Los responsables del ministerio de Educación, Cultura y Deporte celebraron el pasado Día del Libro como saben y como corresponde a estos tiempos de hipocresía.
El artículo que sigue, publicado en el diario La Opinión de Murcia, se lo ha recomendado a este Lazarillo la excelente escritora Laura Castañón, que después de su magnífica primera novela (Dejar las cosas en sus días) publica ahora también con Alfaguara la segunda (La noche que no paró de llover), que esperamos leer y disfrutar en breve. Aparte de coincidir plenamente con lo expuesto por el autor del artículo Condena a muerte de la literatura universal, catedrático ovetense de Lengua y Literatura Española además de colega, me ha parecido fundamental ilustrarlo con la frase que mejor glosa a mi juicio lo que representa la literatura para el ser humano. El criterio del siempre recordado Eduardo Galeano es totalmente ajeno a los que manejan y por los que se guían la autoridades educativas en este país, uno de los que mayor y mejor literatura ha ofrecido al universo mundo. ¿Por qué sigue habiendo tanta gentecilla lerda e incompetente -a más de hipócrita y sandia- en los altos despachos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte? Añado a continuación del artículo de García Pérez el comentario que Atroz con Leche hizo a la mordaza impuesta por el diario El Español de Pedro el de la Jota Ramírez, a cuenta del blog en el que Isa Calderón osó criticar la preferencia que la asignatura confesional de Religión tiene sobre la de Literatura en los planes de estudio o así del vigente gobierno retrógrado. ¿A quién se le ocurre tal atrevimiento en el periódico de un profesional criado en las ubres de la universidad del Opus Dei?
La Opinión de Murcia
Los responsables del ministerio de Educación, Cultura y Deporte
celebraron el pasado Día del Libro como saben y como corresponde a estos
tiempos de hipocresía. Por una parte, dando líricos discursos sobre lo
importante y molón y formativo que es leer; a la vez, quitando la
asignatura de Literatura Universal de la prueba de Selectividad para
acceder a los estudios universitarios. Que la mano izquierda (la de los
mítines) no sepa lo que recorta la derecha. Convencidos de que eso de
las declaraciones pro lectura queda muy lucido, pero que luego ya harán
lo que se les antoje (ocho millones de votantes se lo permiten), han
dado un empujoncito más hacia la puerta de salida de los programas de
estudio a las llamadas Humanidades: menos músicas, menos filosofías,
menos literaturas. Menos cuento y más gimnasia, mano de obra futura y
presente esclavista y calladita, aquí ni se piensa ni se imagina: aquí
cerrojo, sacristía y pandereta, en mi España mando yo.
A fin de cuentas, pensarán esos señores y señoras, ¿qué chorrada es esa de la Literatura Universal, vamos a ver? Saint-Exupéry, nada, historias infantiles con moralejas ñoñas, mucho mejor las de Coelho. Nabokov, un tipo que cazaba mariposas y se hizo famoso por contar las andanzas de un menorero. Salinger, una novela de un descarriado adolescente protestón que no se aclara. Camus, xenófobo porque en su mejor narración se mata a un árabe. Dickens, siempre atraído por los bajos fondos y la pobreza: un resentido social. Dante, un italiano que debía haberse colocado con algo, pues decía que había bajado al infierno y lo contaba. Poe, como una regadera, bebía y escribía cuentos de miedo muy sobrevalorados, con cuervos, relojes y eso. Los trágicos griegos eran muy trágicos y, encima, griegos. Pessoa, no sabía muy bien quién era él mismo: como para escribir. Kafka, se creía un insecto y solo era un oficinista. Ni George Eliot ni George Sand ni Jane Austen ni las Brontë valen gran cosa: escribían para pasar el rato. Chéjov, todo el día lamentándose y en ruso además. Goethe, vendió su alma al diablo y ya no levantó cabeza. Bocaccio, cuentista pornográfico medieval. Flaubert, le encantaban las mujeres adúlteras, al muy golfo. Melville, le encantaban las ballenas blancas, ya ven. Conan Doyle, se hizo famoso por que todo lo veía elemental, querido. Wilde, estuvo preso por escandaloso y solo sabía decir frases que parecen acertijos. Homero, un ciego que tenía que dictar a su secretario lo que quería escribir. Balzac, un comediante humano. Ibsen, escribía teatro por el mucho frío que pasaba en Noruega. Joyce, no se le entiende nada. London, escribía de perros y de sitios con mucho hielo o mucha agua. Swift, le encantaban los enanos y los gigantes. Conrad, siempre tuvo un corazón tenebroso. Tolstói, escribía de guerras y también de paces y de adulterios. Proust, escribió muchas páginas por comer magdalenas. Madame de Stäel, una cotilla. Marco Aurelio, no se conformaba con ser emperador y por eso escribió máximas. Shakespeare, no sabía si era o no era y creía que ahí estaba la cuestión. Faulkner, gran borracho. Virginia Woolf, se suicidó por meterse piedras en los bolsillos. Victor Hugo, le chiflaban las personas miserables. Thomas Mann, escritor de fantasías sobre montañas y magia. Stendhal, se inventó ese seudónimo porque le avergonzaban sus historias sobre adulterios. Beckett, le dieron el Nobel y no lo quería. Kipling, pedazo de masón. Maquiavelo, muy maquiavélico, o sea, sardónico. Moliére, hacía obras de teatro aunque decía que estaba enfermo, pero era mentira. Montaigne, se encerró en una torre y nada más que salía para los ensayos. Twain, autor infantil.
