El último escarnio, que es al mismo tiempo una ofensiva social en toda
regla, de esa gentuza es la decisión del ayuntamiento de Guadalajara,
manejado por el partido del gobierno, de pasar factura a la hija
nonagenaria (Asunción Mendieta) de un fusilado (Timoteo Mendieta) ya terminada la guerra, por los gastos (por
otro lado ya liquidados) de exhumación; conminándola, por motivos
peregrinos, por si fuera poco el agravio a devolver los restos de su
padre a la fosa de la que han sido exhumados.
Jaime Richart
Imaginamos, quienes no hemos estado en una guerra -que
somos la inmensa mayoría-, los horrores de la guerra y también el mayor
horror, si cabe, que pueda haber en una guerra civil, una guerra entre
hermanos.
Sabemos asimismo, del horror de la
posguerra española y los más de un centenar de miles de fusilados por
los ganadores una vez terminada. Sabemos que una vez muerto el dictador,
un ministro versátil suyo tomó las riendas de la reorganización del
Estado para convertirlo de la dictadura vitalicia que fue a Estado
sometido al derecho y no al capricho del tirano (luego se ha ido viendo
otra cosa). Personaje éste que convocó a seis personas a las que llamó
padres de la Constitución, las cuales habrían de elaborarla en parte a
voluntad del dictador empeñado en restaurar la monarquía y al monarca
elegido por él, y en otra parte a la suya propia. Sabemos que la
voluntad de ese ex ministro franquista seguía siendo marcadamente
autoritaria por actos políticos que le identificaron en su momento con
el dictador. Y sabemos por eso mismo que, al no ser posible que perdiese
su condición envenenada, la constitución y leyes orgánicas que fueran
luego promulgándose habrían de vigilar estrechamente los intereses
materiales y morales de los herederos de los ganadores de esa guerra
civil. Sabemos, en fin, que en España, hasta hoy, 2017, por estos
antecedentes y por la ausencia absoluta de voluntad, tanto política como
ordinaria, no ha habida reconciliación entre los hijos, los nietos y
los biznietos de los ganadores y los perdedores.
Que
no ha habido voluntad política de reconciliación lo prueba el hecho de
no haber habido nunca manifestación explícita al respecto, pero también
la negativa permanente a dicha reconciliación por parte de quienes han
ido desfilando por los partidos políticos que en otro país podrían
llamarse conservadores y que entre nosotros son el espíritu vivo del
inmovilismo; voluntad que se hubiera puesto de manifiesto simplemente
con cumplir taxativamente una ley, la de memoria histórica, para superar
el traumático sentimiento de millones de españoles que no sólo
perdieron aquella guerra sino que hubieron de vivir después, a lo largo
de toda la dictadura, marcados por la “ignominia” de haberla perdido o
ser descendientes o familiares de perdedores.
Pues
bien, han ido pasando los años, y no sólo no ha habido gesto alguno que
hiciese pensar en el deseo de reconciliación por parte de los políticos
que han representado el pensamiento mal llamado aquí conservador porque
es en realidad el de la mayoría franquista, si no que quienes han
gobernado la mayor parte del periodo convencionalmente democrático o no
la han cumplido o no han permitido que se cumpla la ley de memoria
histórica. Y no sólo eso, es que en cuantas ocasiones han tenido de
responder ante lo previsto para ese cumplimiento que han hecho
imposible, su actitud y comparecencias públicas han sido tan hirientes
como lo son siempre la del bravucón y el desalmado frente al débil...
que en este caso son los hijos, los nietos y biznientos de los
perdedores de aquella estremecedora guerra civil, la última habida en la
vieja Europa.
Así las cosas, una pregunta que
no cesa a medida que aumentan los abusos y el desprecio hacia quienes no
son de ellos de esa porción indeseable de españoles.... Una pregunta a
esos desechos de político, a esos pervertidos por la prepotencia, a esos
miembros de un partido que desde el nacimiento de esta parodia
democrática cuentan con las instituciones, con la mayoría de los medios
de información, con el ejército, con las policías, con la banca, con el
fruto de sus rapiñas y con una porción importante de la "fuerza"
judicial que interpreta leyes urdidas al gusto de los ganadores: ¿qué
imaginan habrán todos ellos de sembrar en los ánimos de la población
común?
El último escarnio, que es al mismo tiempo una ofensiva social en toda regla, de esa gentuza es la decisión del ayuntamiento de Guadalajara,
manejado por el partido del gobierno, de pasar factura a la hija
nonagenaria de un fusilado ya terminada la guerra, por los gastos (por
otro lado ya liquidados) de exhumación; conminándola, por motivos
peregrinos, por si fuera poco el agravio a devolver los restos de su
padre a la fosa de la que han sido exhumados.
Es
tal el abuso, es tal el desprecio hacia las clases populares y
desfavorecidas; es tal el desafío de esa canalla, que el odio hacia
ella que va acumulándose en las capas altas y bajas de la atmósfera ya
de por sí enrarecida de este país va a terminar percutiendo una reacción
en cadena equivalente a la que genera la fisión del átomo en una
deflagración nuclear.
DdA, XIV/3586
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