jueves, 17 de noviembre de 2016

GORDAN NIKOLICH: "LA MÚSICA ES LO MÁS CERCANO A LA VIDA"*

entrevistas  Gordan Nikolich, concertino de la Orquesta Sinfónica de Londres y director artístico en la agrupación BandArt
Gordan Nikolich © Andreas Knapp

La representación no fue una ópera al estilo clásico. Para la performance fueron invitados músicos y figurantes exiliados de Irán, Siria, Irak, Pakistán, Afganistán y Nigeria. Pusieron en relación el Idomeneo, de Mozart con el campo de refugiados de Idomeni, logrando no solo una increíble combinación de culturas musicales sino también un acercamiento a la situación actual.
Durante el espectáculo se alternaron varias entrevistas de cada uno de los miembros del grupo de refugiados invitados. Contaban su historia relacionándola con un objeto: una brújula que les había salvado de ahogarse en medio del mar, la foto, y no el papel oficial que se había quedado en su país, de un diploma de una competición de karate, una alcachofa de ducha que representaba el sueño de continuar como empresario en el nuevo país al que llegara… Durante los testimonios se enfocaban los objetos y se proyectaban en el fondo del escenario. Al final de la escena se quemaban. En momentos puntuales, el coro sorprendía apareciendo por los laterales de la sala y hacía disfrutar en estéreo de la música, que te empapaba hasta los huesos, como si estuviéramos en el centro mismo de la obra. En todo momento eras consciente del poder de la voz humana en todos los sentidos. Y cómo la combinación con la música la hacía más fuerte. En un pequeño monitor a la derecha del público se podía ver el foso, donde estaban los músicos de BandArt. Tocaban todos de pie, con Gordan a la cabeza, quien bailaba la próxima aparición de BandArt y la llevaba mientras la orquesta se dejaba llevar por él.
La próxima aparición de BandArt no tiene fecha fija pero entre el año que viene y el siguiente tienen programada La Creación, de Haydn.

Gordan Nikolich nació en Serbia en 1968. Trabaja como director artístico en BandArt y es también el concertino de la Orquesta Sinfónica de Londres así como profesor en Codarts, Conservatorio de Rotterdam.
¿Cuándo y cómo fue tu primer contacto con la música? ¿En qué momento te diste cuenta de que querías dedicarle tu vida?
Cuando tenía cuatro años mis padres me llevaron a un concierto de una orquesta de cámara y recuerdo que me quedé completamente fascinado por el contrabajo. Yo quería tocar el contrabajo, pero mis padres me dijeron que escogiera algo más ligero, que el contrabajo requería mucho espacio para vivir con él. Tuve una educación musical brillante, lo reconozco, y pronto empecé a manejarme bien con el violín. Pero el momento en el que me di cuenta de que quería dedicar mi vida a la música fue con dieciséis años. Por un malentendido no llegué a tiempo para hacer la matrícula en el conservatorio y tuve que dedicar ese año a viajar, aprender idiomas, a hacer un poquito de otras artes. Me di cuenta de que al estar en contacto con obras de los grandes maestros de la pintura o el cine sentía una increíble emoción, una intensidad que yo quería conseguir con el violín, porque era con él con quien sabía que iba a lograr expresar mi propio lenguaje. Creo que sí, que fue en aquel momento cuando supe que quería dedicarme enteramente a esto.
entrevistas  Gordan Nikolich, concertino de la Orquesta Sinfónica de Londres y director artístico en la agrupación BandArt
Idomeneo © Andreas Knapp

