domingo, 19 de abril de 2015

LEGALIZAR LA PROSTITUCIÓN ES DAR EL VISTO BUENO A UNA ESTRUCTURA SOCIAL ANÓMALA

Ana Cuevas

Desde algunos sectores sociales se defiende la legalización de la prostitución como un acto de progresía. Quizás se trate de una reacción, poco reflexiva, al puritanismo imperante. Abogar por este argumento revela la falta de un análisis profundo sobre la sexualidad humana y la violencia simbólica contra la mujer que le acompaña. ¿A quién beneficia más la legalización? No hay que ser un lumbreras para deducir que los más interesados son los proxenetas. Dueños de clubs de carretera o macro-burdeles que están entusiasmados con la idea. Y no porque sean unos empresarios comprometidos con sus trabajadoras. Quienes se dedican a estas actividades son traficantes de personas y mafiosos que, de esta forma, verían aliviadas sus dificultades con la policía y los jueces.
Ciudadanos ha lanzado esta polémica al debate político. Es sano debatir. Pero hay que hacerlo desde la realidad cotidiana que padecen estas mujeres. Cuando se habla de trabajadoras del sexo que ejercen libremente su profesión, ¿a qué porcentaje nos referimos? Al margen de las cifras, que no cuentan las tragedias personales, vivimos en una sociedad donde se habla de la "elección individual" con mucha frivolidad. En un marco neoliberal salvaje (donde las posibilidades de sobrevivir a la pobreza se minimizan si además eres mujer) las elecciones que quedan pueden atentar contra la dignidad humana. Ya elijas ser prostituta o fregar escaleras doce horas diarias por seiscientos euros, solo estás escogiendo entre distintos modos de explotación.
Millones de personas son cosificadas, vendidas, compradas, explotadas por un sistema caníbal que las transforma en meras mercancías. En los países escandinavos en los que se ha legalizado la prostitución no se ha acabado con la trata de blancas. Ahora la practican con mayor impunidad. 
Ciudadanos habla de proteger a las trabajadoras del sexo. Pero, ¿legalizar la prostitución hará posible esto? No hablamos de un trabajo cualquiera. ¿Les gustaría a ustedes que sus hijas optaran por esta profesión? A mí no, sinceramente.  La legalización no acabaría con las redes de captación de muchachas en países pobres para ser obligadas a prostituirse. Solo crearía un mercado paralelo donde las condiciones serían infra-humanas. Se potenciaría la esclavitud sexual en el underground. Además, es viable conceder derechos a las prostitutas sin legalizar la prostitución. Sin beneficiar a los comerciantes de personas que se enriquecen con la degradación de las mujeres y las niñas.
La clave puede estar en el patriarcado cultural, económico y social que nos envuelve. La prostitución invita al hombre, al macho, a separar la sexualidad de la humanidad. Convierte el cuerpo de la mujer en un producto más de consumo. Poco menos que un tetra brik de usar y tirar con el que no se necesita tener contacto emocional. El debate está sobre la mesa. Algunos sectores de la izquierda y de los movimientos feministas andan divididos por esta cuestión. Sus valedores acusan de doble moral o mojigatería a quienes se oponen. Personalmente creo que apoyar la legalización supone dar el visto bueno a una estructura social anómala entre  seres humanos. Y que solo ayudaría a consagrar la desigualdad en la relación de poder entre los sexos.
El asunto merece un debate sereno pero necesario. Es imprescindible encontrar puntos de acuerdo para acabar con el patriarcado asfixiante que impide que las relaciones estén basadas en la igualdad y el respeto entre los sexos. Si de verdad queremos un mundo nuevo y más equitativo, habrá que bucear de lleno en estos barros. 

                                          DdA, XII/2979                                      

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