Alicia Población Brel
BandArt es una agrupación independiente que se creó en 2005, en el
Festival de Lucerna. El pasado 4 de noviembre interpretó en Franfurt la ópera
Idomeneo, de Mozart, participando en los European Cultural
Days bajo la dirección de Gordan Nikolich.
La representación no fue una ópera al estilo clásico. Para la performance fueron invitados músicos y figurantes exiliados de Irán, Siria, Irak, Pakistán, Afganistán y Nigeria. Pusieron en relación el Idomeneo, de Mozart
con el campo de refugiados de Idomeni, logrando no solo una increíble
combinación de culturas musicales sino también un acercamiento a la
situación actual.
Durante el espectáculo se alternaron varias entrevistas de cada uno
de los miembros del grupo de refugiados invitados. Contaban su historia
relacionándola con un objeto: una brújula que les había salvado de
ahogarse en medio del mar, la foto, y no el papel oficial que se había
quedado en su país, de un diploma de una competición de karate, una
alcachofa de ducha que representaba el sueño de continuar como
empresario en el nuevo país al que llegara… Durante los testimonios se
enfocaban los objetos y se proyectaban en el fondo del escenario. Al
final de la escena se quemaban. En momentos puntuales, el coro sorprendía apareciendo por los
laterales de la sala y hacía disfrutar en estéreo de la música, que te
empapaba hasta los huesos, como si estuviéramos en el centro mismo de la
obra. En todo momento eras consciente del poder de la voz humana en
todos los sentidos. Y cómo la combinación con la música la hacía más
fuerte. En un pequeño monitor a la derecha del público se podía ver el foso,
donde estaban los músicos de BandArt. Tocaban todos de pie, con Gordan a
la cabeza, quien bailaba la próxima aparición de BandArt y la llevaba
mientras la orquesta se dejaba llevar por él.
La próxima aparición de BandArt no tiene fecha fija pero entre el año que viene y el siguiente tienen programada La Creación, de Haydn.
Gordan Nikolich nació en Serbia en 1968. Trabaja
como director artístico en BandArt y es también el concertino de la
Orquesta Sinfónica de Londres así como profesor en Codarts,
Conservatorio de Rotterdam.
¿Cuándo y cómo fue tu primer contacto con la música? ¿En qué momento te diste cuenta de que querías dedicarle tu vida?
Cuando tenía cuatro años mis padres me llevaron a un concierto de una
orquesta de cámara y recuerdo que me quedé completamente fascinado por
el contrabajo. Yo quería tocar el contrabajo, pero mis padres me dijeron
que escogiera algo más ligero, que el contrabajo requería mucho espacio
para vivir con él. Tuve una educación musical brillante, lo reconozco, y
pronto empecé a manejarme bien con el violín. Pero el momento en el que
me di cuenta de que quería dedicar mi vida a la música fue con
dieciséis años. Por un malentendido no llegué a tiempo para hacer la
matrícula en el conservatorio y tuve que dedicar ese año a viajar,
aprender idiomas, a hacer un poquito de otras artes. Me di cuenta de que
al estar en contacto con obras de los grandes maestros de la pintura o
el cine sentía una increíble emoción, una intensidad que yo quería
conseguir con el violín, porque era con él con quien sabía que iba a
lograr expresar mi propio lenguaje. Creo que sí, que fue en aquel
momento cuando supe que quería dedicarme enteramente a esto.
¿Te sientes más identificado con un tipo de música que con otro? ¿Alguna pieza en particular?
Es todo lo mismo: música occidental. La música occidental está
relacionada con el sentido, la unión de las armonías y, desde mi punto
de vista, no hay una gran diferencia de una pieza a otra. Las
combinaciones de la armonía y el desarrollo del cuadro armónico han
buscado poner la piel de gallina desde Gesualdo hasta Pierre Boulez. Los
lenguajes no se diferencian mucho entre sí, al menos para mí, en este
sentido. Quizá si hablamos de piezas en concreto sí podríamos encontrar
diferencias, pero a otro nivel. No podría decir cuál prefiero porque
habría que ver qué se esconde en cada pieza desde muchas perspectivas.
Si hablamos de ritmo, por ejemplo, es fácil decir si hay o no hay
regularidad, pero la armonía de una pieza hay que analizarla con más
profundidad, desde todos los ángulos y aún hoy estoy explorando todas
estas posibilidades, lleva tiempo, sí.
¿Recuerdas algún concierto que te tocara el alma especialmente?
