Albert Rivera que ha cometido la pifia más notoria de su breve trayectoria. Fuera de exhibirse en los medios, no pudo ver a nadie, ni nadie le recibió. Entre el patetismo y el ridículo.
No hay
precedentes en la historia de España, ni siquiera al final de la época
colonial, que de pronto la aristocracia de la clase política española se
desplace a un país latinoamericano. El caso de Venezuela y el ridículo
de convertirlo en un eje de la campaña electoral es una trampa para
elefantes y una estafa a la ciudadanía. A la nuestra, porque me temo que
los venezolanos los ven llegar y luego irse, con gran lujo de medios de
comunicación y ningún avance político.
No participo en la nueva teoría de los revolucionarios de cátedra que han descubierto las enormes posibilidades que abre el populismo
a las transformaciones sociales. Yo crecí con Perón ¡qué grande sos!,
instalado en la mansión que le había facilitado Franco en Puerta de
Hierro (Madrid). Perón fue el cáncer de la izquierda argentina que creyó
en él, cuando él no creía en nadie salvo en sí mismo y su carisma. Los
carismas en el populismo latinoamericano son una variante autóctona de
los bárbaros líderes carismáticos europeos. Detesto los carismas.
Bastaría decir que vivo en Barcelona, donde un carismático líder, Jordi
Pujol, ocultaba un delincuente.
¿A qué van los líderes españoles a Venezuela?
¿A rescatar a los opositores encarcelados? Imposible, porque algunos,
no encarcelados, les reciben en olor de multitudes, y pocos, o ninguno,
de los cronistas del evento sabe qué hizo, qué fue y quién es Leopoldo
López, apenas la imagen de su hermosa y valiente esposa. Está en su
derecho. Pero, ¿qué hace por allí Felipe González, cuyas implicaciones
con el corrupto Carlos Andrés Pérez, miembro de la Internacional
Socialista, obtuvo sustanciales beneficios económicos en la gran época
de bonanza económica venezolana?. ¿Y Zapatero? No digamos Albert Rivera que ha cometido la pifia más notoria de su breve trayectoria.
Fuera de exhibirse en los medios, no pudo ver a nadie, ni nadie le
recibió. Un novato que fue a liberar Venezuela y a sus presos, a pelo,
como quien se va a la colonia desde la metrópoli. Entre el patetismo y
el ridículo.
Seamos claros. El
interés de estos libertadores se reduce a ahondar en lo que ellos
llaman “el nexo entre chavismo y Podemos”. Bueno, ¿y qué? Nacieron con
ese apoyo, cobraron por sus trabajos y se propusieron poner en pie un
proyecto que nada tiene que ver con el chavismo. Me gustarán más o
menos, pero ellos no esquilmaron las arcas del Estado, ni se empeñaron
en convertirse en los partidos más corruptos desde la Restauración.
Están empezando, el que quiera, que les vote, pero por favor, no hagan
el ridículo con una campaña por la libertad de Venezuela. Los que tienen
intereses allí son otros. Puestos a escoger, cualquiera les podría dar una lista de países donde no estaría mal hacer una visita y contar su situación.
Que el hombre que dirige, incontestable,
el partido más corrupto de España y que es a la vez presidente del
Gobierno, en funciones, dicen, haya convocado al Consejo de Seguridad Nacional, el órgano del Poder Ejecutivo por excelencia, con el fin de tratar de la situación en Venezuela, me parece indecente. Confieso que como veterano del oficio
periodístico, y ciudadano, me hubiera gustado saber el nombre de ese
hombre temerario que interrumpió la exhibición de los candidatos del PP,
y que recogieron todas las cámaras por obligación visual. Se puso
delante. Ese que les dijo “¡Sois la mafia!”. ¿Qué se hizo de él? No creo
que lo podamos encontrar en Caracas. La batalla está aquí y tienen
mucho miedo, y no precisamente de ese churrigueresco Maduro, que parece
salido de una película de Buñuel.
BEZ DdA, XIII/3281
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