Escuché a un experto en un documental que bromeaba sobre el instinto suicida de nuestra especie respecto al cambio climático: "Vamos a toda velocidad, directos hacia el precipicio, pero ¡en qué cochazos!"
Algo me dice que los más celebres negacionistas del
cambio climático como Trump, Putin, Aznar o el primo de Rajoy no
combaten la pertinaz canícula que nos asola con un folio reconvertido en
abanico. Seguro que desafían los perversos peligros que encierra el
aire acondicionado, según afirma algún consejero de salud autonómico,
para no sudar la gota gorda. Y será por eso (porque viven aislados en
una burbuja térmica, fresquita y confortable) que siguen manteniendo que
esto del cambio climático es una chorrada inventada por izquierdosos,
progres y apocalípticos. No vayan a pensar que su obstinada negación
podría proceder de siniestros vínculos con las grandes industrias
petroleras. Eso sería entrar en la conspiranoia, ¿no? Bueno, el caso es
que mientras medio mundo se achicharra, grandes masas forestales arden
pasto de las llamas, avanzan las superficies desérticas y se avecinan
masivas migraciones humanas huyendo de las consecuencias, la última
cumbre internacional sobre el clima reveló la indiferencia homicida que
las grandes potencias muestran por la cuestión.
La cosa pinta
mal. Las olas de calor son maremotos que duran ya de mayo a octubre.
Aquí los niños caen fulminados en unas aulas que se transforman en
hornos crematorios. Barracones con techos de uralita que pueden alcanzar
más de cincuenta grados, sin toldos ni persianas, los únicos edificios
públicos que no tienen aire acondicionado en sus instalaciones. Pero no
crean ni por asomo que se trata de un desprecio absoluto por la salud y
el bienestar del alumnado de la educación pública. Eso sería vil
y clasista. Ni tampoco por falta de medios. ¡Si andamos sobrados! Si se
permite que estas criaturas se cuezan a fuego lento en su propio jugo
es para forjar carácter. Para que se curtan cara al infernal futuro que
les espera gracias a la pasividad de los actuales adultos. ¿Qué pasaría
si se viciaran a estudiar en una atmósfera fresquita y agradable? Que
acabarían siendo unos flojos. Mejor que aprendan ahora, en sus tiernas y
sudorosas carnes, que con un abanico de papel (pliega, pliega,
pliega...) y una botella de agua, van que arden, nunca mejor dicho.
También
lo hacen pensando en su salud. Porque hay que ver la de gérmenes y
resfriados que evitan a estos críos privándoles del aire acondicionado.
Ya lo padecen estoicamente por ellos políticos, funcionariado y hasta
los abueletes que visitan diariamente el consultorio. ¡Salvemos a los
niños de esta plaga! Pero a los de la pública, ¿eh? Los de la privada,
convenientemente subvencionados, no tendrán que acudir en bañador a sus
colegios. Se expondrán a muchos agentes patógenos pero, a lo mejor,
hasta pueden concentrarse en sus estudios en un ambiente que no se
asemeje a las calderas de Pedro Botero. Todo tiene ventajas y
desventajas. Para que luego digan que no hay equidad.
No hay
peor ciego que el que no quiere ver. Y negar el cambio climático no nos
va a librar de sus devastadores efectos. La ONU y su grupo
intergubernamental de expertos ha denunciado que uno de las
consecuencias más catastróficas del cambio serán los incendios de
grandes masas forestales. El calor y la sequía alimentan la posibilidad,
como se ha demostrado en Portugal, de que factores tan aleatorios como
un rayo desencadenen una tragedia de enormes dimensiones. Sin embargo,
los montes y los recursos de extinción se privatizan poniendo su
seguridad en manos de especuladores mercantiles. El año pasado los
grandes incendios forestales crecieron en España un 50%.. Solo en el mes
de abril de este año, se arrasaron miles de hectáreas. A este ritmo, la
península ibérica lleva camino de convertirse en un terreno yermo y
calcinado en poco tiempo. Paradójicamente, nuestro país sufre desde hace
años una política de recortes y privatizaciones en los recursos contra
incendios. ¿Acaso les parece una cosa menor?
Escuché a un experto en un documental que bromeaba sobre el instinto suicida de nuestra especie respecto al cambio climático: "Vamos a toda velocidad, directos hacia el precipicio, pero ¡en qué cochazos!" Lo
recordé cuando leí que los Emiratos Árabes pretenden remolcar icebergs
desde la Antártida para cambiar su clima. Parece ser que los jeques han
decidido convertir su desértico país en un gigantesco campo de golf
verde como Irlanda. La "jaimitada" de los amos del petróleo podría
acelerar drásticamente el cambio climático, según mantienen los
científicos, debido a la evaporación de esas enormes masas de hielo en
la atmósfera. Además se liberaría agua dulce en el agua del mar
alterando gravemente el ecosistema marino. Vamos, mal rollo.
En
cualquier caso, vayan acumulando folios y cartones. Dudo que sirvan de
mucho cuando nos hierva literalmente la sangre en las venas, pero puede
ser terapéutico. Dobla que te dobla mientras arde la casa. ¿Los
pirómanos? Detrás de ellos que venga el fin del mundo. Como se dice en
esta tierra aragonesa: "El que venga atrás, que arree".
DdA, XIV/3566
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