Con
frecuencia cuesta creer que estamos en el s. XXI. Sobre todo si eres
mujer. En países "menos civilizados" que el nuestro las mujeres son
cosificadas. Carecen de derechos humanos elementales. Son mutiladas
genitalmente, lapidadas, azotadas, ejecutadas, violadas, prostituidas
desde la niñez, vendidas como mercancía cárnica, explotadas sexual y
laboralmente... Millones de hermanas en todo el mundo padecen todo tipo
de abusos y vejaciones de parte de sociedades patriarcales y gobiernos
teocráticos que ejercen la violencia institucional mostrando su odio y
su desprecio por el género femenino. Una plaga que no cesa y que no
impide que países occidentales, como España, mantengan relaciones
comerciales y diplomáticas con estados feminicidas y represores como
Arabia Saudí.
Una
cosa es predicar y otra, muy diferente, dar trigo. Y el humillante
maltrato que recibe la mitad de la población mundial no es óbice ni
cortapisa para que nuestro soberano o nuestros dirigentes políticos
estrechen amistosamente la mano de los verdugos. Al final, solo son
mujeres, niñas o adolescentes cuya vida no significa gran cosa si la
comparamos con los pingües beneficios que se pueden obtener haciendo la
vista gorda.
Pero
incluso aquí, donde la constitución pretende avalar la igualdad entre
los géneros, nos encontramos con comportamientos retrógrados y machistas
que impregnan todos los estratos sociales. Mirar para otro lado cuando
se producen equivale a ser cómplices de tan deleznables comportamientos.
Hace
unos días, unos taxistas madrileños decidieron no hacerlo cuando un
cliente neandertal se negó a tomar un taxi porque iba conducido por una
mujer. Ninguno de los otros compañeros de la parada accedieron a
transportar al energúmeno que tuvo que largarse a patita bajo un sol de
justicia (nunca mejor dicho). Son pequeños-grandes gestos que marcan la
diferencia. Que aportan esperanza en que algo está cambiando pese a
otras noticias que provocan desazón.
Como
la de un galeno de Murcia que escupió un insólito diagnóstico a una
paciente. Según su profesional opinión, mientras apuraba un cigarrillo
en mitad de la consulta, el problema es que la muchacha no estaba bien
follada. O en cualquier caso, la mal follada era su madre, apostilló.
Desconozco si la prescripción facultativa fue la de administrarle un
falo cada ocho horas o si, él mismo, ofreció su patética pilila para
paliar la dolencia de la joven. En cualquier caso, lo más lamentable del
asunto es que, pese a que el menda dejó plasmado en un informe
semejante infamia, la consejería de sanidad no le ha separado
cautelarmente del ejercicio de su profesión mientras dura la
investigación. ¿Acaso entienden que la patología que describe este
pájaro debiera incluirse en el vademécum del colegio oficial de médicos?
Desgraciadamente,
no es el único caso en el que la discriminación humillante de algún
macho alfa queda impune frente a la justicia. Un jefe de unos grandes
almacenes que se dirigía a sus empleadas llamándoles "chochitos" y
dejaba notas alusivas a su físico en sus taquillas fue absuelto al
entender que sus actos no era constitutivos de delito. Tampoco la
Universidad está libre del ejercicio del machismo "cum laude". Un
profesor de Santiago de Compostela aprovechó la jerarquía docente para
criticar públicamente el escote de una alumna. Al parecer le
desconcertaba su canalillo. Al ser tachado de machista por el alumnado
su respuesta fue muy esclarecedora: Si fuera machista, te pegaría una hostia.
Aunque sus actos se desarrollaron frente a toda la clase, los
responsables de la Universidad no tomaron medidas contra el profesor. A
cambio, reubicaron a la alumna en otra clase re-victimizándola por no
saber encajar la " respetable" opinión del catedrático.
Por
desgracia, culpabilizar a las víctimas de insultos o agresiones
machistas no es un hecho infrecuente. Si una mujer es violada se
cuestiona su forma de vestir o la imprudencia de andar de noche por una
calle oscura. Como si ello supusieran un consentimiento tácito para ser
objeto de esta clase de violencia. ¡Es que van provocando!- Tenemos que
oír de algunos respetables padres de familia. ¿Si fueran sus hijas... lo
justificarían con el mismo argumento? ¿Darían una palmada de
complicidad en la espalda de sus agresores?
Casi
todas las mujeres padecemos algún tipo de vejación a lo largo de
nuestra vida. Tocamientos, insultos o menosprecios que ocurren con total
impunidad y que son normalizados por las autoridades e incluso por gran
parte de la sociedad.
Cuando alguno de estos tarados discrepa
ideológicamente con una mujer recurre al sexismo más bajuno. Lo digo
por experiencia. Más de una vez se me ha tachado de "mal follada" cuando
discrepan de mis opiniones y no se les ocurre mejor argumento
para rebatirlas que atribuirlo a mi necesidad de ser penetrada por un
iluminador pene que me ayude a ver la luz.
A
lo mejor se hacen un lío con la sintaxis y, en vez de mal follada, lo
que quieren decir es que tenemos "mala folla". Es decir, que no estamos
dispuestas a someternos a ningún imbécil que pretenda iluminarnos a
pollazo limpio. Sería necesario ilustrarles acerca de que, al contrario
de lo que les pasa a ellos, nuestras neuronas no residen en las gónadas
sexuales.
Pero para
que la igualdad y el respeto inter-genérico sea posible se necesita la
intervención de una sociedad sana y equilibrada. Mirar para otro lado,
justificar o minimizar estos hechos forman parte del problema. No se
puede cambiar lo que nos ofende por cojones o por ovarios. Solo una
educación equitativa y libre de prejuicios puede darle la vuelta a la
tortilla. Pero mientras ese día llega, únicamente podemos combatir su
estupidez a fuerza de "mala folla". De mucha, mucha mala folla.
DdA, XIII/3342
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