Qué es un año tonto? Aquel en el que pasa todo, para acabar en nada.
Ninguno de los partidos, viejos o nuevos, ha sido capaz de salir de su
marasmo. Unos subieron un poco y otros bajaron un mucho, pero nadie
asumía el riesgo de repetir elecciones ante el terror de encontrarse más
solos ayer que anteayer.
Gregorio Morán
Un balance somero, sin entrar en muchas honduras, del año 2016 nos dejaría un poso de frustración como no creo que haya alguno similar desde las primeras elecciones de 1977. Los partidos políticos se han ido hundiendo a pedazos agarrados a sus botes salvavidas.
Estamos
ensayando una fórmula para ancianos revirados que se llama “Gobierno de
coalición subterráneo”, que es lo más parecido a una casa de furcias
ajadas y sin otro objetivo que la cama pagada en corrupción, hasta que
llegue la última morada: el lecho de piedra. Pero lo majestuoso es que
todos sonríen como si se tratara de una fiesta mientras se ajustan la
dentadura postiza y encajan bien la pierna ortopédica. Varias cuadrillas
de muertitos, a la mexicana, nos gobiernan y aseguran que cada vez
estamos mejor, ante el silencio cómplice de los medios de comunicación o de nuestra beneficiada inteligencia. ¡Nunca vivimos mejor! Podría parecer un chiste de La Codorniz, años cincuenta. ¡O Mariano o nada! Variante del antiguo “César o nada”, pero convencidos de que no hay otra opción que nada.
Y la gente se preguntará, no dentro de
muchos años, ¿Y por qué no se sublevan? ¿Por cobardía o por indolencia?
Si todos roban, escojamos a quienes lo hacen con mayor rigor y seriedad.
Ese es el secreto de Mariano Rajoy y un partido que huele. Ni siquiera
nos queda la variable cínica de Indro Montanelli, el periodista
italiano, que recomendaba votar a la democracia cristiana, aunque con el
decoro necesario de taparse la nariz. Todo menos el voto comunista, que
para un viejo fascista como él representaba todo lo que detestaba en la
vida.
Nuestro caso es más cómico. Votemos Partido Popular o Socialista, da lo mismo, la obligación de taparse la nariz es una obligación de buena crianza y un respeto a nuestra educación. La
última democracia de Europa occidental es la que peor huele. Y no se
salva nadie. Hasta un lugar tan singular como Cataluña, donde la mafia
familiar y económica hizo de su capa un sayo durante décadas, ahora se
presentan como modelos, exhibiendo esa desvergüenza de una clase
política incompetente hasta para el fraude.
¿Qué es un año tonto? Aquel en el que pasa todo, para acabar en nada.
Ninguno de los partidos, viejos o nuevos, ha sido capaz de salir de su
marasmo. Unos subieron un poco y otros bajaron un mucho, pero nadie
asumía el riesgo de repetir elecciones ante el terror de encontrarse más
solos ayer que anteayer. Por lo tanto, dejarlo todo quieto a la espera de no se sabe qué; resistir, por ejemplo, pero jamás ceder.
Porque la tradición hispana asegura, y hay pruebas para ello, que quien
no agarra el último vagón del último tren, se queda sin viaje. No cabe
la espera.
Lo destrozarán todo, de eso no hay duda, y
el registrador de la propiedad sacará esa sonrisa de hiena para
demostrar que no solo sabe reír sino también burlarse de sus
adversarios. ¡Ay de aquellos que gritaban cuál Castelar, “No es no”.
Pobre gente que quizá duerma bien, tendrá
buenas digestiones, será afectuoso con su familia y los amigos, si es
que gente así es capaz de tener amigos que no sean cómplices, pero puedo
prometer y prometo, que dijo el clásico, que para ninguno de ellos este
año de 2016 habrá sido tonto, sino un aprendizaje para el inminente
mañana. Donde volverán a negarse a sí mismos con la boca grande y se
convencerán que esas gentes nuevas, recién llegadas a la política,
tendrán mucho que aprender de ellos. A mentir, a demostrar que quizá su
oficio sea de arrieros, como ya dijeron otros, pero habrán
de asumir que un año tonto solo hace idiotas a los ciudadanos. A los
profesionales les carga las pilas y les sugiere que quizá los años
venideros les consentirán dejar de ser sicarios y podrán dirigir una
empresa con menos compromisos. Ya no se trata de arriesgarse a ser
cesado; un riesgo de altura. Si no de encontrar una buena puerta
giratoria que lo borre todo.
BEZ.es DdA, XIII/3427
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