Pedro Luis Angosto
Confieso que voté al partido que dirigía Felipe González varias veces, que
pese a los muchos desatinos que cometió desde aquel grandioso y
esperanzador 28 de octubre de 1982 –¡tantísimas cosas dejó intactas
cuando tanto se podía haber cambiado!- lo defendí contra todos los
amigos que afirmaban estaba haciendo una política de derechas, que
durante muchos años elegí el mal menor escudándome en la ausencia de
alternativas, en que bajo su gobierno se universalizaron las pensiones y
la asistencia sanitaria que hoy el Partido Popular ha puesto en
gravísimo riesgo y se crearon los fondos de cohesión en un tiempo en el
que el proyecto europeo tenía un sesgo solidario reconocible.
Inasequible al desaliento, porfié, insistí en mi particular “sostenella y
no enmendalla” incluso después de la traición de la OTAN, incluso
cuando todo indicaba que detrás del GAL no sólo estaban los restos de
las cloacas franquistas. También confieso, que considero todavía hoy
imprescindible al Partido Socialista Obrero Español si es capaz de
volver a sus raíces y desprenderse de quienes desde Suresnes quisieron
convertirlo en un instrumento más al servicio del régimen, entre ellos,
muy principalmente, Felipe González.
Es cierto que una dictadura no se desmantela en unos meses cuando el
dictador ha muerto en la cama de palacio y sus beneficiarios siguen
siendo los dueños de las pistolas, los fusiles y las finanzas; que la
barbarie etarra ponía las cosas muy difíciles con su demencial voracidad
asesina creciente; que pese al “fallido” golpe de Estado los poderes
reales nunca dejaron de estar del todo en manos de franquistas; pero
cosa muy diferente es que para combatir la brutalidad etarra uno elija a
personajes de la calaña de Ballesteros o Galindo, que para
introducirnos en una organización militar al servicio de Estados Unidos
se convoque un referéndum trucado en el que se utilizaron todos los
instrumentos inventados para engañar, que durante su mandato se pusieran
las bases para el desarrollo de la “enseñanza” concertada clerical,
negando de ese modo el paso a un Estado Democrático cimentado sobre las
sólidas bases que da una Educación Laica de calidad a la que se hubiesen
destinado todos los fondos públicos; que durante los catorce años en
que presidió el gobierno del Estado no se hiciese nada por contar a los
españoles las atrocidades cometidas bajo la dictadura ni por depurar a
quienes siguieron enquistados en Administraciones e instituciones o que,
en realidad, Felipe González mintiese hasta en su ideología.
Discípulo preferido de los catedráticos Manuel Jiménez Fernández
–ministro de la CEDA durante el bienio negro de la II República- y de
Manuel de Olivencia, Felipe González fue educado en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Sevilla en los principios de la democracia
cristiana, principios que son los que ha defendido desde que tomó el
poder del PSOE en el Congreso de Suresnes contra la vieja guardia
socialista del exilio, contando para ello con el apoyo de la
socialdemocracia europea y el beneplácito de Estados Unidos. Hombre
capaz pero con una ambición desmesurada, desde bien temprano quiso hacer
del PSOE una organización a su medida de la que sobraban aquellos que,
como Luis Gómez Llorente, defendían una opción ideológica que enlazaba
con la más genuina tradición republicano-socialista. Empeñado en
convertir al partido -a fuerza de renuncias, de hacer tragar a sus
militantes con ruedas de molinos y de desalojar a los críticos- en un
ente de ideología borrosa guiado por la fuerza que da el pragmatismo,
Felipe González se fue encontrando a sí mismo junto a los grandes
dirigentes mundiales del momento, llegando a identificarse plenamente
con líderes políticos de la derecha mundial como Helmut Kohl, Carlos
Andrés Pérez o Alan García, todos ellos tocados por la gracia de la
corrupción, llegando en su deriva derechista a afirmar que “en el Chile
de Pinochet se respetaban mucho más los derechos humanos que en la
Venezuela de Maduro”, cosa que evidentemente pueden preguntar ustedes a
Salvador Allende, Pablo Neruda o Víctor Jara. En su deriva derechista,
González se creyó un hombre providencial y como facundia y simpatía para
con los poderosos no le faltaba, comenzó a codearse con los hombres más
ricos de la tierra personificados en Carlos Slim, Gustavo Cisneros o
Hassan II mientras cultivaba bonsáis, engarzaba piedras preciosas,
fumaba cohíbas o admiraba la peletería de Elena Benarroch dentro de un
plan perfectamente planificado para hacer del lujo motor principal de su
vida.
Rodeado desde sus primeros momentos de gloria política por personas
tan socialistas como Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Pedro Solbes o
Elena Salgado, Felipe González fue uno de los primeros gobernantes
europeos, después de Margaret Thacher, en abrir las puertas a la
destructora política económica de la Escuela de Chicago, convirtiéndose
en pocos años en uno de los líderes más apreciados por la oligarquía
mundial, en cuyos salones es recibido como persona de gran autoridad y
sapiencia, habiendo logrado colocar a uno de sus más incondicionales y
pragmáticos colaboradores, Javier Solana Madariaga, en las más altas
cimas de la política europea, como ministro de Exteriores de la UE, y
mundial, como Secretario General de la OTAN. Con ese equipaje, trabajado
a conciencia durante muchos años, Felipe González se sigue considerando
a sí mismo como el alma mater del actual Partido Socialista Obrero
Español y se permite conceder una entrevista en la Emisora amiga que
preside Juan Luis Cebrián para dar la orden de ataque a sus fieles para
acabar con el mandato de Pedro Sánchez, primer Secretario General
elegido por la militancia. En su justificación, González afirmó que
Sánchez había osado engañarle, mentirle a él que es un maestro en la
cuestión, obviando que el máximo órgano entre congresos del partido, el
Comité Federal, había decidido en su última reunión no permitir un
gobierno de Rajoy ni por activa ni por pasiva. Nadie piense que las
afirmaciones de González en la Cadena Ser fueron fruto del acaloramiento
o la improvisación, Felipe González había decidido que su partido –al
parecer es suyo- tenía que permitir que Rajoy gobierne al precio que
sea, incluso demoliendo los cimientos y la credibilidad de un partido al
que ha utilizado como ha querido hasta distanciarlo de quienes en
principio fueron su razón de ser, los más desfavorecidos, los más
pobres, los más necesitados, los más excluidos. Claro eso desde la
altura que da el lujo, no se ve. Felipe sacó su fusil, ojalá se lo
trague, ojala se le acabe la mirada constante, la palabra precisa, la
sonrisa perfecta…, será para bien de todos.
DdA, XIII/3349
1 comentario:
Hola
Marx o Felipe?
Felipe!,Felipe1..
De aquellos polvos ,estos lodos.
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