Lo dice Montero en el obituario que firma a continuación y hoy publica el diario El País: Malén fue la primera mujer que dirigió en España -aunque fuera por breve tiempo- una cadena de periódicos, los 26 diarios que entre 1982 y 1984 constituían los Medios de Comunicación Social del Estado. Fue entonces cuando este Lazarillo, por decisión de Malén, fue nombrado director de uno de esos periódicos. Siempre le agradeceré esa muestra de confianza en mi profesionalidad, tras la celebrada victoria del Partido Socialista en octubre de 1982, y el apoyo que como máxima responsable de esa cadena me prestó cuando como director hube de sentarme en el banquillo por ejercer la libertad de información y opinión. La noticia de su muerte me toca especialmente porque en esos años yo creía mucho más que ahora en el periodismo que se podía hacer en este país, y ella era en parte una razón fundamental de esa creencia, pues en aquel diario hubo total libertad y pluralidad de crítica, tal como debía ser en aquella perecedera prensa pública. La muerte de Malén me recuerda a un joven compañero ya fallecido, que al iniciarse en el oficio decía amarla por la libertad, fuerza vital y pujanza de su carácter. Javier tenía razón: era la nota distintiva de quien acaba de irse, tal como apunta también Montero, que tuvo la suerte de compartir con Aznárez Torralvo mucha más vida profesional en el diario El País, hasta el punto de encomendarle las líneas que siguen:
Rosa Montero
Estoy escribiendo esta necrológica porque Malén me lo pidió,
o más bien me lo mandó, como la buena periodista de dirección que era,
antes de entrar en quirófano para intentar librarse del tumor cerebral
que le acababan de descubrir. Siempre fue una fuerza de la Naturaleza,
una mujer libre y audaz con un dominio admirable de su realidad, y esa
reciedumbre se mostró en todo su esplendor en los días anteriores a la
peligrosa operación, cuando dejó arregladas su vida y su muerte hasta el
más mínimo detalle sin perder en ningún momento el sentido del humor y
la sonrisa. El melodrama no iba en absoluto con ella.
La
conocí en 1971, cuando ambas empezábamos nuestra carrera periodística.
Ya entonces me deslumbraron su lucidez, su socarrona sensatez, su pasión
por el periodismo, su fuerza vital arrolladora. Se la veía imparable y,
en efecto, desarrolló una carrera brillante. Esta santanderina nacida
en 1943 fue la primera mujer en dirigir una cadena de periódicos en
España, los 26 diarios de Medios de Comunicación del Estado (entre 1982 y
1984). Tras ser adjunta a la dirección de Radio Nacional de España,
dirigió los servicios informativos de esta radio pública (también ahí
fue la primera mujer en ocupar el puesto). En 1988 se integró en la
redacción de EL PAÍS, en donde fue redactora jefa de Sociedad, Defensora
del Lector y reportera y entrevistadora para El País Semanal, así como
profesora del Master. Actualmente era presidenta de Reporteros Sin
Fronteras, cargo para el que fue elegida en 2011 y en el que trabajó, me
consta, hasta la extenuación. Murió, pues, como siempre había vivido:
siendo solidaria, comprometida y luchando por un mundo mejor. Era una
guerrera.
Malén Aznárez,
que me sacaba algunos años, me enseñó muchas cosas. Aprendí a separar
la paja del trigo, a valorar los ingredientes verdaderamente importantes
de la vida: la amistad, el amor por el trabajo bien hecho, el arte, los
pequeños placeres, la cultura. Me mostró el pinar de Valsaín, cerca de
Madrid, y la belleza de la música de Dvorák. Siendo yo aún muy joven me
explicó que el temor al futuro nos impedía disfrutar del presente, y que
había que vivir el hoy con plenitud y gozo. Además fue mi modelo de
alta ejecutiva. Cada vez que alguien soltaba la tópica cantinela de “las
mujeres no sabéis mandar”, yo la ponía de ejemplo: cómo que no, ahí
está Malén Aznarez, que manda mucho y además muy bien, con equidad y
respeto; con responsabilidad, imaginación y serena eficacia.
Pero lo mejor de Malén era que, teniendo una carrera tan
importante como la suya, sin embargo de lo que ella se sentía
verdaderamente orgullosa era del puñado de viajes que había hecho como
reportera de EL PAÍS. Fueron viajes dificilísimos, exóticos, muy
peligrosos, como el primero de los dos que realizó a la Antártida,
cuando estuvo a punto de naufragar en un barquito mísero agitado por
mares infernales; o como la expedición a Níger y Chad, el más duro de
sus periplos africanos. Era intrépida, estoica, resistente; era ese tipo
de persona que disfruta viviendo unas aventuras que a los demás nos
ponen los pelos de punta, y que luego es capaz de narrarlas de tal
manera que te mueres de risa al escucharlas. Por desgracia no llegó
nunca a redactar el libro que pensaba hacer sobre sus viajes. Una pena,
porque además escribía maravillosamente bien.
Le encantaba vivir y supo morir, y ambas cosas son un gran
don. Con estremecedora coincidencia, nos ha dejado justo al año de que
falleciera su marido, Manuel Antolín, otro valiente. Yo le agradezco al
destino haber podido disfrutar de Malén Aznárez durante varias décadas.
“Y tú, Rosa, vas a escribir mi necrológica”, me ordenó. Y aquí estoy.
DdA, XIV/3597
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