miércoles, 7 de junio de 2017

MADRES DE SATURRARÁN: CARTAS A MEDIANOCHE

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Félix Población

Hace unos días, con ocasión del acto que tuvo lugar en la Plaza Mayor de Salamanca con la presencia del reputado jurista Baltasar Garzón, en el que se celebró la inminente retirada (9 de junio) del medallón de Franco, la profesora jubilada Matilde Garzón leyó unas cuartillas en las que recordó a su madre maestra, presa en el penal de mujeres Saturrarán durante la posguerra. 

Recuerdo que cuando conocí a Matilde me habó del diario que su madre escribió día tras día, ya octogenaria, en el que fue anotando su vida en prisión hasta la misma fecha en que falleció.  Fueron emocionantes las palabras de mi estimada Matilde, cuya lucidez y enérgica dicción sorprenden a sus noventa años. Por Matilde, por su madre, por todas las presas y por sus hijos, amplio la dedicatoria con la que el excelente poeta mierense Nacho González recuerda a las más de 500 reclusas asturianas internadas en esa cárcel.  

Entre 1938 y 1944 el antiguo balneario de Saturraran alojó a un total de 4.000 presidiarias, de las que fallecieron 120, así como 57 niños y niñas. La fotografía es de 1938 y tal como como señala Nacho, decenas de esos niños y niñas les fueron arrebatados a sus madres. ¿No hay en este país un guionista, un cineasta capaz de recrear semejante atrocidad en aquella España negra?  

El historiador Ricard Vinyes recoge los hechos en su libro Presas políticas: “Funcionarias y religiosas ordenaron a las presas sin previo aviso que entregasen a sus hijos. Al parecer hubo un alboroto considerable, palizas y castigos. Teresa Martín tenía cuatro años y sólo recuerda estar siempre con su madre: Siempre o en brazos de mi madre o de la mano de mi madre. Sólo nos separaron una vez, pero fue para siempre". Cartas a medianoche es el título de este poema de Ignacio González, cuyos libros leo y releo siempre con la emoción a pie de palabra.

Déjame que te escriba cartas a medianoche,
cartas desgarradoras que repitan tu nombre
para hacer que tu amor nazca continuamente
y recuerdes el sol y la primera herida,
los guijarros bañados por las lágrimas,
las olas que sacuden
los triste arenales de estas playas del norte.
He grabado tu rostro en cada rosa negra
del jardín de este patio que marchita mis días,
junto a los siete cielos de tus siete años
y los labios ya secos de los besos.

No soporto la vida si no va de tu mano
y saludo a las aves desde el patio
que me dicen adiós con su aleteo
y van en busca tuya y no regresan nunca.

Soy una madre muerta en este cuerpo triste
que viste los andrajos de los últimos días,
bajo la yerma luz y el musgo seco
encerrada en los muros
de esta cárcel de locas libertarias.


DdA, XIV/3557

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