Bueno, muchos, pero recuerdo especialmente uno, en el que por cierto
no tocaba como solista sino con la Sinfónica de Londres en una gira por
Japón. Teníamos programada la octava de Beethoven y, aunque no habíamos
ensayado mucho teníamos tres cuartos de hora antes del concierto así que
no había problema. Sir Colin Davis, a quien por entonces yo conocía de
poco más de un año, era el director, y durante el ensayo cogió un tempo
extremadamente lento. Bueno, quizá no se puede decir que fuera lento
pero como que no iba a ningún sitio. La orquesta estaba relajada, era un
ensayo, sin estrés e incluso tocaba a un tempo aún más lento de lo que
él marcaba. Por esos años yo estaba más centrado en la interpretación
histórica, el tempo escrito por el compositor, correcta articulación,
respiraciones… así que me levanté y les dije a los músicos: Señores, en
alemán el verbo va al final de la frase, esta no cobra completo sentido
hasta el final. ¡Hagamos nosotros lo mismo! Vayamos al final de las
cosas, sin romper el tempo. Entonces Sir Colin Davis me contestó: Sí,
sí, señor (siempre me llama señor) pero tenemos esto, y me mostró la
batuta como queriendo decir que él se encargaba Así que yo me callé y me
senté. Al final del ensayo me llamó a mí solo y me dijo: Sabes, Gordan,
no puedes escucharme. Tú tienes que ir a por lo que amas y yo a por lo
que amo yo, solo entonces la orquesta no tendrá más elección que ir a
por lo que ellos aman. Si ellos me siguen entonces estaremos perdidos.
Yo antes pensaba que cuando eres el líder de un grupo tienes que
lograr que el grupo haga lo que tú piensas, que toque como tú sientes,
pero no se trata de eso. Se trata de hacer música con las relaciones que
surgen de lo que cada miembro del grupo piensa y siente. Solo así es
música. No es tanto el deber de estar juntos. Hegel decía “la armonía es
la ruptura positiva de la unidad”. No se trata de unificar. Con esa
ruptura positiva podemos estar en contacto, seguir las pautas de un
director pero sin dejar de ser nosotros mismos, de forma natural, sin
forzar, solo entonces seremos capaces de ir a cualquier parte.
Definitivamente ese ensayo aclaró muchas cosas en mi cabeza. Entendí que
es mejor actuar sin premeditación, descubrí que la música es mejor no
cuando tomas ciertas decisiones sino cuando te dejas llevar por las
relaciones que se crean entre quienes están haciendo esa música.
En tus clases alguna vez has hablado de la importancia del
riesgo en la música, de tocar sin muchos ensayos o cambiar digitaciones
en el mismo escenario. Supongo que tiene que ver con lo que dices de
evitar las decisiones y centrarse más en escuchar lo que cada uno de los
intérpretes siente. ¿Es importante buscar ese riesgo en la vida?
Creo que la música es lo más cercano a la vida. Lo que buscas en la
música lo buscas también en la vida. Creo que mis intereses están más
relacionados con los tiempos modernos, en el sentido que le daba Charlie
Chaplin, quiero decir. Intento compensar el exceso de cosas que
gobiernan el mundo, con las que no me identifico, con las que creo que
faltan en él. Quizá esto tiene más que ver con la armonía de esas cosas.
Cuanta más armonía haya, y armonía entendida de nuevo como unificación,
menos disparidad hay. Entonces cuanta menos armonía haya más
posibilidades hay y la vida estará más viva. Quizá esto pueda ser
peligroso para la democracia, jeje.
Bueno, ya lo decía Erich Fromm en “El miedo a la libertad”:
el futuro de la democracia depende de la realización del individualismo.
Exacto. Y lo mismo pasa en las orquestas. Mostrarte como tú mismo
eres en la relación que creas con el resto. Se crea una libertad
positiva que da pie a infinitas posibilidades en un espacio más grande.
Además, no hay una verdad universal para siempre, así que esa armonía es
imposible.
Has recibido clases de Jean Jacques Kantarow y has trabajado
con Sir Colin Davis y Mitsuko Uchida. ¿Ha habido alguno que te marcara
especialmente la manera de entender la música?
Definitivamente Jacques Kantarow me dio una muy buena perspectiva.
Sin decírmelo, simplemente me dio espacio. Me mostró que era yo quien
debía trabajar mi propia enseñanza. Fue un increíble soporte, supo cómo
empujarme al mundo, cómo ir a por las cosas, pero tuvo muchísima
paciencia, y no conozco otra manera mejor de enseñar que la paciencia.
Esta era una cualidad infinita en él y le estoy muy agradecido por ello
porque no es algo que se encuentre a menudo en la vida.
¿Crees que es posible aprender a enseñar, una correcta manera de enseñar?
