Recuperar el papel clave y esencial de
la formación intelectual, como medio de contrarrestar el pensamiento
único y como única forma posible de alcanzar una hegemonía política en
la sociedad.
Alberto Garzón
Hace siete años emergió una grave crisis financiera internacional que asustó de forma notable a las clases dirigentes de todo el mundo. Pensaban que la más grave crisis desde la Gran Depresión podría significar el fortalecimiento político de la izquierda en todo el mundo; sabían, de hecho, que las políticas necesarias para detener la hemorragia –el rescate del sistema financiero y los recortes para la mayoría- iban a ser fuertemente contestadas por la izquierda. Incluso Sarkozy habló de “refundar el capitalismo”, poniendo así la venda antes que la herida. Era 2008.
Pero lo cierto es que fue la derecha la
que tomó la iniciativa. La crisis pareció pillar desprevenida a una
izquierda que en gran medida había interiorizado el fin de la historia y
que había asumido amplios postulados del sentido común neoliberal.
Por lo general, la izquierda se limitó a pedir una vuelta a la época
dorada del capitalismo. Es decir, un poco más de la vieja receta
socialdemócrata. Con la izquierda noqueada, la derecha se dedicó a
rescatar a las grandes empresas y las grandes fortunas, a inyectar
billones de euros y dólares al sistema financiero, y a recortar en las
conquistas sociales y económicas de todo el mundo desarrollado.
En nuestro país, las movilizaciones
sociales se desataron muy especialmente a partir de 2010 cuando el
Gobierno del PSOE se puso en manos de la troika. Los planes de ajuste,
eufemismo que esconde un proceso constituyente dirigido por la
oligarquía, habían llegado a España y suponían de facto un cambio en el
orden social. Eso generó respuestas populares. A las huelgas generales
convocadas por los sindicatos siguieron el 15-M, las marchas por la
dignidad, las acciones de protesta del SAT, las mareas de los diferentes
colores, el movimiento Rodea el Congreso, las acciones para detener
desahucios… Hasta 2013 la política en la calle reclamaba un país
distinto al que parecía cristalizar en las instituciones políticas. La
crisis económica se había convertido en crisis de régimen, y ya ninguna
institución se salvaba de la crítica de unas clases populares cada vez
más politizadas y que parecían despertar del largo letargo en el que
habían estado durante la burbuja inmobiliaria.
Las clases dirigentes en España también
reaccionaron. Trataron de redirigir la crítica únicamente hacia las
instituciones políticas y los casos de corrupción; obviando,
intencionadamente, el componente sistémico y económico de la crisis. En
el fondo consiguieron dar la vuelta a una de las grandes hazañas del
15-M, que fue poner la crisis económica y sus actores al mismo nivel que
la crisis política (no somos mercancía en manos de políticos y banqueros,
decíamos). A partir de 2013 cada vez se hablaba menos de paro y
desigualdad y cada vez se hablaba más de corrupción y de Bárcenas. Así,
lo que en 2011 fue identificado acertadamente como una crisis sistémica,
con sus banqueros estafadores y empresarios corruptores, se fue
convirtiendo, poco a poco, en una crisis de salud política, es decir, de
simples mangantes y manzanas podridas en los partidos. La enmienda a la
totalidad que hicimos en el 15-M se reconvirtió en pocos años en una
suave e inocua llamada a la regeneración democrática que, en lo esencial, consistía en un mero recambio de actores.
Tras cuatro años de una durísima
legislatura con Gobierno del PP en mayoría absoluta, toca hacer balance.
Y, tras comprobar que el mismo partido que ha saqueado nuestro país
como representante de la oligarquía, conviene también ser capaces de repensar la izquierda.
¿Qué sino deberíamos hacer cuando tras años de movilización popular y
repolitización de la sociedad el ganador de unas elecciones ha sido el
partido responsable de la pérdida de calidad de vida, y de la vida
misma, de las clases populares?
En estos días muchas voces hablan de
cambio. Es normal, porque todo cambia siempre. La cuestión es saber qué
es lo que cambia y hacia dónde lo hace. Y lo cierto es que, sin
desmerecer elementos positivos, el PP ha ganado las elecciones y el
bipartidismo ha obtenido mayoría absoluta en escaños. Cambios
cuantitativos, sí; cambios cualitativos, lo dudo. Y en este nuevo
contexto tenemos una importante tarea que realizar: ser capaces de
fortalecer un instrumento de izquierdas al servicio de las clases
populares. A estos efectos quisiera aportar algunas ideas de cómo me
imagino yo esa izquierda, de cómo imagino ese instrumento.