¿Te sientes más identificado con un tipo de música que con otro? ¿Alguna pieza en particular?
Es todo lo mismo: música occidental. La música occidental está relacionada con el sentido, la unión de las armonías y, desde mi punto de vista, no hay una gran diferencia de una pieza a otra. Las combinaciones de la armonía y el desarrollo del cuadro armónico han buscado poner la piel de gallina desde Gesualdo hasta Pierre Boulez. Los lenguajes no se diferencian mucho entre sí, al menos para mí, en este sentido. Quizá si hablamos de piezas en concreto sí podríamos encontrar diferencias, pero a otro nivel. No podría decir cuál prefiero porque habría que ver qué se esconde en cada pieza desde muchas perspectivas. Si hablamos de ritmo, por ejemplo, es fácil decir si hay o no hay regularidad, pero la armonía de una pieza hay que analizarla con más profundidad, desde todos los ángulos y aún hoy estoy explorando todas estas posibilidades, lleva tiempo, sí.
¿Recuerdas algún concierto que te tocara el alma especialmente?
Bueno, muchos, pero recuerdo especialmente uno, en el que por cierto no tocaba como solista sino con la Sinfónica de Londres en una gira por Japón. Teníamos programada la octava de Beethoven y, aunque no habíamos ensayado mucho teníamos tres cuartos de hora antes del concierto así que no había problema. Sir Colin Davis, a quien por entonces yo conocía de poco más de un año, era el director, y durante el ensayo cogió un tempo extremadamente lento. Bueno, quizá no se puede decir que fuera lento pero como que no iba a ningún sitio. La orquesta estaba relajada, era un ensayo, sin estrés e incluso tocaba a un tempo aún más lento de lo que él marcaba. Por esos años yo estaba más centrado en la interpretación histórica, el tempo escrito por el compositor, correcta articulación, respiraciones… así que me levanté y les dije a los músicos: Señores, en alemán el verbo va al final de la frase, esta no cobra completo sentido hasta el final. ¡Hagamos nosotros lo mismo! Vayamos al final de las cosas, sin romper el tempo. Entonces Sir Colin Davis me contestó: Sí, sí, señor (siempre me llama señor) pero tenemos esto, y me mostró la batuta como queriendo decir que él se encargaba Así que yo me callé y me senté. Al final del ensayo me llamó a mí solo y me dijo: Sabes, Gordan, no puedes escucharme. Tú tienes que ir a por lo que amas y yo a por lo que amo yo, solo entonces la orquesta no tendrá más elección que ir a por lo que ellos aman. Si ellos me siguen entonces estaremos perdidos.
Yo antes pensaba que cuando eres el líder de un grupo tienes que lograr que el grupo haga lo que tú piensas, que toque como tú sientes, pero no se trata de eso. Se trata de hacer música con las relaciones que surgen de lo que cada miembro del grupo piensa y siente. Solo así es música. No es tanto el deber de estar juntos. Hegel decía “la armonía es la ruptura positiva de la unidad”. No se trata de unificar. Con esa ruptura positiva podemos estar en contacto, seguir las pautas de un director pero sin dejar de ser nosotros mismos, de forma natural, sin forzar, solo entonces seremos capaces de ir a cualquier parte. Definitivamente ese ensayo aclaró muchas cosas en mi cabeza. Entendí que es mejor actuar sin premeditación, descubrí que la música es mejor no cuando tomas ciertas decisiones sino cuando te dejas llevar por las relaciones que se crean entre quienes están haciendo esa música.
En tus clases alguna vez has hablado de la importancia del riesgo en la música, de tocar sin muchos ensayos o cambiar digitaciones en el mismo escenario. Supongo que tiene que ver con lo que dices de evitar las decisiones y centrarse más en escuchar lo que cada uno de los intérpretes siente. ¿Es importante buscar ese riesgo en la vida?
Creo que la música es lo más cercano a la vida. Lo que buscas en la música lo buscas también en la vida. Creo que mis intereses están más relacionados con los tiempos modernos, en el sentido que le daba Charlie Chaplin, quiero decir. Intento compensar el exceso de cosas que gobiernan el mundo, con las que no me identifico, con las que creo que faltan en él. Quizá esto tiene más que ver con la armonía de esas cosas. Cuanta más armonía haya, y armonía entendida de nuevo como unificación, menos disparidad hay. Entonces cuanta menos armonía haya más posibilidades hay y la vida estará más viva. Quizá esto pueda ser peligroso para la democracia, jeje.
Bueno, ya lo decía Erich Fromm en “El miedo a la libertad”: el futuro de la democracia depende de la realización del individualismo.
Exacto. Y lo mismo pasa en las orquestas. Mostrarte como tú mismo eres en la relación que creas con el resto. Se crea una libertad positiva que da pie a infinitas posibilidades en un espacio más grande. Además, no hay una verdad universal para siempre, así que esa armonía es imposible.
Has recibido clases de Jean Jacques Kantarow y has trabajado con Sir Colin Davis y Mitsuko Uchida. ¿Ha habido alguno que te marcara especialmente la manera de entender la música?
