jueves, 3 de noviembre de 2016

LA LITERATURA ESPAÑOLA EXPLICADA A LOS ASNOS: VALLE INCLÁN, ADJETIVO Y ESPERPENTO

La magnífica revista de Literatura y alrededores Pliego Suelto, de muy recomendable frecuentación y lectura, acaba de publicar un lucido artículo sobre el escritor Ramón María del Valle Inclán que, por la peremne actualidad que tiene la obra de este autor en la realidad sociopolítica española, resulta especialmente interesante. Lo firma José Ángel Mañas(Madrid, 1971), licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid y finalista del premio Nadal en 1994 por su primera obra, Historias del Kronen. La novela tuvo una gran repercusión y abrió las puertas a una nueva generación de escritores. Tras su publicación el escritor vivió durante varios años entre Madrid y Toulouse. Actualmente reside en Madrid. 

Ramón del Valle-Inclán (Villanueva de Arosa, 1866 – Santiago de Compostela, 1936)

José Ángel Mañas 
Dandi mitómano y solitario, la vida de Ramón María del Valle-Inclán, además de bohemia y vocinglera, fue de un raro ascetismo, miserable y sacrificado. Ya lo afirmaba Max Estrella: la literatura es «colorín, pingajo y hambre». Encima, a este epígono del modernismo poético le tocaron como compañeros de generación tipos como Baroja, Azorín o Unamuno, con quienes poco o nada tenía en común. Sus broncas callejeras con Unamuno fueron sonadas, y el juicio ambiguo de Baroja a su respecto resulta revelador del desencuentro generacional.

Lo único que encontraba de extraordinario en este escritor era el anhelo que tenía de perfección en su obra. Si hubiese vislumbrado un sistema literario, una forma nueva, aunque no la hubieran estimado más que diez o doce personas, hubiera abandonado las viejas recetas y hubiese ido a lo nuevo aun a riesgo de quedar en la miseria. [Pio Baroja, Memorias. Desde la última vuelta del camino, 1947]
El anhelo de perfección, este «exceso de arte» que diría Ortega, impresionó a sus coetáneos.
Azorín centra el análisis que hace en el prólogo a las obras completas de Valle en decir que es un poeta y que tenía que construirse un mundo especial: “El que se decida a entrar en el mundo del poeta ha de saber que se encuentra en un plano más elevado que el de los demás mortales y que la lógica de este mundo será diversa de la lógica con que enjuiciamos los hechos del mundo corriente”.
La creación de un mundo poético exige, así, un lenguaje especial. No se expresa lo nuevo sin utilizar medios nuevos, y ese será el principal argumento de los defensores de Valle: el lenguaje singular, novedoso, exquisito. La fachada resplandeciente a la que tanta atención prestará su autor.
El esmero formal, la riqueza léxica y la adjetivación original y fantasiosa son las principales características de un estilo que se preciaba de ser único. Y en este crisol donde se mezclan galaicismos, madrileñismos, arcaicismos, argotismos y palabras inventadas, el elemento más cuidado y priorizado, la marca de la casa, será, como ya os imagináis, el adjetivo.


La literatura, para Valle, está en el adjetivo. El marqués de Bradomín es «feo, católico y sentimental»; Tirano Banderas, «cruel y vesánico »; la reina Isabel, «pomposa, frondosa, bombona»; el ministro de Luces de bohemia (1920), «tripudo, repintado, mantecoso». Todo su arte está encaminado a sacarle brillo poético.
El adjetivo valleinclanesco pretende sorprender y crear correlaciones insospechadas entre elementos dispares. El catolicismo entre la fealdad y la sentimentalidad. La búsqueda de la analogía inesperada lo aproxima a la estética del cadáver exquisito surrealista.
Al no encontrar en la novela el medio de expresión más adecuado a su talento, Valle recaló en el teatro, donde, como buen autor moderno, reivindicó de entrada una libertad absoluta. La vía que abrió la Nueva comedia lopiana y que el romanticismo de Zorrilla y el duque de Rivas prolonga, se exacerba en Valle, quien introduce, además, la influencia del cada vez más poderoso cinematógrafo en la composición escénica, libérrima y no sujeta a otra norma que la del propio capricho. En Luces de bohemia nos paseamos por todos los ambientes capitalinos posibles.
La personalidad extravagante de Valle necesitaba imprimir un marchamo autorial absoluto a su creación. Insuflarle sus propias reglas a un molde que se entiende ya en su época —la modernidad recorre Europa— como decadente. Así, de la misma manera que Unamuno creó, con Niebla (1914), la nivola, Valle injertó en el teatro el esperpento.
El concepto triunfó hasta el punto de que hoy esperpéntico es un adjetivo reconocido y de plena vigencia dentro y fuera de la literatura.
Esperpento es la caricatura extrema, la sátira trágica y violenta de lo hispano, una broma macabra, cruel, y al mismo tiempo perversamente realista.


MAX.– Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO.– ¡Estás completamente curda!
MAX.– Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO.– ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX.– España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO.– ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX.– Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO.– Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX.– Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO.– ¿Y dónde está el espejo?
MAX.– En el fondo del vaso.
DON LATINO.– ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.– Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
Solo por este fragmento, Luces de bohemia merecería ocupar un lugar especial dentro de la producción de su autor. Estos diálogos son en sí un manifiesto estético.
Pero además es la más autobiográfica de las obras de Valle. Como hemos dicho, la bohemia literaria es la experiencia central de su vida, el asunto que mejor podía recrear y sobre el que mejor podía reflexionar. Aquí aparece la famosa definición de literatura como «colorín, pingajo y hambre», que le regala Max al Ministro. El propio Ministro es un antiguo bohemio que, según confiesa, «se salvó del desastre renunciando al goce de hacer verso». Hasta desearía cambiarse por el poeta maldito: «¡Ay, Dieguito, usted no alcanzará nunca lo que son ilusión y bohemia!».
También aparecen los principales actores culturales de la época: los melenudos modernistas, los detestados académicos liderados por Benito el Garbancero, Unamuno «primer humorista del país» (Valle siempre tuvo muy mala baba), Rubén Darío y más.


El mismo Azorín es citado veladamente, como autor de la famosa frase «viva la bagatela».
Hay mucho de roman à cléf en esta obra que debió de deleitar a los espectadores de la época.
Frente a toda una realidad social y cultural corrupta, el ciego, alcohólico y anarquizante Max Estrella se nos presenta como el único poeta auténtico, capaz de sacrificarlo todo por el arte: «Tengo el honor de no ser académico», «¡Y no me humillo pidiendo limosna!».
Aunque inspirado en el conocido bohemio Alejandro Sawa, hay en él una transfusión directa del ego de Valle-Inclán. Los dos transforman sus sucias buhardillas en palacios ideales y ficticios. Los dos son capaces de morirse de hambre, «como moriremos todos los españoles dignos», según Latino. Los dos son genios histriónicos e incomprendidos. «¡En España es un delito el talento!»




DdA, XIII/3376

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