Juan Carlos Monedero
Hubo un momento donde la militancia de Podemos estaba llena de
orgullo. Lo demostraba llevando sus camisetas, protagonizando el boca a
oreja, llenando los mítines, sintiéndose en su día a día llena de
argumentos. Ser de Podemos era un orgullo. En estos tres años de Podemos
me he sentido muy a gusto porque pensábamos en grande y actuábamos en
grande. Meterse en la política concreta era adentrarse, qué duda cabe,
en un berenjenal. La experiencia de los académicos manchándose las manos
en la política siempre ha terminado como el rosario de la aurora. Pero
cada generación tiene que atreverse a vivir sus propios fracasos. No era
fácil estar diciendo cómo había que mezclar los ingredientes de la
política y, llegado el caso, negarme a mezclarme con los pucheros en la
cocina. Había hueco para romper con la resignación en la que estaba la
izquierda europea. Pablo Iglesias, tras muchas conversaciones en La
Tuerka, me dijo: “Es el momento. Si no vienes no me meto en esto”.
Entendí que había que meterse. Nos ha orientado siempre más el Quijote
que Hamlet. Con Carolina y Pablo fuimos al registro y fundamos Podemos.
Hace tres años acababa de publicar el Curso urgente de política para gente decente, que alcanzaría 13 ediciones, y había sacado la tercera edición de La Transición contada a nuestros padres (estamos
preparando la sexta), por dos veces había sido invitado a Naciones
Unidas, en Nueva York y en Ginebra, tenía invitaciones de decenas de
universidades extranjeras y españolas, colaboraba en varios cursos de
posgrado, me demandaban trabajos de consultoría y tenía presencia en los
medios tanto como yo quisiera. Era una posición cómoda y nadie me
tocaba las narices. Pero el 15-M había agotado un ciclo y al menos siete
millones de españoles no tenían partido al que votar sin taparse la
nariz. Yo no venía de ninguna torre de marfil. Lo había intentado en
Izquierda Unida, venía de aprender de las experiencias latinoamericanas,
había estado desde el primer día en el 15-M y no he faltado a ninguna
convocatoria de la sociedad civil. Estuvimos en cada huelga general,
ayudamos a revivir la memoria histórica, protestamos en la calle contra
la guerra, dimos clase en la Puerta del Sol defendiendo la universidad
pública, nos convocamos a protestar delante de la sede de ese PP que
quería ganar las elecciones de 2004 diciendo que el atentado de Atocha
había sido obra de ETA y no de Al Qaeda. En lo económico, en las
relaciones con Europa, en corrupción, el PSOE y el PP estaban en una
lógica cuasi idéntica entre sí. Izquierda Unida estaba encadenada a su
biografía y sus miedos. Había que intentarlo. Sacamos cinco
eurodiputados. Podemos se convertía en una alternativa real. El sistema
empezó a pensar que debía tomarnos en serio. Con motivo de las
elecciones andaluzas empezaron a intentar dividirnos.
En estos años hemos pensado en grande y, por eso, me he sentido a
gusto. Pese al coste personal. El sistema me disparó sin tasa. Portadas,
telediarios, tertulias con todo tipo de acusaciones (parte de los
acusadores, de Manos Limpias o del PP, terminaron en la cárcel por
extorsión o dimitiendo por pertenecer a las redes de corrupción). Cuando
la justicia archivaba los casos, ya no era noticia. Calumnia que algo
queda. Pero la mayor tristeza siempre viene de casa. Algo me alertó en
ese momento: dentro de Podemos, había gente que entendió que los ataques
eran ataques indirectos a Podemos, y me ofreció todo su apoyo. Otros,
que por su juventud desconocían lo que significa el compromiso político
-cuando un compañero repartía panfletos en la fábrica durante la
dictadura, el que vigilaba tenía la obligación de silbar si venía la
policía-, no sólo no me mostraron solidaridad alguna sino que pensaban
que “muerto el perro se acabó la rabia”. Por eso dije aquello de que en
los partidos, al lado de la máquina de triturar papel hay otra para
triturar cariño. Había divisiones en Podemos y no nos habíamos dado
cuenta. Cuando la justicia archivó la querella por supuesto fraude
fiscal, esa gente que me había acosado calló (recuerdo con cariño el
mensaje alegre y aislado de Rodrigo Amirola). Me produce satisfacción,
al reves de esos prudentes compañeros y compañeras, haber
estado en primera línea cuando me tocaba, defendiendo a Rita Maestre, a
Íñigo Errejón, a Pedro Palacio, a Guillermo Zapata, a Tania Sánchez. La
experiencia es un grado.
