Félix Población
En
1946, una vez terminada la segunda Guerra Mundial, los exiliados republicanos
instalados en la localidad francesa de Rodez -adonde habían llegado hasta 700 a
partir de 1939-, pusieron en marcha una curiosa publicación de humor y combate,
tal como reza la cabecera de la revista Don
Quijote, acerca de cuyos redactores se desconoce hasta ahora la identidad.
Cada uno de los artículos que aparecen en su corta vida, de junio de 1946 a
marzo de 1947, lleva por firma la de los personajes de la inmortal obra de Cervantes.
Que en esa época se haya dado en el exilio un periódico de esas características
es sumamente llamativo, pues los ánimos no eran los más propicios para el
humor, ni tampoco para el combate.
El
director no podía ser otro que el propio don Quijote, con Sancho Panza como
redactor-jefe. La infanta Micomicona hace de secretaria de redacción, y entre
los colaboradores se encuentran la condesa Trifaldi, Teresa Panza, Sansón
Carrasco, el Caballero del Verde Gabán, Maese Pedro, Dulcinea y hasta el
mismísimo Rocinante. No falta el concurso de algunos adláteres de la dictadura,
a lo que se les aplica apodos tales como Jamón Serrano (por Serrano Súñer) o
Jacinto Indecente (por el Nobel don Jacinto Benavente), a quien la publicación
le tiene una especial ojeriza, a juzgar por el artículo publicado en el primer
número, “Don Jacinto Benavente habla sin miedo al relente”, tras el regreso del
dramaturgo a la España franquista desde Argentina.
Pese
a desconocer la identidad ideológica de quienes durante su breve periodo de
edición redactaron las cuatro páginas de que constaba la revista, es de tener
en cuenta que, junto a Don Quijote, se publicaba en la misma ciudad la revista
Unión, y los dos periódicos los animaba un mismo objetivo: conseguir borrar las
divergencias entre sindicatos y partidos políticos a fin de conseguir la
necesaria unidad de acción contra Franco y el apoyo de las democracias
occidentales. Es muy posible que quienes participaron con sus artículos en
Unión también lo hicieran en Don Quijote, pues entre las dos redacciones apenas
había medio kilómetro de distancia. Puede ser, por ello, que redactores de la
primera revista como Mario Aguilar, Luis Capdevila, Juan de Castilla, Roberto
Madrid, César Calderón o Jacinto Luis Guereña –a quien tuve el gusto de
conocer-, también colaborasen en la segunda.
Geneviève
Dreyfus-Armand, autora de un exhaustivo libro sobre la emigración política
española a través de la prensa (1939-1975), cree que Don Quijote es obra tal
vez de militantes libertarios, opinión que no se atreve a certificar Eutimio
Martín, autor de la magnífica edición de la revista que comentamos, y que
incluye los nueve números facsimilares publicados en su corta historia. Según
Martín, sí se parece deducir de la lectura de sus páginas un evidente
compromiso con la política en el exilio de Juan Negrín. En ese sentido es
revelador que el primer número del periódico aparezca en junio de 1946, cuando
ya había sido defenestrado Negrín y José Giral había sido elegido presidente de
la República, tras la aciaga jornada del 17 de agosto de 1945, que supuso la anulación de toda esperanza para conseguir
el restablecimiento de la República en España.
Ese
primer número de la revista ofrece en su editorial, a modo de presentación, un
artículo en el que don Quijote y Sancho anuncian su aventura con espíritu
batallador por el bien de la República, decididos a salir a los caminos de la
política española “para limpiarla de malandrines, enanos y hechiceros”, tanto
de las mesnadas falangistas y “su encantador el enano del palacio, como de esos
otros hechiceros que quieren comerse
la sopa boba a costa del pueblo”. Esta referencia bien puede ser a la clerecía
franquista o a esos refugiados que quieren comerse el bollo sin haberlo cocido.
Se trata, en palabras del editor, de los dirigentes políticos republicanos que
han resistido contra el nazi-fascismo en Moscú o América Latina y han vuelto
dispuestos a cerrar el camino del poder a los que se han granjeado el respeto y
la consideración política como combatientes en la palestra de la segunda Guerra
Mundial. Junto a ese editorial, hay un primer artículo que critica la inflación
de miembros del ampliado gobierno de José Giral, como si a los antinegrinistas
les hubieran tirado ministerios a la rebatiña.
Pero
si Don Quijote nació con esa declaración de intenciones, no menos significativa
es la lectura del último número de la publicación, el nueve, en el que el
director y su redactor-jefe mantienen un interesante diálogo no exento de ojo
clínico bajo el titular ¿Monarquía o República?, muy distinto al coloquio que
habían tenido en el primero. Sancho Panza, partidario del comedimiento, estima
que no siempre es oportuno pelear, pues el acuerdo con los monárquicos para
echar al dictador –tal como planeta el secretario general del PSOE, Rodolfo
Llopis, nuevo presidente republicano- podría ser el medio más eficaz para
implantar la República. Don Quijote considera demasiado cándido a su fiel escudero
y estima errónea la estrategia, pues la República solo se podrá establecer un
día defendiéndola abiertamente: “No hay que ser un Cicerón para comprender que
si nosotros ofrecemos a la monarquía la incertidumbre de un plebiscito y Franco
le ofrece el poder sin plebiscito y con el apoyo de los militares, Don Juan
–con todos sus reparos- acabará por aceptar”.
Ciertamente,
el Caballero de la Triste Figura tenía razón, pues aunque Prieto llegó en San
Juan de Luz a un acuerdo con los monárquicos, en agosto de 1948, pronto
comprobará que el hijo de Alfonso XIII le tomó el pelo en cuanto encargó al
dictador la educación de su hijo Juan Carlos, sucesor a la larga del general
faccioso en la jefatura del Estado y actual rey emérito.
Acompaña
a la edición facsimilar de Don Quijote un primer número de hoja volandera
Aquelarre, fechada en septiembre de 1954, y que ofrece dos romances
antifranquistas. El primero, firmado por Píndaro Pérez, es un sarcástico
remedo del soneto escrito por Cervantes “Al túmulo del rey Felipe II en
Sevilla”, donde podemos leer aquello de “voto a Dios que me espanta esta
grandeza” y que el autor utiliza para titular su composición, “Espantosa
grandeza”. El segundo, de autor anónimo y titulado “Romance del Peñón”, se refiere
a la obsesiva querencia franquista por reconquistar Gibraltar. El que Aquelarre
se subtitule “Barataria de Don Quijote” da que pensar en que podría ser un
apéndice malogrado de la citada publicación, publicada bastantes años después.
Para entonces, tal como señala Eutimio Martín, la emigración republicana no
pudo abrigar ya la menor esperanza de llegar a jugar papel alguno en la política
activa. Un año antes, en 1953, el franquismo había logrado el doble espaldarazo
del concordato con el Vaticano y el establecimiento de las bases militares de
Estados Unidos en España.
Ni
Don Quijote ni la brujería pudieron evitar –por lo tanto- que las democracias
que derrotaron al nazi-fascismo en la más cruenta guerra de la humanidad
apadrinaran al aliado de Hitler y Mussolini, aupado de ese modo al carro de los
vencedores hasta el día de su muerte en 1975, el mismo año en que la monarquía
fue finalmente restaurada.
Don Quijote,
publicación de humor y de combate. Edición anotada
de Eutimio Martín. Diputación de
Badajoz, departamento de publicaciones, 2016. 79 páginas
*Artículo publicado también en el número de mayo 2017 de El viejo topo.
DdA, XIV/3528
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