El barco del poder lleva su rumbo inexorable y quien llegue a
gobernar debe saber (ya lo sabe…) que no tocará el timón del navío ni
entrará en la sala de máquinas o pisará el puente de mando.
Antonio Aramayona
Aquí estoy, entre los inmensos muros de hormigón del refugio atómico,
comiendo las latas y conservas que aún quedan, imaginando las terribles
catástrofes para el país que vaticinan los candidatos de cada grupo
político si no resultan elegidos y resultan elegidos los adversarios. En
sus programas prometen el edén, mientras señalan los programas ajenos
como pura filfa, como la catástrofe universal, como el Sodoma y Gomorra
de la política española.
En el refugio atómico hablamos de todo un poco las personas que hemos
optado por meternos en él. Nos podemos contener la risa al comprobar
cada día que no haya una sola candidatura que no prometa el Cambio
redentor de todos los males del pasado, lo que nos lleva a preguntarnos
de qué cambio hablan y qué es realmente lo que quieren y no quieren
cambiar, también y sobre todo lo que pueden y no pueden cambiar.
El barco del poder lleva su rumbo inexorable y quien llegue a
gobernar debe saber (ya lo sabe…) que no tocará el timón del navío ni
entrará en la sala de máquinas o pisará el puente de mando. El Gobierno
de España (y de cualquier otro país europeo y del mundo) gobierna según
el dictado del armador, del propietario, del capitán e incluso del
práctico del puerto. Prestan al gobernante de turno unas enormes tijeras
para recortar lo que les digan y unas normas estrictas que deben
cumplir a rajatabla mientras estén bajo el dictado del euro. Y ahora,
ciudadanas y ciudadanos, ¡a votar!
En el refugio atómico estamos cursando un máster sobre resistencia y
compensación de la frustración. En nuestras manos no está el método
seguido por el futbolista Benzema, que, agobiado por un turbio asunto de
extorsión de un amigo y estar todo el día sobre candeleros indeseados,
se acaba de comprar de la noche a la mañana un Lamborghini Aventador de
400.000 euros, y se ha quedado tan pancho. Nosotros, los vivientes en
las profundidades del refugio atómico, metabolizamos como podemos el
puré de tanto cambio para que nada cambie, también el dato de que una
buena parte de la ciudadanía machacada hasta casi su pulverización
catódica tiene la intención de seguir votando al machacador y
recortador. ¿Síndrome de Estocolmo? Simplemente, Spain is different, como ideó y divulgó el ministro Fraga Iribarne, Presidente de Honor del Partido Recortador por antonomasia.
La nube radiactiva penetra ya por cada poro de los muros del refugio
nuclear, que no tiene forradas sus paredes con plomo, pues todo el plomo
lo portamos, mal que no pese (¡mucho!), en el alma, mientras escuchamos
por la radio que no ha sido una explosión nuclear, sino solo un
“accidente nuclear”, del que la culpa solo es del vecino y de la
herencia recibida. Accidente o no, este país está medio en ruinas,
aunque aparentemente todo luzca más que en ninguna otra época del año,
pues las calles, las plazas y las grandes superficies brillan con sus
lucecitas y demás patrañas navideñas de cada año. Lo que verdaderamente
está en ruinas es la conciencia crítica de la gente, su autonomía
mental, su libertad, los últimos rescoldos de dignidad. Todo ello se ha
vaporizado: del primigenio estado sólido, pasó hace años a líquido y
finalmente a gaseoso. Y ahora, ciudadanas y ciudadanos, ¡a votar!
DdA, XII/3149
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