De pronto, el sol empezó a nublarse
Podemos ha cometido grandes errores. Cortaba el patrón mientras lo
dibujaba. Siete elecciones y sin pedir dinero a los bancos. Quizá el
mayor error fue no ser capaces de organizar una dirección colegiada -que
Podemos fuera algo más que el número uno y el dos y sus entornos-,
donde todos y cada uno de los miembros de la dirección no solo
participara de las decisiones sino que también fueran corresponsables
con las decisiones. El peso de Madrid ha sido descomunal. E inncesario.
El acto de presentación de la propuesta DesBorda de Echenique en la
Fundación Diario Madrid ha sido el acto político de mayor calidad que he
presenciado en mi vida. Ahí estaba Asturias, Canarias, Aragón,
Andalucía, Extremadura, las Castillas, Cantabria, Galicia, el Levante,
Murcia, Euskadi… Hay cuadros en todo el estado. La bronca actual sigue
siendo muy madrileña y se entiende menos en el resto de España. Fue un
gran acierto la elección de Pablo Echenique. Rompió con la inercia de
Madrid y de la Complutense. Hay compañeros que han empezado a atacarle.
Se hacen así muy pequeños.
La Villa y Corte sigue teniendo un gran peso. Cuando te interesa
formar familias políticas, tienes que pensar en Andalucía, en Cataluña y
en Madrid, que suman casi la mitad del censo. Esa lógica de fracción ha
hecho daño en Podemos. En Andalucía, Teresa Rodríguez ha sabido sumar
posiciones y es incuestionable su liderazgo al saber juntar a otras
sensibilidades que piensan diferente pero son leales al proyecto común.
En Cataluña está en marcha un proceso muy particular y no es fácil
enredar. Quedaba Madrid. Las dimisiones en marzo de 2016, que buscaban
forzar un cambio en la secretaría general -y sustituir a Luis Alegre por
Rita Maestre- demostraban que había gente que estaba montando un
partido dentro del partido. Es decir, que no trabajaban con una lógica
compartida sino para una familia. Empezamos a empequeñecernos con
maneras de novatos. Aquella crisis cogió de sorpresa a Podemos y se
cerró en falso. No se explicó con claridad lo que había ocurrido y eso
dio alas a los que tenían un proyecto propio por encima de Podemos.
Aunque eso debilitara a toda la organización. Seguramente tenían sus
razones -miedos a no ser relevantes dentro de Podemos- y se creían con
derecho a tener espacio propio en la organización. Pero ese
comportamiento conducía a Podemos a la vieja política.
Sergio Pascual, como Secretario de Organización de Podemos, había
roto muchos puentes y los territorios habían expresado su rechazo. La
dirección, con esa lógica del uno y del dos, intentó apaciguar la
discusión dejando territorios al sector de Errejón -pasó con Euskadi-
pero de nada sirvió. Algunos ya tenían un proyecto propio. Sergio
Pascual era una pieza de parte, de manera que se defendió siempre su
presencia como miembro de una familia (Errejón lo ha recuperado para su
lista). Hasta que la cosa explotó. Su destitución fue respondida por
Íñigo Errejón con el infantilismo de desparecer durante dos semanas,
como los niños que dicen que no van a respirar. Podemos seguía
empequeñeciéndose a pasos agigantados. El dilema dentro de Podemos
estaba ya servido. ¿Iba a primar la generosidad o la lucha fraccional?
La experiencia histórica de la izquierda no invitaba a muchos
entusiasmos. El núcleo irradiador podía explotar como Chernobil con
extensión de la contaminación radiactiva que podía llegar a las lechugas
de Finlandia.