A fin de cuentas, pensarán esos señores y señoras, ¿qué chorrada es esa de la Literatura Universal, vamos a ver? Saint-Exupéry, nada, historias infantiles con moralejas ñoñas, mucho mejor las de Coelho. Nabokov, un tipo que cazaba mariposas y se hizo famoso por contar las andanzas de un menorero. Salinger, una novela de un descarriado adolescente protestón que no se aclara. Camus, xenófobo porque en su mejor narración se mata a un árabe. Dickens, siempre atraído por los bajos fondos y la pobreza: un resentido social. Dante, un italiano que debía haberse colocado con algo, pues decía que había bajado al infierno y lo contaba. Poe, como una regadera, bebía y escribía cuentos de miedo muy sobrevalorados, con cuervos, relojes y eso. Los trágicos griegos eran muy trágicos y, encima, griegos. Pessoa, no sabía muy bien quién era él mismo: como para escribir. Kafka, se creía un insecto y solo era un oficinista. Ni George Eliot ni George Sand ni Jane Austen ni las Brontë valen gran cosa: escribían para pasar el rato. Chéjov, todo el día lamentándose y en ruso además. Goethe, vendió su alma al diablo y ya no levantó cabeza. Bocaccio, cuentista pornográfico medieval. Flaubert, le encantaban las mujeres adúlteras, al muy golfo. Melville, le encantaban las ballenas blancas, ya ven. Conan Doyle, se hizo famoso por que todo lo veía elemental, querido. Wilde, estuvo preso por escandaloso y solo sabía decir frases que parecen acertijos. Homero, un ciego que tenía que dictar a su secretario lo que quería escribir. Balzac, un comediante humano. Ibsen, escribía teatro por el mucho frío que pasaba en Noruega. Joyce, no se le entiende nada. London, escribía de perros y de sitios con mucho hielo o mucha agua. Swift, le encantaban los enanos y los gigantes. Conrad, siempre tuvo un corazón tenebroso. Tolstói, escribía de guerras y también de paces y de adulterios. Proust, escribió muchas páginas por comer magdalenas. Madame de Stäel, una cotilla. Marco Aurelio, no se conformaba con ser emperador y por eso escribió máximas. Shakespeare, no sabía si era o no era y creía que ahí estaba la cuestión. Faulkner, gran borracho. Virginia Woolf, se suicidó por meterse piedras en los bolsillos. Victor Hugo, le chiflaban las personas miserables. Thomas Mann, escritor de fantasías sobre montañas y magia. Stendhal, se inventó ese seudónimo porque le avergonzaban sus historias sobre adulterios. Beckett, le dieron el Nobel y no lo quería. Kipling, pedazo de masón. Maquiavelo, muy maquiavélico, o sea, sardónico. Moliére, hacía obras de teatro aunque decía que estaba enfermo, pero era mentira. Montaigne, se encerró en una torre y nada más que salía para los ensayos. Twain, autor infantil.
El vídeo por el que Pedro J. ha despedido a Isa Calderón
La musa (porque es una musa para algunos redactores) colaboraba con El Español haciendo vídeos de lo más cuqui y diver. En este caso, se trataba de la defensa de las humanidades en el bachiller y hacía bromas con lo poco que enseña la Biblia. Pero ojo, todo era de lo más blanquito y poco se ha metido con las sagradas escrituras para lo que se merecen, pero ni siquiera así parece que ha gustado la bromita en un medio que presume de libre e independiente. Así que trabajo no podemos darle, pero todo nuestro apoyo, sí. Y si quiere que le hagamos un huevo aquí para lo que sea, que nos avise que estaremos encantaos, aunque solo sea por darle en los morros a los que contestan “Con el Corán no te metes”. En resumen, esta en una nueva prueba de que vivimos una involución salvaje de la libertad de expresión, el humor y la inteligencia. Estamos apañaos.
DdA, XIV/3520
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