Definitivamente Jacques Kantarow me dio una muy buena perspectiva. Sin decírmelo, simplemente me dio espacio. Me mostró que era yo quien debía trabajar mi propia enseñanza. Fue un increíble soporte, supo cómo empujarme al mundo, cómo ir a por las cosas, pero tuvo muchísima paciencia, y no conozco otra manera mejor de enseñar que la paciencia. Esta era una cualidad infinita en él y le estoy muy agradecido por ello porque no es algo que se encuentre a menudo en la vida.
¿Crees que es posible aprender a enseñar, una correcta manera de enseñar?
El otro día me hicieron una pregunta parecida pero en relación con la política. Enseñar y la política es la misma cosa. Es muy difícil decir cuál es la manera correcta de ser de un ser humano, de las cosas más difíciles, de hecho. Las cosas que están dentro de nuestra propia naturaleza son infinitamente complejas. Absolutamente no, no puedo definir cuál es la mejor manera de enseñar, pero se me viene a la mente una de las cosas que dijo Ivry Gitlis y es que el mejor profesor que puedes tener eres tú mismo. Ir a por ello, inventar tu propia manera de enseñarte. Los profesores pueden decirte algo sobre el contexto, sobre el compositor, pero lo fundamental tienes que descubrirlo tú. Es como si tienes un profesor para tus relaciones sentimentales, él puede aconsejarte pero la última palabra siempre la tienes tú. Digamos que esto es algo bastante nuevo porque aún tenemos a la familia diciéndonos qué se debe o qué no se debe hacer, pero debemos intentar inventar nuestra propia democracia, pensar por nosotros mismos, no perder terreno. Creo que la música es una buena cosa para practicar esto, y el aprendizaje de la misma enfocado a una manera de descubrirnos. Idomeneo creo que es una buena oportunidad para aprender democracia, por ejemplo.
En tus clases has dicho alguna vez que no se debe tocar la música de Bach o Mozart sino tu música, en primera persona. ¿Cómo le enseñas esto a un niño?
No podemos envolver un ideal y mandarlo. Por supuesto que podemos reducir algo a un ideal principal y decir “esta es mi idea”, pero no creo que ese sea el objetivo porque al hacer eso el ideal pierde su inaccesibilidad, es como si reduces a palabras a algo que no se puede expresar con ellas, lo empobreces. Si tratas de explicar cómo tocar Bach, por ejemplo, vas a perder algo que es fundamental para el ser humano. Creo que lo que deberíamos hacer es buscar la relación con la idea y no la idea en sí misma y esto es así porque en una relación se debería siempre tanto dar como recibir. Ahora vamos a un concierto, hacemos un informe de cómo se toca Mozart y vamos directamente al resultado. No te construyes a ti mismo si solo esperas el resultado. Estar informado no es hacer música, para lograr hacerla tienes que lograr crear esa relación entre esa información y lo que tú tienes dentro.
Estoy seguro de que un niño no puede entender cómo tocar Mozart si le dices cómo debe hacerlo, aún no entiende cosas tan trascendentales como los mundos de Bach o Mozart. Pero sí entenderá si le dices que te cuente algo que ama pero que es inaccesible. No puedes hablarle de cómo tocar esto o aquello porque reducirías el ideal que él debe crear y la relación con el mismo y acabarías destruyéndolo. Son diferentes lenguajes.
¿Qué es para ti el pánico escénico? ¿Cómo lo combates?
Oh, (risas) esto es algo extraño, de hecho, difícil de analizar. Yo tenía un CD favorito que había escuchado mil veces. Cada vez que lo escuchaba nada cambiaba, obviamente, era una grabación. Entonces me puse a escuchar la música primero con una persona, luego con otra diferente, y dejé de escucharla con mis oídos para escucharla con los suyos. Nadie tenía las mismas reacciones ni sentía las mismas cosas. Así que cuando tocas delante de mil personas has de ser consciente de que cada una de ellas está escuchando algo diferente de lo que tú escuchas. El ser humano no es una escultura que no cambia, nos afectan los demás y cómo nos vean. Tenemos que aceptar que nos va a afectar que haya gente escuchando. Creo que al estudiar estamos explorando continuamente. Bueno, puedes llevarlo preparado e intentar tocar la misma versión cada vez, pero creo que el milagro de la música no reside tanto en el sonido sino en el espacio donde suena ese sonido. No son las notas que tocas sino la relación entre esas notas. Cuando tocamos frente a un público debemos seguir explorando, explorar aún más y buscar esa relación entre nosotros mismos y quienes nos escuchan, que serán personas diferentes cada vez.
Muchas de tus clases son casi más clases de filosofía. ¿Podríamos suponer que la música es una especie de arma sinestésica, capaz de hacernos ver, sentir, incluso saborear cosas?