Permitirte en casa lo que no te permites fuera o de la lógica “para lo que me queda en el convento…”
Las discusiones en este final de 2016 han sido muy tristes. Podemos
ha dejado de pensar en grande. Y deja de interesar a mucha gente. Justo
cuando el PSOE es insignificante salvo para ser comparsa del PP en el
gobierno. Casi nadie lo entiende. Es ingenuo pensar que Podemos es ajeno
a lo humano y sus miserias, pero la emoción que ha despertado brinda
los puentes para una mayor decepcion cuando se repiten errores. La falta
de experiencia ha llevado a caminos que nunca se debían haber
transitado. Cosas que no se han hecho hacia afuera -por ejemplo, hacer
falsas acusaciones al PP o al PSOE- se han hecho hacia adentro. Es
inconcebible. Después de un análisis correcto del papel de los medios
entendiéndolos como “reglas de juego” en nuestras democracias
demediadas, se ha usado esa condición de los medios contra compañeros.
Inconcebible. Después de hacer gala de la necesidad de reinventar la
participación en la política, en la interna se ha cortado el paso a los
que no pensaban igual en los círculos o han alzado su voz los que se han
aferrado a algún cargo -incluso como administrativos- comparando su
rotación como el fin del mundo. Inconcebible. Ese comportamiento expulsa
a la gente más sensible y convoca a los amantes del barro.
Si Podemos ha dado este espectáculo hacia afuera ha sido precisamente
porque algunos sectores han utilizado la disposición de los medios
para hacerse eco de sus interesadas quejas. Y claro que los medios van a
estar siempre encantados de convertir a Podemos en una jaula de
grillos. Es injusto generalizar las culpas. El resultado obtenido les
hará pensar que les ha valido la pena, pero ha sido al precio enorme de
romper la ilusión de millones de españoles. Pese a que hemos advertido
para que no ocurriera, el peso del pasado ha hecho mella. Algunos han
conseguido traer a Podemos la misma bronca que tuvieron en Izquierda
Unida cuando militaban en esa organización. En una lógica de burócratas y
aparatchik eso merecerá la pena porque consiguen espacio. Para
otra gente, no es sino una enorme decepción. Si Podemos no piensa y
actúa en grande, a algunos no nos merece la pena recibir ni una flecha
más.
Ese comportamiento de fracción y la imagen de división de Podemos no
enamora a nadie, salvo a los palmeros que ya de manera previsible salen a
sembrar ruido o jalear las posiciones propias (los malditos entornos
que siempre son más papistas que el Papa). La imagen de Podemos podría
terminar pareciéndose a la de IU o a la del PSOE, incapaz de llegar a
acuerdos internos. ¡Y no por una discusión de ideas sino por espacios de
poder! Para llegar a consensos hacen falta dos partes. Y hay una
pregunta obligatoria: ¿quieren todos en Podemos llegar a acuerdos? Para
ello habría que empezar a hablar del proyecto. De lo contrario, el
acuerdo con el sector de Errejón y Tania Sánchez sería solamente en
términos de liberados, financiación y espacios reservados.
Vistalegre no es para Podemos: es para España y para Europa
Tenía razón Pablo Iglesias en negarse a ser Secretario General al
margen de las políticas que tenga que desarrollar. Otros, pensando
solamente en clave táctica, han dicho: como Iglesias sigue siendo el
mejor cartel para Podemos, lo mantenemos, pero le vestimos nosotros. Es
muy arrogante esta posición. Esta conversión del Secretario General
convertido en un florero, implica seguir hablando de táctica y negarnos a
hablar de estrategia. Es seguir hablando de humo, discursos vacíos,
retórica hueca. Dejemos ese espacio a Ciudadanos. No es propio de una
fuerza emancipadora. Una vez más, la ausencia de debate de ideas. Todos
los que nos hemos implicado en Podemos queremos un Podemos ganador. Pero
la pregunta realmente relevante, la pregunta por responder es: ¿ganador
para hacer qué?
Vistalegre 2 no es un debate sobre Podemos. Es un debate sobre España
y sobre Europa. ¿Qué ideas portan los grupos en disputa? Porque la
discusión ha sido netamente procedimental, del cómo y no del para qué.
