viernes, 17 de febrero de 2017

APUNTE FILOLÓGICO DEL CASO URDANGARIN


Lazarillo

La noticia del día de la fecha ha quedado redactada en estos términos y resulta vergonzosa si se tiene en cuenta que ha habido ciudadanos en España que por estafar ochenta euros con una tarjeta falsa han sido condenados a la misma pena que el exduque empalmado: La sección primera de la Audiencia Provincial de Palma ha absuelto a la infanta Cristina y ha condenado a 6 años y 3 meses de cárcel a Iñaki Urdangarin por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y dos delitos fiscales. En el fallo hecho público este viernes, las magistradas han exonerado a la infanta Cristina, a quien la fiscalía no acusaba de ningún delito. Manos Limpias, que ejercía la acusación popular, solicitaba para ella una condena de ocho años de prisión como cooperadora necesaria de dos delitos fiscales cometidos por su marido. Con motivo de esta sentencia, rescatamos el interesante artículo que sigue, firmado por Andrés Martínez Lorca y que lleva por titular En el caso Urdangarín uno sabía griego y el otro latín.

No es mi intención, porque no soy competente en la materia, hacer un análisis jurídico del caso, algo sin duda conveniente. Creo que también sería oportuno ofrecer una perspectiva económica del asunto, dado que esta madeja empresarial encaja bien en el capitalismo tardío que nos ha tocado disfrutar.
Y, por supuesto, me parece obligado que los partidos y sindicatos ofrezcan a la opinión pública española una toma de posición política, teniendo en cuenta que la mayoría del dinero se ha detraído de fondos públicos otorgados por instituciones públicas y que las acusaciones del fiscal incluyen los delitos de malversación de caudales públicos, fraude a la Administración, falsedad documental y prevaricación.
Me llamó la atención desde el comienzo la nomenclatura griega de las empresas dirigidas por el señor duque de Palma: Nóos y Aizoon. En mi ingenuidad, no suponía tales conocimientos de filología clásica en un deportista de élite.
En el primer caso, se trata de la empresa principal, un Instituto “sin ánimo de lucro” según sus fundadores. ¡Menos mal, esto nos tranquiliza porque si llega a ser con ánimo de lucro, tendríamos dificultad en contar el volumen de dinero captado para tan ordinario fin!
El sustantivo griego nóos es un término filosófico central dentro de la Psicología de Aristóteles en su habitual forma contracta del dialecto ático, noũs (lo mismo que en griego moderno), y significa «intelecto» o «mente».
La empresa inmobiliaria Aizoon, que Iñaki Urdangarín compartía con su esposa Cristina de Borbón, toma su nombre del adjetivo griego aizóon, que procede de aei-zóon y quiere decir «siempre vivo»; no se usaba en griego clásico aunque es frecuente en la terminología científica botánica. Como curiosidad, ya antes de Urdangarín teníamos en la península un Aizoon hispanicum, planta esteparia mediterránea llamada popularmente «algazul».
En el colmo de “clasicismo”, por no decir de “virtuosismo”, cuando el Instituto Nóos quemó su altruista apariencia, el duque no tuvo empacho en crear una ONG con el pretencioso nombre de Areté, sustantivo griego que significa nada menos que «virtud».
Nos quedamos con las ganas de saber si la referencia de esta areté hispánica es a alguna virtud en concreto, bien se trate de las virtudes intelectuales y morales de Aristóteles, bien de las virtudes teologales y cardinales cristianas.
En cualquier caso, significa la culminación de una pirámide empresarial que cumplió con eficiencia su objetivo de obtener el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo o, como ha afirmado Diego Torres, socio de Urdangarín y profesor de ESADE (la exquisita escuela de negocios ahora tan callada) personalizando su relato: el duque “no trabajaba y sólo quería repartir (?) beneficios”.  
Desconocemos quién es el autor o autora de la nomenclatura griega usada por Urdangarín y señora para designar sus empresas. Quizá alguien de la familia o de sus asesores de confianza con conocimientos de griego pero ideológicamente muy alejados de aquella cultura clásica que hundía sus raíces en el valor de la razón para comprender el mundo y en la defensa de la democracia sobre la base de que el poder reside en el pueblo, el démos, no en el rey, ni en la oligarquía. 
A los implicados en el caso les reconocemos de buen grado que “saben (mucho) latín”, o sea, que son muy astutos o vivos, y que algunas de sus peripecias empresariales y de sus artimañas de «ingeniería financiera» podrían inspirar nuevos episodios de la picaresca nacional en versión pija. Al asesor o asesora lingüística le aconsejaríamos un poco de prudencia o mesura en la elección de los nombres griegos, porque no está mal, a pesar de los tiempos que corren, que la cosa designada guarde alguna relación con el nombre, pues ¿dónde se encuentra en todo este entramado el «intelecto», «la permanente vitalidad» y no digamos la «virtud»?
De paso, le recordamos a estos ambiciosos navegantes la advertencia de Aristóteles: “En las realezas hereditarias hay que añadir como una causa más de destrucción el que haya muchos despreciables y que, no teniendo los reyes un poder tiránico sino una dignidad real, se conduzcan con insolencia” (Política, 1313a, traducción de Julián Marías y María Araujo).

DdA, XIV/3470

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