Pedro Sánchez, arropado aparentemente por las principales fuerzas
vivas de su partido, habló de que no buscará los votos ni en el miedo ni
en el rencor. Semejante declaración de principios, a decir verdad, se
las trae. Solo faltaba que persiguiese el voto del miedo. Y, en cuanto
al rencor, tengo para mí que se emplea semejante término para soslayar
que no pequeña parte de los votos perdidos por este partido se deben a
la decepción y al desencanto. Pero las mentes pensantes del PSOE
prefieren llamarlo rencor.
Desde luego, la autocrítica no reza para el dirigente socialista, que
no solo no se la aplica a sí mismo, sino que tampoco lo hace a la
trayectoria de su partido que, desde la muerte de Franco a esta parte,
gobernó España durante veintiún años, y alguna responsabilidad tendrá en
la situación actual de este país. Pero se ve que no, que el infierno
siempre son los demás, y que ningún Gobierno del PSOE causó ni
desencanto ni decepción. Todo fue, pues, pluscuamperfecto.
Sin embargo, hay algunas preguntas inevitables. ¿Es rencor recordar
que durante el felipismo hubo corrupción y terrorismo de Estado? ¿Es
rencor no haberse olvidado de que Zapatero, dejando aparte la
inconsistencia de su discurso, agrandó el problema catalán por su
manifiesta torpeza? ¿Es rencor tener presente que, tras 21 años en el
Gobierno de España, el PSOE no resolvió el asunto del laicismo en la
escuela pública, en lo que concierne a la presencia de la religión
católica en la enseñanza y en lo que concierne al negocio de eso que
llaman centros concertados? ¿Es rencor tener presente que, tras ser el
partido hegemónico en Andalucía, no se haya llevado a cabo en esa tierra
la reforma agraria, dejando aparte los bochornosos episodios de los
ERE? ¿Es rencor ser conscientes de que el PSOE haya venido haciendo
–‘mutatis mutandis’– de partido sagastino en esta Segunda Restauración
borbónica, y que haya observado y siga observando comportamientos de
casta o, si prefiere, de vieja política?
No es rencor, señor Sánchez, que haya cada vez más votantes que
abandonan al PSOE, sino, insisto, decepción y desencanto. Y, fíjese
usted, don Pedro, el conjunto de votantes que en diciembre se desplazó
hacia Podemos, en su mayoría, según me atrevo a interpretar, no es que
implorasen un discurso radicalmente de izquierdas, sino simplemente
socialdemócrata, sino regeneracionista y comprometido con la honestidad
pública. Y todo ello nada tiene que ver con el enriquecimiento rápido
del que hizo bandera un exministro del felipismo, ni tampoco con ser un
partido dinástico y cortesano, ni tampoco con haber sido tan sumisos a
la hora de hacer recortes que sufrieron y sufren los de siempre, al
tiempo que las grandes compañías eléctricas y los grandes bancos fueron
siempre tratados con el mayor cariño.
Si
a todo esto añadimos episodios de corrupción y apuestas por la
mediocridad, se podrían encontrar respuestas que nada tienen que ver ni
con el miedo ni con el rencor, sino con la coherencia y la ejemplaridad,
que son, como sabe, muy distinta cosa.
El Comercio DdA, XIII/3276
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