Errejón es uno de los políticos más brillantes que conozco. Pero puedes
ser brillante defendiendo cosas radicalmente diferentes. Quiero al
Errejón brillante al servicio de un cambio de país. El otro no me
interesa políticamente. Podemos no es una tarta a repartir. Y una
dirección fragmentada, como se reparte una tarta, no sirve para ganar.
Desde el comienzo de las discordancias, solamente se ha discutido de
tácticas. Desde las primeras discrepancias. Un grupo quería apoyar el
gobierno de Susana Díaz en Andalucía y otros pensábamos que eso era una
barbaridad. Un grupo pensaba que había que apoyar al gobierno de Sánchez
y Rivera, valoró la abstención y se lamentó de que Podemos no hubiera
sido “más flexibles” en esa dirección. Otros pensábamos que, como dijo
Sánchez en su entrevista a Évole, el PSOE no tenían ninguna otra
intención que ser obediente con alguna forma de gran coalición. Las
divergencias no tenían lugar porque ningún grupo compartiera las ideas
del PSOE o Ciudadanos -que evidentemente no las comparten-, sino por una
lectura timorata que buscaba así intentar evitar el encasillamiento en
la marginalidad del tablero, dar miedo o buscaba ganar solvencia
institucional. ¿No se hizo un hueco Podemos hablando claro? ¿No entró
Podemos en el Parlamento siendo la voz de los que se cansaron de estar
cansados? Suena a caricatura, pero, en el fondo, estás eligiendo hacerte
un poco de derechas para que no te vean muy de izquierdas. Podemos no
se hizo espacio mintiendo. ¿Y las ideas? Me consta que Errejón y Tania
Sánchez no son personas conservadoras. Pero el exceso de táctica termina
por contaminar la estrategia. Hay virtudes que aunque se
finjan, se convierten en reales. ¿No sería entonces más sensato discutir
de ideas para saber hacia dónde se quiere ir? ¿No nos resultará a todas
y a todos más fácil saber qué opinan los que quieren erigirse en
familias -Íñigo dijo en su rueda de prensa que él representa una
corriente en Podemos-, en vez de seguir discutiendo sobre matemáticas,
palabras huecas y mensajes vacíos que solo tienen sentido porque los
medios lo convierten en un duelo?
Hay una sociedad civil esperando convertir sus necesidades en
derechos, transformar en políticas públicas sus reclamaciones. Hay una
España que quiere terminar con las desigualdades de género y la lacra de
la violencia machista (y que saque de la política a los machistas que
jalean la violencia contra las mujeres con sus declaraciones). Hay una
España esperando recuperar derechos laborales, confrontar a las grandes
empresas y su impunidad, mover el escenario europeo y ganar a los
sindicatos para ganar la democracia en el mundo del trabajo. Hay una
España que quiere una fuerza contundente para defender los contratos de
trabajo, el cobro de las horas extras, la conciliación familiar, de la
misma manera que quiere que los derechos sociales dejen de ser mero
“principios rectores” y se conviertan en derechos que la ciudadanía
pueda reclamar como tales. Hay una España que quiere una justicia
independiente y a la que le repugna que los partidos se repartan los
jueces del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder
Judicial. Hay una España cansada de las peleas territoriales y que quiere
que España se asuma como un país de países y tengamos una convivencia
solidaria y pacífica. Hay una España que se considera democráticamente
madura y no tiene miedo a abrir un proceso constituyente. Pablo Iglesias
tiene que ser ese lider, que se reúna con otros líderes europeos, que
retome una agenda de discusión con sindicatos y organizaciones sociales,
con mareas verdes y rectores, con mareas blancas e instituciones
sanitarias, con pensionistas y sectores de la economía social, que
atienda los desafíos de la dependencia, que atienda el reto descomunal
del cambio climático. Podemos se ha hecho muy pequeñito en estas
semanas. Y no lo es, porque sigue siendo la única alternativa en esta
Europa cuya única oferta es o abrazar a la extrema derecha o resignarnos
a alguna suerte de gran coalición que haga las políticas de la troika y
las aplauda una acomplejada socialdemocracia. Podemos no pueden ser
solamente sus rostros visibles. Podemos debe ser sus ideas. Y que las
caras se conozcan por su proyecto de país. Aún estamos esperando.
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Comiendo Tierra DdA, XIII/3423
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