Nosotros hemos vivido una campaña muy
hermosa y que era al mismo tiempo muy complicada. Excluidos de los
grandes debates e invisibilizados en gran medida, hemos conseguido ganar
la confianza de casi un millón de votantes. Aunque con resultados malos
en escaños, la experiencia ha sido fantástica para comprobar cómo un
proceso participativo real y que sumaba múltiples diversidades podía
hacer frente a tamañas adversidades. Un millón de votos, miles de
militantes y simpatizantes y extraordinarios cuadros políticos son
mimbres más que suficientes para ir a un proceso ilusionante y de
esperanza.
En este proceso, que se llevará a cabo
este año, un debate colectivo, participativo y sin miedo puede ser el
inicio de algo mucho más grande para el futuro. No sólo para fortalecer
un instrumento anticapitalista, feminista y ecologista sino sobre todo
para sentar las bases de un nuevo país. En ese sentido, imagino un
instrumento:
- Que recoja lo mejor del movimiento obrero y lo mejor de la democracia radical que se ha expresado en los movimientos sociales durante los últimos años. Eso supone aceptar la rica convivencia entre las experiencias más obreristas –centradas en el conflicto capital-trabajo- y las experiencias democratizadoras más transversales de la sociedad.
- Que sirva para poner en marcha un proceso constituyente rupturista que nos permita construir un nuevo país plural y democrático en el que se preserven todas las conquistas sociales y se amplíen los derechos sociales y democráticos, tanto en el ámbito económico como en el ámbito civil.
- Un instrumento radical, en su sentido más etimológico: que va a la raíz de los problemas. Así, pienso en un instrumento que interpele sobre economía, feminismo y ecología política desde una conciencia claramente anticapitalista.
- Con un enfoque teórico de Economía Política que piense en el medio y largo plazo, con las luces largas puestas, y no sólo en el corto plazo. Lo que está en crisis en nuestro país es el régimen de acumulación y el modelo de producción y consumo, y los parches actuales no son soluciones reales; la próxima crisis económica no puede pillar desprevenida a la izquierda.
- Un instrumento que sume en torno a un proyecto político, con su programa de transformación social, y no en torno a etiquetas preconcebidas o determinadas liturgias. De la misma forma que no nos preguntamos por la afiliación política cuando hemos defendido nuestros derechos en las mareas, pienso en la necesidad de sumar a toda la gente que comparte este proyecto político desde la pluralidad. La experiencia de Unidad Popular puede ser un ejemplo enriquecedor.
- Establecer un horizonte de unidad y cooperación entre fuerzas de la ruptura democrática, reconociendo en todo momento la autonomía y la identidad política de los diferentes actores en esa alianza. Admitir ese horizonte como el único posible para la transformación social de nuestro país.
- Poner en valor la palabra reconocimiento. Para reconocer otras identidades nacionales y para reconocer a otros actores políticos con los que poder colaborar y cooperar desde puntos en común; renunciando de ese modo a la uniformidad como estrategia política.
- Con una organización ágil y flexible, menos burocrática y más democrática. Que disponga de mecanismos efectivos de democracia radical en lo interno, como los revocatorios, para permitir desplegar sin distorsiones la voluntad de los militantes y simpatizantes. Abandonar la idea de un liderazgo individual fuerte y prácticamente omnipotente.
- Con una organización que despliegue su actividad tanto en la calle como en las instituciones, y que comprenda que la transformación social no es únicamente una cuestión de números en los parlamentos sino que conlleva un cambio material y cultural que se produce en los conflictos políticos no institucionalizados.
- Con una organización cuya cultura política ancle en los valores de la Ilustración, a fin de construir un verdadero Estado de Derecho que proteja y haga cumplir los derechos humanos. Huir de toda tentación de “manejar a las masas” a través de estrategias populistas que ponen la relación entre dirigentes y ciudadanos al mismo nivel que la que tiene un alfarero con el barro. No se trata de pastorear a las masas; en todo caso de empoderar a la gente a través de la participación y la formación política.
- Recuperar el papel clave y esencial de la formación intelectual, como medio de contrarrestar el pensamiento único y como única forma posible de alcanzar una hegemonía política en la sociedad.
¡Salud y República!
DdA, XII/3175
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