viernes, 16 de diciembre de 2016

CONTRA LA NOCHEVIEJA UNIVERSITARIA DE SALAMANCA


Félix Población

Algunas veces, hablando con las amistades que tengo por América Latina -sea cual sea el país-, mis interlocutores se refieren a la dicha de vivir en Salamanca, tanto si han visitado como si no conocen la ciudad. En esas ocasiones suelen hacer referencia al foco de cultura que para muchos de los ciudadanos iberoamericanos representa la Universidad de Salamanca, con sus 800 años de historia. 

No me voy a referir en estas líneas a si esta prestigiosa institución sigue cumpliendo con la memoria que la honra allende la mar Océano -que dirían los clásicos-, tampoco a si la actividad socio-cultural en la capital del Tormes está a la altura de la nombradía y belleza que la hace ser Patrimonio de la Humanidad. Únicamente quiero resaltar aquí, coincidiendo con la celebración un año más de la llamada Nochevieja universitaria, que la organización de este evento debería ser seriamente cuestionada por el Ayuntamiento de la capital.

El mero hecho de hacer posible que miles de jóvenes se reúnan en una fecha como la de ayer, con el objetivo substancial de entender la diversión como un macro-botellón custodiado por la autoridad competente y al que se le pretende dar carácter universitario, debería abochornar a quienes a lo largo de todos estos años lo respaldan. Alguna vez se podría dar el caso de que entre los comas etílicos y otros percances contra la salud registrados en el desarrollo de la noche, se pueda producir un fallecimiento. Si así fuera, es muy probable que reparáramos en lo inconcebible de una celebración en la que una juventud  -llamada a cultivar sus aptitudes y conocimientos en el estudio- recurra abusivamente a la bebida y otros estimulantes para incentivar masiva, ruidosa y suciamente (micciones públicas a tope) sus afanes de diversión. 

La Universidad de Salamanca tuvo en sus orígenes igual o superior nivel a las de Oxford, París o Bolonia -todas de su época-, y fue faro de luz en disciplinas relacionadas con las ciencias y las matemáticas, según recuerda el hispanista James Michener. Será mucho pedir a los tiempos corrientes la emulación de aquellos -dada la política educativa que soportamos, con rectores plagiarios en nuestro censo-, pero de ahí a que el calificativo universitario -referido a esta ciudad- se identifique con una gran borrachera multitudinaria media un abismo. ¿No hay imaginación para buscarle a este turismo de borrachera  -desterrado de otros municipios de España- alguna alternativa que haga de lo divertido algo más saludable? ¿O esperamos a que los riegos contra la salud de los concurrentes desemboquen en algo más grave?


DdA, XIII/3414

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