El otro día me hicieron una pregunta parecida pero en relación con la
política. Enseñar y la política es la misma cosa. Es muy difícil decir
cuál es la manera correcta de ser de un ser humano, de las cosas más
difíciles, de hecho. Las cosas que están dentro de nuestra propia
naturaleza son infinitamente complejas. Absolutamente no, no puedo
definir cuál es la mejor manera de enseñar, pero se me viene a la mente
una de las cosas que dijo Ivry Gitlis y es que el mejor profesor que
puedes tener eres tú mismo. Ir a por ello, inventar tu propia manera de
enseñarte. Los profesores pueden decirte algo sobre el contexto, sobre
el compositor, pero lo fundamental tienes que descubrirlo tú. Es como si
tienes un profesor para tus relaciones sentimentales, él puede
aconsejarte pero la última palabra siempre la tienes tú. Digamos que
esto es algo bastante nuevo porque aún tenemos a la familia diciéndonos
qué se debe o qué no se debe hacer, pero debemos intentar inventar
nuestra propia democracia, pensar por nosotros mismos, no perder
terreno. Creo que la música es una buena cosa para practicar esto, y el
aprendizaje de la misma enfocado a una manera de descubrirnos. Idomeneo
creo que es una buena oportunidad para aprender democracia, por ejemplo.
En tus clases has dicho alguna vez que no se debe tocar la
música de Bach o Mozart sino tu música, en primera persona. ¿Cómo le
enseñas esto a un niño?
No podemos envolver un ideal y mandarlo. Por supuesto que podemos
reducir algo a un ideal principal y decir “esta es mi idea”, pero no
creo que ese sea el objetivo porque al hacer eso el ideal pierde su
inaccesibilidad, es como si reduces a palabras a algo que no se puede
expresar con ellas, lo empobreces. Si tratas de explicar cómo tocar
Bach, por ejemplo, vas a perder algo que es fundamental para el ser
humano. Creo que lo que deberíamos hacer es buscar la relación con la
idea y no la idea en sí misma y esto es así porque en una relación se
debería siempre tanto dar como recibir. Ahora vamos a un concierto,
hacemos un informe de cómo se toca Mozart y vamos directamente al
resultado. No te construyes a ti mismo si solo esperas el resultado.
Estar informado no es hacer música, para lograr hacerla tienes que
lograr crear esa relación entre esa información y lo que tú tienes
dentro.
Estoy seguro de que un niño no puede entender cómo tocar Mozart si le
dices cómo debe hacerlo, aún no entiende cosas tan trascendentales como
los mundos de Bach o Mozart. Pero sí entenderá si le dices que te
cuente algo que ama pero que es inaccesible. No puedes hablarle de cómo
tocar esto o aquello porque reducirías el ideal que él debe crear y la
relación con el mismo y acabarías destruyéndolo. Son diferentes
lenguajes.
¿Qué es para ti el pánico escénico? ¿Cómo lo combates?
Oh, (risas) esto es algo extraño, de hecho, difícil de analizar. Yo
tenía un CD favorito que había escuchado mil veces. Cada vez que lo
escuchaba nada cambiaba, obviamente, era una grabación. Entonces me puse
a escuchar la música primero con una persona, luego con otra diferente,
y dejé de escucharla con mis oídos para escucharla con los suyos. Nadie
tenía las mismas reacciones ni sentía las mismas cosas. Así que cuando
tocas delante de mil personas has de ser consciente de que cada una de
ellas está escuchando algo diferente de lo que tú escuchas. El ser
humano no es una escultura que no cambia, nos afectan los demás y cómo
nos vean. Tenemos que aceptar que nos va a afectar que haya gente
escuchando. Creo que al estudiar estamos explorando continuamente.
Bueno, puedes llevarlo preparado e intentar tocar la misma versión cada
vez, pero creo que el milagro de la música no reside tanto en el sonido
sino en el espacio donde suena ese sonido. No son las notas que tocas
sino la relación entre esas notas. Cuando tocamos frente a un público
debemos seguir explorando, explorar aún más y buscar esa relación entre
nosotros mismos y quienes nos escuchan, que serán personas diferentes
cada vez.
Muchas de tus clases son casi más clases de filosofía.
¿Podríamos suponer que la música es una especie de arma sinestésica,
capaz de hacernos ver, sentir, incluso saborear cosas?
(Risas) De nuevo me viene a la cabeza una observación que hizo Hegel.
¿Qué es la música para el alma? La música ofrece te ofrece un lugar en
el cual te ves a ti mismo arrojado hacia un sentimiento, sin poder
evitarlo. Cuando esto se establece así podemos afirmar que en efecto hay
lugares comunes entre ideas y sonidos. Volvemos a hablar de relaciones,
claro. En lo que yo trabajo es en crear el espacio para que se den esas
relaciones. Intento, pues, no pensar en una sola cosa porque si no
acabas convirtiendo esa única cosa en tu objetivo final. Cuantas más
cosas pienses, cuantas más ideas, más relaciones y más riqueza tendrás.
