lunes, 20 de abril de 2015

LA CICUTA PARA EL FELÓN


Jaime Richart

Si viviésemos tiempos esplendorosos y no absolutamente deca­dentes; si viviésemos tiempos que conocieran el valor abso­luto de cada persona frente al valor insignificante de una corporación; si todo el mundo se hubiera convencido ya de una vez de que el dinero no se come; si viviésemos tiempos que valorasen la única nobleza que existe, la del espíritu...  ese su­jeto revestido de solemnidad que ahora vive el oprobio de que toda la ciudadanía sabe que era y es un ladrón, ya se habría tomado la cicuta, se habría hecho el harakiri o se hubiese col­gado del palo que sujeta la bandera de Colón que le pilla cerca de la sede de su partido...

  Pero vivimos tiempos en los que en la vida pública y aun la privada no se reconoce al prudente entre los canallas. Las pro­pias palabras prudencia, moderación, contención, sacrificio son ya desconocidas. Por eso conviven, se mezclan y mixtifican la rectitud de conciencia de pocos con la laxitud, la indiferencia y la insensibilidad de la mayoría. Algo que explica que los parti­dos que vienen desvalijando a este país durante décadas sigan siendo votados como si aquí no pasase nada por grandes mayor­ías.

 Ya digo, si este perro sarnoso hubiese tenido conciencia que, como tantos otros está visto que no tiene, ya se hubiera quitado de en medio. Pero como, al menos en vida pública, hoy día el honor, el pundonor, la honradez, la honestidad y la bonhomía no son siquiera valores caducos sino rasgos que casi han de ocultarse y de los que avergonzarse, este tipo saldrá airoso y tras la tormenta se marchará a otro país hasta que amaine, y alli disfrutará del fruto de sus desvalijamientos, de sus rapiñas, de sus estafas y de sus fraudes como si fuera el más digno ciuda­dano del mundo cerca o rodeado de otros puñados de misera­

                                            DdA, XII/2980                                           

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