miguel Primo de Rivera. Por esta razón cursé los años 5º y 6º del bachillerato en el Colegio de los Salesianos de Utrera (Sevilla). Fui premio Extraordinario en el llamado entonces Examen de Estado, en el bachiller superior de letras.
Terminado el bachillerato en junio de 1929, me matriculé en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla. Y en octubre de ese mismo año, 1929, ingresé en las Juventudes Socialistas sevillanas, en el local que entonces tenía el Partido en la calle Trajano nº 16, siendo Presidente y Secretario, respectivamente, el Doctor Aceituno y Herme-negildo Casas. Durante mi estancia en Sevilla, fui presidente de le F.U.E. (Federación Universitaria Escolar) desde 1932 al 34. Representé, como Delegado, a la F.U.E. de Sevilla, en los tres Congresos Nacionales de la U.F.E.H. (Unión Federal de Estudiantes Hispanos), en el de Madrid (1931) y en los de Valencia (1933) y Sevilla (1934). Hice, como “telonero”, las tres campañas electorales de la República por la provincia de Badajoz. La primera (1931) con Margarita Nelken y D. Gustavo Pittaluga, el microbiólogo universal. La segunda (1933) con la Nelken y Juan Simeón Vidarte, y la tercera (1936) con la Nelken, Juan Simeón Vidarte Franco-Romero y Ricardo Zabalza Elorga.
Terminada la carrera y licenciado en Derecho por Sevilla, en junio de 1934, con doce Matrículas de Honor, me licencié en Historia de América en la Universidad Hispanoamericana de Sevilla que dirigía el Catedrático de Historia del Derecho D. José María Ots y Capdequí. En septiembre del 34 fui detenido por primera vez en mi vida como consecuencia de la huelga revolucionaria de Asturias, contra la que voté en el seno del Partido. Cuando se produjo la unificación de las juventudes socialista y comunista, no me quise unificar, seguísiendo simplemente socialista. Aquella unificación, inspirada por Carlos Baraibar, Julio Álvarez del Vayo, y sobre todo, por Luis Araquistain desde la revista “Leviatán”, trajo luego el arrepentimiento de estos hombres (Véase el libro póstumo de Araquistain –”El pensamiento español contemporáneo”, Ed. Losada, Buenos Aires, 1962, prologado por Luis Jiménez de Asúa). Pero al no unificarme fui tachado de socialfascista y besteirista, pese a haber militado, dentro de la F.U.E., en el B.E.O.R. (Bloque Estudiantil de Oposición Revolucionaria) que dirigían Fernando Claudín y Manolo Tagüeña; el primero vivo y el segundo muerto, pero ambos separados del Partido Comunista (Véanse sus libros respectivos “La crisis del comunismo” y “Testimonio de dos guerras” –Ediciones Oasis– México, 1973).
El estallido de la guerra civil me cogió en Madrid. El día 22 de julio de 1936 fui convocado por Margarita Nelken y Jesús de Miguel, ambos diputados por Badajoz, en la Ciudad Universitaria, y allí se me entregaron 75 fusiles del año catapúm, para que los llevara al pueblo, y con ellos hacer frente a los moros y al tercio, que, mandados por el Comandante Castejón, subían de Sevilla a Badajoz. A las órdenes del Coronel Puigdengolas, les hicimos frente a las fuerzas fascistas en la Sierra de San Jorge, en los Santos de Maimona. Al primer choque, aquellos hombres, entrenados y aguerridos, nos disolvieron y nos hicieron huir a la desbandada. Yo tomé el último tren que salía de Mérida para Madrid, y a eso le debo la vida.
En la sentencia que se dictó contra mí –Manuel Iglesias Ramírez y 43 más– (cuarenta y una penas de muerte, entre ellas la mía) en Úbeda (Jaén) el 27 de junio de 1939 (Sumarísimo de urgencia nº 15.524), se dice que, en estos días, yo asalté el Cuartel de la Guardia Civil de mi pueblo. Yo solito, frente a un gran número de guardias. Nada más lejos de la verdad. Para evitar un día de luto, invité a los guardias civiles a que, uno a uno y acompañados por mí, fuéramos a las casas de las familias amigas de ellos que me señalaran y que permanecieran allí. Así lo hicimos y la cosa resultó bien. En Villafranca de los Barros, entre los días 18 de julio y 6 de agosto de 1936 no se mató a ninguna persona de derechas, ni tampoco luego. Los únicos muertos de Villafranca fueron Paco Corredera y Hernández Prieto (sic), ambos de Falange, que al huir de nuestro pueblo fueron asesinados en Fuente del Maestre. Pese a esto cuando entraron las fuerzas fascistas en mi pueblo asesinaron a más de 600 personas.
