jueves, 30 de junio de 2016

SI ME PREGUNTAS POR QUÉ...

Antonio Aramayona

Si me preguntas más veces por qué, te comprendo, pero compréndeme también a mí cuando solo te abrace con la esperanza de que yo sea esa respuesta que me pides. Danzan a nuestro alrededor los porqués de tantas cosas, tuyas y mías, de todos y de nadie. Bailemos entonces con ellos, con todas nuestras preguntas y nuestras dudas. Preguntar y buscar y decidir: no otra cosa intenté enseñar en cada aula en la que entré como profesor, docente, enseñante o maestro (los nombres son los de menos).

“Hace tiempo estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro”, te escribo en cada email.  Es una frase que cruzó mi vida una tarde mientras leía “Kant y el ornitorrinco”, de Eco, y desde entonces piensa y ríe conmigo.

Yo no quiero preguntarte nada. Basta estar juntos, degustando la placidez después de tempestades, fundiendo en una sola cosa la meta y la salida, en silencio, en el placer de la música que besa y besa, en el misterio de esa vela que en pocos días se apaga y resiste a la vez  el viento que no cesa.

Si me preguntas por qué... no sé... tras el abrazo en este valle, mi valle, donde habito, veré cómo te alejas por ese camino que amo desde que tengo conciencia de ser yo, y no otro, de ser caminante contigo, fiero y lúcido.  Y te irás, sabiendo que aquí me quedaré, cerrados los ojos, dormido, sin palabras, sin respuestas.

Quizá entonces, mientras caminas, la duda alguna vez emborrone tu mirada y el tedio pretenda acompañarte disfrazado de sabio prudente (como barbitúrico en noches sin amante), encubriendo su miedo a las preguntas que no temes. Pero tú pregunta y pregunta, duda, busca, indaga, camina siempre, siempre. Recuerda que eres poblador o pobladora de un mundo de seres vivos, siempre por hacer: las hienas quizá pretendan robarte el alma, pero tú niégate a las respuestas de plomo, al canto del sofista, al mundo de muerte de los partidarios de la moral de los esclavos, que se creen superiores por hacerse eunucos por el reino de su cielo. Niégate, pues, siempre a sucumbir, a renunciarte.

Por el contrario, afírmate, afirma al ser humano que se abre camino ensanchando la pelvis de la historia. Que no te lo roben. Afirma todo, afirmando la humanidad de todo ser humano.

¡Qué bien y cuánto he caminado contigo! Desde mi valle, me siento cada hora que pasa más contento y orgulloso de ti mientras, pasito a pasito, te vas alejando…

DdA, XIII/3311

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