jueves, 15 de octubre de 2015

EL DURO TRABAJO DE SER NIÑO EN ASTURIAS


Entre la imagen anónima de la redacción de El Carbayón, con los críos que se dedicaban al reparto del diario por las calles del Oviedo de 1885 al pie de los egregios empresarios y periodistas, y la del chaval que conduce las vacas por un camino de Tineo --realizada por la antropóloga María Cátedra en 1971-- el mundo cambió mucho; tanto como para que la estampa de un niño o una niña trabajando haya pasado de ser una imagen perfectamente cotidiana a convertirse en un motivo de conmoción, de repulsa, incluso de escándalo bajo una legislación que lo prohibe y una sensibilidad que lo rechaza. Pero hasta hace bien poco, como sabe cualquiera que haya nacido sobre todo en el entorno rural, un niño o una niña eran dos brazos más que añadir a la fuerza de trabajo familiar: en el campo, en la mina, en la industria, en las tareas del litoral, en la construcción o en cualquiera de los trabajos de todo tipo que abundaban en las ciudades: botones, limpiabotas, costurera, repartidor...
Todos esos oficios en todos esos ámbitos quedan reflejados en La dura infancia. Fotografía y trabajo industrial en Asturias, 1885-1971, una colección de 53 fotografías que desde hoy y hasta junio del año que viene se expone en la casona de los Valdés del Muséu del Pueblu d'Asturies, y que viene a demostrar una vez más que su rica fototeca es un tesoro que puede seguir deparando infinitas alegrías. Coordinada por María Jesús Sánchez Barral y Carlos González Espina, la muestra reúne, junto a algunas imágenes anónimas, otras realizadas por los nombres de referencia en la fotografía asturiana del siglo XX: Constantino Suárez, VInck, Modesto Montoto, José Ramón Lueje, Gonzalo Vega, Valentín Vega, Rojo Borbolla, Fernández Lamuño, Julio León Costales...
Aunque --como ha recordado en la inauguración el director del Muséu, Juaco López-- en Asturias no se dio la figura del reportero "a la americana", obsesionado con reflejar sistemáticamente y al detalle los distintos mundos que encierra la vida diaria, sí que abundó el fotógrafo curioso, sensible o simplemente atento a su entorno que dejó constancia de una parte especialmente dura de la realidad en tonos muy distintos: el puro documento visual, la mirada compasiva y hasta lírica, el matiz heroico y épico, la pátina costumbrista, la denuncia o el sesgo social y político.
De hecho, un rasgo que hoy puede resultar llamativo es el hecho de que en no pocas de estas fotografías sus pequeños protagonistas exhiban un gesto sonriente e incluso orgulloso, como si fuesen conscientes de la importancia de su trabajo o de la dignidad que les confería equipararse así a sus mayores. En algunos escenarios laborales, como la industria o la mina, esa presencia infantil desapareció antes; en otros ha seguido siendo visible hasta hace muy poco. Porque no está tan lejos el mundo que un vecino de Quintueles de sesenta y algún años le recordaba hace unos días a Juaco López, y que el director del Pueblu d'Asturies ha recordado en la inauguración: un mundo donde solo se iba a la escuela "cuando llovía" y no habia forma de hacer nada en el campo.

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