En la música no se trata de tener conocimiento sino de crear relaciones
entre el conocimiento y el no conocimiento. Esto es un poco lo mismo que
los científicos. Desde Einstein ya tuvieron claro que había cosas que
nunca iban a poder explicar con claridad, de forma definitiva. Ellos
estaban en la frontera de la niebla, en la frontera entre el
desconocimiento absoluto y una verdad que no existe. No hay que
encerrarse en la niebla porque acabarás perdiéndote, pero sí hay que
estar en contacto con ella.
Supongo que el encerrarte o no en ella también dependerá de tus circunstancias…
Por supuesto. Las circunstancias son las que te hacen tocar de forma
diferente cada vez. Entre 1943 y 1944 se hicieron las que para muchos
fueron las mejores grabaciones de nuestro tiempo por la Filarmónica de
Berlín. Era la mejor orquesta y podía permitirse realizar estas
grabaciones. Pero era la mejor orquesta porque cuando la gente iba a
escucharla, iba a respirar. En un mundo en guerra los conciertos
suponían un soplo de aire fresco, un alivio, por eso eran tan buenos.
¿Crees que la música te enseña a pensar?
Hay muchos filósofos que tuvieron una estrecha relación con la
música. Schopenhauer, Henri Bergson… Nuestros filósofos se comieron la
cabeza intentando resolver problemas de espacio, tiempo y movimiento,
que al final es lo que es también la música. Al final aparecieron
paradojas como las de Zenón, de Aquiles y la tortuga. Hay que saber que
hay ciertos límites y, al igual que la labor de los filósofos es
descubrir esos límites, quizá sea también nuestra propia labor. Al fin y
al cabo, un mismo trabajo desde otra perspectiva.
Es curioso que, logrando la música hacernos sentir emociones
tan fuertes y positivas, se esté convirtiendo en algo tan competitivo.
En los conservatorios parece que solo se habla de a ver quién es mejor
que quién. ¿Pasa esto en BandArt?
(Risas) No, en absoluto.
Pero entonces, ¿cuál es el fallo? ¿Qué es lo que está pasando?
No sé qué es lo que falla en otras orquestas o en los conservatorios,
lo que sí sé es que cada uno de los músicos de BandArt se ha roto en
alguna parte, ha tenido que dejar algo de sí mismo apartando sus propias
ideas.
O sea que ese es el truco, dejar a un lado el ego.
No hay truco, el truco es tocar con la gente que te gusta. En el
sentido estético, claro. Cómo toca, cómo siente lo que toca. Es difícil
ponerle palabras a eso. Yo no decido tocar con alguien porque me digan
que es un gran violinista, yo hablo con esa persona, de sus sensaciones,
trato de entender lo que quiere decirme.
Creo que es difícil explicarles esto a las nuevas
generaciones. Da la sensación de que ese sentimiento de compartir, ese
riesgo positivo, esa exploración están profundamente escondidos dentro
de nosotros. No sabría cómo explicar esto a mis alumnos si algún día
llego a ser profesora…
(Risas) Claro, claro, es difícil. Yo siento lo mismo. Pero cuando
crezcas un poco quizá entenderás que no se puede explicar todo. Es
verdad que ahora se busca aclarar todo con una información específica
pero hay cosas para las que no hay explicación. Tú lo entiendes en el
momento en el que entras en contacto con eso. Supongo que es eso, llegas
a las cosas por las experiencias que vives.
¿Crees que la música puede cambiar el mundo?
No lo sé… Hay una historia sobre un hombre mayor que contaba
historias a los niños. Un día uno de los niños le preguntó: ¿Por qué nos
cuentas estas historias? Y él riéndose le dijo: Ah, es una buena
pregunta, yo antes contaba historias para cambiar el mundo y ahora las
cuento para que el mundo no me cambie a mí.
Quizá es más interesante no el saber cómo cambiar el mundo sino cómo
cambias tú. Ser consciente de lo que eres tú, más que ser consciente de
las cosas que puedes cambiar. Me gusta un proverbio indio que dice:
“Intenta que lo que des a los demás sea lo que te das a ti mismo”. Es
básicamente eso. Estás siendo un buen músico no tanto en el momento en
el que eres capaz de dar lo que quieres dar sino en el momento en el que
eres capaz de recibir lo que tú mismo haces.
¿Podrías describir BandArt en una palabra?
Relaciones.
¿Y la música?
(Risas) Oh… la música… en una palabra… Tú me pides que te la describa
en una palabra pero si me permites te voy a decir una palabra en
alemán, que traducida son dos: Liebesbewegung, que se podría traducir
por “amado movimiento”.
Efectivamente, quizá eso es justo lo que es la música, lo que nos hace caminar.
*Entrevista publicada en la revista de música clásica y danza Doce Notas.
DdA, XIII/3389
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