Vuelto a Madrid, me nombran Comisario del Batallón “Margarita Nelken”, que mandaba el egregio ferroviario de Mérida Nieto. Estuvimos en la Universitaria y en Usera. Un período de descanso a principios de 1937 en Alcázar de San Juan (C. Real) y un comunicado de Indalecio Prieto por el que se me nombra Teniente Auditor para Aragón, a las órdenes directas del general Pozas y a las indirectas del Gobernador especial D. José Ignacio Mantecón. En agosto del 37 me entero en Bujalaroz de que han convocado oposiciones para el ingreso en el Cuerpo Jurídico Militar de la República. No me gusta el haber sido designado por Prieto sin más, y acudo a Valencia, hago las oposiciones, gano plaza y salgo como Teniente Auditor en Campaña con destino, como Secretario Relator, al Tribunal del VI Cuerpo de Ejército, que primero estuvo en El Pardo y luego en Hoyo de Manzanares.
El jefe de este Cuerpo de Ejército, Teniente Coronel Ortega, fanático comunista, no se entiende conmigo. Me hace la vida imposible. Acudo a Indalecio Prieto y le relato mis cuitas. Me traslada al IX Cuerpo de Ejército, mandado por un socialista y militar profesional, D. Francisco Menoyo Baños, y en el que está de Comisario un viejo amigo mío y antiguo socialista, Cayetano Redondo. Me nombran Auditor-Presidente del Tribunal Militar radicado en Úbeda. Allí aparte mi labor jurídica, hice campañas político-sociales de las que son buena prueba los periódicos de la época. Conquisté amigos en todos los bandos, porque yo jamás, conscientemente, he causado mal a ninguna persona, pensare como pensare. Mantuve, eso sí, la máxima disciplina en mi Cuerpo de Ejército, pero siempre a través del Código. Juzgado en Consejo Militar el día 27 de junio de 1939, en el Ayuntamiento de Úbeda, fui condenado a muerte y en esta situación estuve cinco meses y cinco años y medio en las cárceles de Úbeda, Puerto de Santa María y Sevilla.
En el juicio no se me dejó hablar ni alegar nada y cuando al final pronuncié la frase “si los hombres nos conociéramos mejor, nos odiaríamos menos”, se me llamó “chulo” y se dio por terminado el Consejo. Desconozco el nombre del Fiscal Jurídico-Militar, así como el del Alférez que me defendió –es un decir– y que nunca habló conmigo. El Fiscal, para probar que yo, desde el punto de vista religioso no era un creyente –¡que sí lo soy!– me atribuyó unos versos de Antonio Machado “A la muerte de Giner”: “Yunques sonad, enmudeced campanas”, que yo había traído a colación en el periódico “Democracia” de Jaén cuando murió en Francia D. Antonio.
En la sentencia contra mí dictada se dice que soy un marxista ortodoxo desde mis más tiernos años. Lo que tampoco es cierto, porque yo soy, desde los 16 años, un socialista humanista, en la línea de los Pablo Iglesias, Jaime Vera, Fernando de los Ríos, Besteiro y todos aquellos hombres trabajadores que desde Llaneza a Saborit, pasando por Trifón Gómez y Lucio Martínez, siguieron las normas éticas del P.S.O.E.
Después de la cárcel, y colocado por una cuñada mía, he trabajado en el Ministerio de Trabajo al Servicio del Seguro Obligatorio de Enfermedad, que nosotros no creamos. Tengo seis hijos, todos con carreras universitarias. Sigo tan pobre como cuando nací y lo único que odio en este mundo son las dictaduras, lo mismo las del sable que las del partido. Mi libertad termina donde empieza la tuya y viceversa. Socialista humanista antes y ahora… Aquí estoy otra vez.
Mi lucha en la clandestinidad arranca de 1946 y poseo, de esa fecha, el carnet nº 17. Ahora, se me nubla la vista cuando veo a tantos jóvenes y no jóvenes, arrogantes y en posesión de la verdad –”su verdad”-– de ambiciones personales. Ha vuelto a surgir el mito de Eróstrato. Éste incendió el templo de Diana para pasar a la historia; en este momento de España, los advenedizos matan a su madre para salir en los periódicos y ser jefecillos de facciones. Hay mucho impudor y desvergüenza. De los líderes actuales conocí a muy pocos en la clandestinidad, de los candidatos que presenta el P.S.O.E. renovado sólo conozco a nueve que actuaron entre los años 1946 y 1960.
No ataco a nadie, sólo hago una confesión sincera, cuyos extremos puedo probar fehacientemente. Una confesión de socialista de 1929, año en que fundamos la casa del Pueblo de Villafranca de los Barros Saborit, Lucio Martínez y el que suscribe.
He publicado nueve libros sobre materias laborales, políticas y literarias.
Fdo. : Manuel Iglesias Ramírez

Post scríptum de mi abuela:
“… y he dejado esta vida en Rascafría,
en la madrugada del 6 de julio de 1986…”
  

DdA, XIV/3595

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