El duque estaba empalmado porque nos la iba a meter. No firmaba
duque empalmado por hacer gracietas de adolescente calentón, no; firmaba
así porque sabía que al final de toda esta comedia de Rinconete y
Cortadillo nos la acabaría metiendo hasta la empuñadura, como siempre
han sabido hacer quienes tienes la sartén por el mando, el bate de
béisbol entre las piernas y las manos libres para hacer el truco del
trilero a todas horas. Nos la metió el duque porque en este país
llevamos abiertos de piernas y con la popa en pompa varios siglos,
aplaudiendo a monigotes coronados por muy ladrones, borrachos y puteros
que sean. Igual es que, en el fondo, todos queremos ser como ellos y nos
parece bien que el chorizo grande se vaya a su casa de rositas mientras
el ratero de cuarta se pudre en el cuartón a la espera de nada bueno.
Nos la metió el duque, nos la metió también su augusta esposa, tan
enamorada ella de la moda juvenil y de las cuentas en Suiza. En tiempos
del dictador gallego que le regaló el trono a su papá de ella y suegro
respectivo de él, los marqueses de Leguineche de Azcona y Berlanga se lo
querían llevar crudo a Francia o a Suiza en plan chapuzas, en un
milquinientos negro. Ahora todo es más cómodo. Los pijos roban en España
y se retiran a vivir a Suiza sin cortarse un pelo, con todas las
bendiciones judiciales, seguidos por arrobados periodistas de sociedad.
El duque estaba empalmado por algo. Él sabía que en España no van a la
cárcel los buenos chicos de apellido doble o enrevesado que han sido
deportistas de élite y, además, se han casado con una hija de Rey. Él
sabía que nada le iba a cortar la erección perpetua que sienten en
España los cacos de alta cuna. Se ponen cachondos viendo la vieja piel
de toro porque saben que sobre ella viven incautos, incapaces, corruptos
y tiralevitas capaces de justificarles cualquier delito como si de una
travesura colegial se tratase. Así no hay quien deje de estar empalmado
todo el día. La corrupción impune produce priapismo, dolor testicular y
una enorme sonrisa de burla hacia todo aquello que el resto de los
mortales consideramos serio, sagrado o venerable.
Ahora saldrá otra vez la zorra de Roca y Junyent a decirnos que la
culpa es nuestra por no respetar la presunción de inocencia. Pasó lo
mismo con Rita Barberá a quien sus colegas empezaron protegiendo con la
presunción de inocencia para acabar por desentenderse de su muerte
apelando a la presunción de cirrosis. Rita se mató a gin tonics y
Urdangarín se acabará por matar a pajas, ya que su real empalme no se le
bajará a pesar de haberse follado a la mismísima Justicia española.
Todos a robar, que hay barra libre en los juzgados y es mejor para la libido que un cajón de Viagra.
Artículos de Saldo - DdA, XIV/3476
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