(Risas) De nuevo me viene a la cabeza una observación que hizo Hegel. ¿Qué es la música para el alma? La música ofrece te ofrece un lugar en el cual te ves a ti mismo arrojado hacia un sentimiento, sin poder evitarlo. Cuando esto se establece así podemos afirmar que en efecto hay lugares comunes entre ideas y sonidos. Volvemos a hablar de relaciones, claro. En lo que yo trabajo es en crear el espacio para que se den esas relaciones. Intento, pues, no pensar en una sola cosa porque si no acabas convirtiendo esa única cosa en tu objetivo final. Cuantas más cosas pienses, cuantas más ideas, más relaciones y más riqueza tendrás. En la música no se trata de tener conocimiento sino de crear relaciones entre el conocimiento y el no conocimiento. Esto es un poco lo mismo que los científicos. Desde Einstein ya tuvieron claro que había cosas que nunca iban a poder explicar con claridad, de forma definitiva. Ellos estaban en la frontera de la niebla, en la frontera entre el desconocimiento absoluto y una verdad que no existe. No hay que encerrarse en la niebla porque acabarás perdiéndote, pero sí hay que estar en contacto con ella.
Supongo que el encerrarte o no en ella también dependerá de tus circunstancias…
Por supuesto. Las circunstancias son las que te hacen tocar de forma diferente cada vez. Entre 1943 y 1944 se hicieron las que para muchos fueron las mejores grabaciones de nuestro tiempo por la Filarmónica de Berlín. Era la mejor orquesta y podía permitirse realizar estas grabaciones. Pero era la mejor orquesta porque cuando la gente iba a escucharla, iba a respirar. En un mundo en guerra los conciertos suponían un soplo de aire fresco, un alivio, por eso eran tan buenos.
¿Crees que la música te enseña a pensar?
Hay muchos filósofos que tuvieron una estrecha relación con la música. Schopenhauer, Henri Bergson… Nuestros filósofos se comieron la cabeza intentando resolver problemas de espacio, tiempo y movimiento, que al final es lo que es también la música. Al final aparecieron paradojas como las de Zenón, de Aquiles y la tortuga. Hay que saber que hay ciertos límites y, al igual que la labor de los filósofos es descubrir esos límites, quizá sea también nuestra propia labor. Al fin y al cabo, un mismo trabajo desde otra perspectiva.
Es curioso que, logrando la música hacernos sentir emociones tan fuertes y positivas, se esté convirtiendo en algo tan competitivo. En los conservatorios parece que solo se habla de a ver quién es mejor que quién. ¿Pasa esto en BandArt?
(Risas) No, en absoluto.
Pero entonces, ¿cuál es el fallo? ¿Qué es lo que está pasando?
No sé qué es lo que falla en otras orquestas o en los conservatorios, lo que sí sé es que cada uno de los músicos de BandArt se ha roto en alguna parte, ha tenido que dejar algo de sí mismo apartando sus propias ideas.
O sea que ese es el truco, dejar a un lado el ego.
No hay truco, el truco es tocar con la gente que te gusta. En el sentido estético, claro. Cómo toca, cómo siente lo que toca. Es difícil ponerle palabras a eso. Yo no decido tocar con alguien porque me digan que es un gran violinista, yo hablo con esa persona, de sus sensaciones, trato de entender lo que quiere decirme.
Creo que es difícil explicarles esto a las nuevas generaciones. Da la sensación de que ese sentimiento de compartir, ese riesgo positivo, esa exploración están profundamente escondidos dentro de nosotros. No sabría cómo explicar esto a mis alumnos si algún día llego a ser profesora…
(Risas) Claro, claro, es difícil. Yo siento lo mismo. Pero cuando crezcas un poco quizá entenderás que no se puede explicar todo. Es verdad que ahora se busca aclarar todo con una información específica pero hay cosas para las que no hay explicación. Tú lo entiendes en el momento en el que entras en contacto con eso. Supongo que es eso, llegas a las cosas por las experiencias que vives.
¿Crees que la música puede cambiar el mundo?
No lo sé… Hay una historia sobre un hombre mayor que contaba historias a los niños. Un día uno de los niños le preguntó: ¿Por qué nos cuentas estas historias? Y él riéndose le dijo: Ah, es una buena pregunta, yo antes contaba historias para cambiar el mundo y ahora las cuento para que el mundo no me cambie a mí.
Quizá es más interesante no el saber cómo cambiar el mundo sino cómo cambias tú. Ser consciente de lo que eres tú, más que ser consciente de las cosas que puedes cambiar. Me gusta un proverbio indio que dice: “Intenta que lo que des a los demás sea lo que te das a ti mismo”. Es básicamente eso. Estás siendo un buen músico no tanto en el momento en el que eres capaz de dar lo que quieres dar sino en el momento en el que eres capaz de recibir lo que tú mismo haces.
¿Podrías describir BandArt en una palabra?
Relaciones.
¿Y la música?
(Risas) Oh… la música… en una palabra… Tú me pides que te la describa en una palabra pero si me permites te voy a decir una palabra en alemán, que traducida son dos: Liebesbewegung, que se podría traducir por “amado movimiento”.
Efectivamente, quizá eso es justo lo que es la música, lo que nos hace caminar.

*Entrevista publicada en la revista de música clásica y danza Doce Notas

DdA, XIII/3389

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