sábado, 12 de diciembre de 2015

LA CEDA Y CIUDADANOS

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Julián Casanova

La CEDA fue primer partido de derecha de masas de la historia de España. Se creó en febrero de 1933, como gran paraguas político del catolicismo y de los intereses más conservadores frente a la República. La CEDA encauzó intereses muy variados, desde los de los pequeños propietarios a los de un sector de la oligarquía agraria y financiera.
Dominado y dirigido por grandes terratenientes, sectores profesionales urbanos y muchos ex carlistas que habían evolucionado hacia el “accidentalismo”, ese primer partido de masas de la historia de la derecha española se propuso defender la “civilización cristiana”, combatir la legislación “sectaria” de la República y “revisar” la Constitución.
Tras la derrota en las elecciones de febrero de 1936, la CEDA inició un proceso de acercamiento definitivo a las posiciones autoritarias, que era muy visible desde hacia ya meses en sus juventudes, en el lenguaje y saludo fascista que utilizaban y en los uniformes que vestían. Esas elecciones marcaron el fin del “accidentalismo” en el movimiento católico. Cuando esa “revisión” de la República sobre bases corporativas no fue posible efectuarla a través de la conquista del poder por medios parlamentarios, objetivo que compartían Gil Robles y la jerarquía de la Iglesia católica, comenzaron a pensar en métodos más expeditivos.
A partir de la derrota electoral de febrero de 1936, todos captaron el mensaje: habían que abandonar las urnas y tomar las armas. El lenguaje integrista, el del “derecho a la rebeldía”, al que había apelado ya en un libro de 1934 el canónigo magistral de Salamanca Aniceto Castro Albarrán, el de una rebelión en forma de cruzada patriótica y religiosa contra la República atea, ganó adeptos. Las Juventudes de Acción Popular engrosaban las filas de Falange: alrededor de quince mil afiliados se pasaron de una organización a otra, y Gil Robles secundaba en las Cortes la violencia verbal y antisistema de José Calvo Sotelo.
Tras la muerte de Franco, todos los intentos de crear partidos de derecha para mantener el orden y los privilegios dentro de la nueva situación, se encontraron con el reto de cómo deshacerse del pasado y acercarse a las posiciones más moderadas y democráticas. La sombra del autoritarismo, la ausencia de tradición democrática, la adhesión a valores morales reaccionarios, pesaron como una losa. La derecha que había salido del vientre del franquismo y de Fraga envejeció, sin apenas escisiones, sin ultraderecha a su derecha, envuelta en escándalos de corrupción y sin relevo generacional.
Eso es lo que ofrece ahora Ciudadanos: jóvenes sin conexión con ese pasado, sin vínculos con las oligarquías de siempre, sin contactos con la corrupción, con un discurso sobre el orden y el Estado -poco Estado y mucha libre competencia- que todos pueden asumir, bedecidos por los grupos financieros y por la mayoría de los medios de comunicación. Una gran operación casi gratis, después de tanto buscarla -recuerden a la gran esperanza que fue para muchos Ruiz-Gallardón!!!-, pero ganada también a pulso por Rivera y su equipo más próximo, surgida en medio del conflicto entre España y Cataluña, en el marco de un contexto excepcional de crisis institucional y política.
Nada de lo que pase en España el 20 de diciembre podrá quedarse al margen de los acontecimientos en Europa, de la guerra en Siria, sobre la que el nuevo gobierno y la sociedad española tendrán que decidirse, de la crisis de los refugiados, de la corriente de ultraderecha y de exclusión del otro que está barriendo a la mayoría de los países del Este y cuyos vientos corren por Francia y por otros países occidentales con derechas muy democráticas.
Cuando llegué hace unos meses a Budapest, parecía que Orban estaba solo en su batalla contra el otro, el no cristiano y no europeo. Hoy, a punto de despedirme y de regresar con Rajoy, mediados de diciembre de 2015, ya son muchos los que le siguen en otros países defendiendo fronteras, nacionalismos estrechos y populismos eficaces. 

DdA, XII/3154

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