Conscientes de que la miseria aguza el ingenio, los gobernantes
españoles no dejan de poner trabas y zancadillas a nuestros escritores, a
ver si hay suerte y alguno repite el Quijote.
David Torres
La misma semana en que una abogada del Estado avisó que
Hacienda no somos todos, que eso sólo era un anuncio publicitario,
también nos hemos enterado de que los escritores sí que lo somos, hasta
sus últimas consecuencias. Javier Reverte y Eduardo Mendoza han sido
sancionados con multas millonarias mientras Antonio Gamoneda anuncia que
dejará de escribir. Después de cumplir 65 años, lo mejor para un poeta o
un novelista es retirarse y vivir de las rentas, el que pueda, o de la
pensión, el que tenga. Pero cualquiera que supere la ridícula cantidad
de 9.000 euros anuales en concepto de derechos de autor (incluidos
premios literarios, talleres, artículos y conferencias) tendrá que
renunciar a la pensión que cotizó durante décadas sólo para beneficio de
infantas, reyes, religiosos, corruptos y zánganos en general. Como en
tantas otras ocasiones, el ministerio de Trabajo fomenta la vaguería y
el absentismo laboral mientras el de Hacienda promueve el latrocinio.
La escritura es incompatible con la vejez. Escribe joven, muere joven
y dejarás unos hermosos derechos de autor a tus herederos. Son sólo
algunos de los eslóganes con que el gobierno, siempre velando por la
cultura, piensa potenciar la creación artística. Después de su ingente
labor de analfabetización, le regalamos una vivienda de lujo y un
sueldazo de unos diez mil euros mensuales a José Ignacio Wert para que
se vaya a París en calidad de embajador español en la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (de sí mismo). Mucho más que
con Hemingway, con Wert sí que París era una fiesta. Disfrazados de
meninas, meninos, alguaciles, duques, condes y conde-duques, Wert,
Fátima Báñez y Montoro son personajes que ya aparecían en ciertos
retratos de Velázquez y en algunos poemas de Quevedo y de Góngora. Otros
países financian la cultura y la investigación; nosotros preferimos
financiar el parasitismo.
No se puede dudar de la beneficiosa influencia del gobierno español, y
en concreto del ministerio de Hacienda, en la historia de la literatura
española. Quevedo pisó la cárcel por irse de la lengua, San Juan de la
Cruz por diferencias de opinión con la orden de los carmelitas, Fray
Luis de León por traducir el Cantar de los Cantares sin permiso oficial y
Cervantes acusado de malversación por una irregularidad en las cuentas.
Gracias a los diversos Montoros y Fátimas escalonados en los peldaños
de los siglos, la literatura española cuenta con cumbres de la talla del
Cántico Espiritual, De los nombres de Cristo y la primera parte del Quijote.
Que el mayor genio de nuestras letras -uno de los pocos nombres que
puede colocarse sin temor al lado de los de Homero, Dante, Montaigne y
Shakespeare- llevase una existencia de mierda demuestra la preocupación
del poder político en España por el arte, la música y la literatura.
Conscientes de que la miseria aguza el ingenio, los gobernantes
españoles no dejan de poner trabas y zancadillas a nuestros escritores, a
ver si hay suerte y alguno repite el Quijote. “Escribir en Madrid es
llorar” decía Larra, aunque se quedó corto en geografía. “Es buscar voz
sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no
escribe uno para los suyos”. Tenía razón: escribe uno para Hacienda.
Público DdA, XII/3188
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