Ana Cuevas
El sector de limpieza de edificios y locales en Aragón arrastra una
larga historia de precariedad y abusos patronales. Hablamos de una
actividad que desarrollan básicamente mujeres que pertenecen a los
estratos más humildes de la sociedad. No son mileuristas ni en sus
mejores sueños. Sus sueldos rondan entre los seiscientos y los
ochocientos euros mensuales. Si añadimos a ello que la gran mayoría son
tareas a tiempo parcial y contratos que no superan los seis días,
comprenderemos que las limpiadoras encabecen esa nueva modalidad de
trabajadores pobres que se ha impuesto desde que comenzó la crisis.
Sus
reivindicaciones para el nuevo convenio, tras muchos años de
congelación salarial, se centran en un incremento de cien euros brutos
al año. El equivalente a diez barras de pan mensuales. Pero las empresas
del sector han lanzado la insultante propuesta de una subida salarial
de entre el 0,2 y el 0,4 %. Ninguna mejora en sus condiciones laborales,
cobertura de bajas ni categorías profesionales. La oferta de las
empresas supone algo menos de un euro al mes para quienes tengan la
"suerte" de tener una jornada completa.
Se trata de empresas
archiconocidas como Eulen, Valoriza, ISS, Grupo Norte o Ferrovial
que han encontrado un filón de explotación en el que los costes de
materiales son escasos y los sueldos ridículos.
Paradójicamente,
dichas corporaciones trabajan, con mucha frecuencia, para
instituciones oficiales. El pastel se reparte entre poco mas de 15
empresas que, como es de suponer, anteponen el beneficio empresarial a
la prestación de un servicio satisfactorio y a la mejora de las
condiciones laborales de los empleados. La administración cierra los
ojos convirtiéndose en cómplice de las malas artes de la patronal.
El
resultado del desprecio con el que se trata a este sector sirve para
convalidar un hecho deleznable: Hoy en día se puede ser pobre por
convenio.
Las limpiadoras no cuentan con la posibilidad de una
movilización proporcional a su situación. Las trabajadoras están
diseminadas, apenas tienen capacidad de reacción y sufren graves
presiones por parte de sus contratadores. Son una presa fácil para la
avaricia y el despotismo patronal.
Apelar a que el, recién
creado, observatorio de la contratación intervenga en este asunto es
imprescindible. ¿Acaso no estamos viendo la luz al final del túnel? En
sus manos esta´ evitar que la luz que vislumbran las limpiadoras proceda
de un tráiler dispuesto a reventar su dignidad. Si es que es posible
hundir aún más en la miseria a este colectivo.
Hace un par de años cayó en mis manos un libro: Le Quai de Ouistreham. Su
autora, la periodista francesa Florence Aubenas, decidió meterse en la
piel de una mujer de mediana edad y con escasa preparación que buscaba
trabajo como limpiadora. Nos situamos en Francia, donde las condiciones
son mejores que en nuestro país. Sin embargo, Florence pudo comprobar en
carne propia la inestabilidad y los abusos que padecen este ejercito de
humildes trabajadoras que componen la ultima trinchera de la
precariedad laboral.
Recomiendo su lectura. En él Aubenas da
voz a las sin voz. Es un libro imprescindible para entender la realidad
cotidiana de muchas mujeres que la sociedad mantiene en la
invisibilidad. Ellas limpian nuestras escuelas, nuestros centros
oficiales. Ponen orden y aseo pese al caos laboral y la marginación de
las que son objeto. A veces lo esencial es invisible a los ojos, ya
saben.
Son diez barras de pan. En nuestro país somos testigos
de escándalos de corrupción que han "limpiado" nuestras arcas para
engordar las cuentas en Suiza de unos "piernas" con pedigrí y ningún
escrúpulo. Ahora se habla de la remontada tras el saqueo y la mala
gestión. A los políticos se les llena la boca con esa supuesta
fulgurante recuperación económica. Si les queda algo de vergüenza no
pueden permanecer ajenos mientras las empresas que se han lucrado
durante las vacas gordas escatiman unas migajas a las trabajadoras que
han engordado su buchaca.
La lucha de este colectivo debería
ser la de todas y todos los trabajadores. Son nuestro buque insignia
contra la indignidad patronal y el cinismo de las instituciones. La
delgada línea que separa a esta sociedad de lo execrable esta´ trazada
por esas diez barras de pan.
En 1912, un grupo de trabajadoras del textil en Masachusets hicieron popular este himno: "Nuestras
vidas no serán explotadas del nacimiento a la muerte;/ los corazones
padecen hambre, al igual que los cuerpos./ ¡Pan y rosas!, ¡Pan y rosas!"
El
pan es un buen comienzo. Pero no podemos olvidarnos de la dignidad de
las rosas. Toda mi fuerza y millones de rosas compañeras. No estáis
solas.
DdA, XII/3142
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