Francisco Álvarez
Al
chófer del vehículo que usaba el alcalde para sus desplazamientos le
hacían poca gracia los viajes a Madrid, y ello no era debido a las horas
que tenía que pasar al volante (porque, a fin de cuentas, ese era su
trabajo), sino a un pequeño detalle que en aquellos tiempos le confesó a
alguno de los periodistas que cubrían la información municipal: «Es que
cada vez que vamos a Madrid el alcalde me deja el asiento de atrás
lleno de migas de bocadillo y luego tengo que andar limpiándolas». El
alcalde no era otro que José Manuel Palacio y aquellas eran las migas de
la austeridad, porque el regidor gijonés despachaba el almuerzo en los
largos viajes de ida y vuelta en el día a la capital con un humilde
bocadillo que se llevaba de casa o que compraba en algún bar de
carretera de la Meseta para comerlo en el coche mientras repasaba
informes y documentos. Sus estancias en Madrid eran poco menos que una
gimcana institucional, iba por los ministerios de puerta en puerta,
pidiendo que lo recibiera el ministro o el director general de turno
para arrancarle el compromiso de financiar alguna dotación o
infraestructura o para que le cedieran algún terreno estatal que
necesitaba su ciudad, nuestra ciudad. En ocasiones aparecía sin haber
pedido cita previamente y sin haber anunciado siquiera su visita, así
que le decían eso tan recurrente de que el señor ministro o la señora
ministra no iba a poder recibirle porque tenía la agenda completa. Y
entonces Palacio daba la respuesta propia de quienes se sienten seguros y
orgullosos de lo que son y de la gente a la que representan: «Dígale al
ministro que está aquí el alcalde de Gijón».
José Manuel Palacio Álvarez (1930-2005)
fue, con todas las luces y las sombras que iluminaron y que oscurecieron
su labor política, el único alcalde progresista que ha tenido Xixón
bajo el régimen del 78. Y uso el término progresista en toda la pureza
que le otorga la primera acepción del Diccionario de la Real Academia
Española: «Persona con ideas avanzadas y con la actitud que eso
entraña». Añadiría que fue también el único alcalde cabal, porque
después de él desfilaron por la Alcaldía de Xixón un faraón megalómano
de la dinastía de la FSA, una profesional de la política buscando el
puente hacia la jubilación y una despistada con ademanes políticos
propios de un elefante en una cacharrería. Y de todos esos polvos han
venido estos lodos en los que chapotea actualmente el concejo más
poblado de Asturies.
Con los votos del PSOE y del PCA, Palacio
se convirtió en 1979 en el primer alcalde gijonés elegido en las urnas
tras la dictadura fascista de Francisco Franco. Cuatro años más tarde
fue reelegido, en esa ocasión con mayoría absoluta, pero al final del
segundo mandato la Agrupación Socialista de Gijón le echó a un lado para
colocar en el cartel a un ambicioso candidato llamado Vicente Alberto
Álvarez Areces. Una de las explicaciones más grotescas que dieron
entonces por los pasillos los portavoces de la casta del socialismo
local para justificar el relevo fue que Palacio no tenía ‘glamour’ y que
era un político «triste» («el alcalde de la triste figura», según la
definición que acuñó y que repitió machaconamente un viñetista con poco
talento en un periódico gijonés). Nunca quedó claro si para la casta del
socialismo gijonés Palacio era honesto pero triste o si en realidad les
resultaba triste por ser honesto, porque en aquellos tiempos la ética
ya comenzaba a supeditarse a la estética en el partido de Felipe
González.
La última vez que vi al único alcalde
progresista que ha tenido Xixón bajo el régimen del 78 fue unos meses
antes de su muerte. Estaba tomándose una botella de sidra con un par de
amigos en un chigre de El Llano. Lo recuerdo con aquella ropa aburrida y
sencilla (colgó la corbata al dejar la Alcaldía), con las manos en
bolso y ese aire de timidez y distracción que tienen quienes en realidad
se enteran de todo. Aquel hombre ofrecía la imagen de lo que en verdad
era: una de esas personas que entra en política con vocación de servir y
que, cuando llega el momento, se va de la política con el mismo dinero y
con la misma honradez con la que llegó a ella. En su etapa de alcalde
era fácil verlo en un bar que había frente al Ayuntamiento tomándose un
pincho de tortilla y un vino peleón a mediodía, y cuentan que en una
ocasión un ciudadano que lo vio echó mano a la cartera y le dijo al
camarero: «Oiga, póngale a ese señor un Rioja, que no consiento que el
alcalde de mi ciudad beba vino barato».
Palacio acabó su carrera política en la
oposición, como concejal y portavoz de Unidad Gijonesa, exigiendo
transparencia y decencia en la gestión del Ayuntamiento. No diré esa
‘boutade’ de que si hoy viviera estaría en el proyecto político de la
gente decente que el próximo mes de mayo va a entrar en las
instituciones, pero tampoco lo descartaría. En realidad, pongo en juego
su recuerdo para resaltar la hermosa paradoja del alcalde triste que le
dio alegría a esta ciudad, que contribuyó en gran medida a que Xixón
saliera de la grisura del asfalto y del franquismo, dignificando los
barrios, creando zonas verdes, pateándose las calles para escuchar a la
gente, cediendo terrenos municipales para construir escuelas, ganando
para la ciudadanía espacios que pertenecían al ejército, tejiendo lazos
de solidaridad internacional, abriendo la ciudad al mundo…
Hoy, lo recordaba hace unos días el
compañero Xandru Fernández en un acto de Somos Asturies, «en Xixón la
gente camina mirando al suelo porque en esta ciudad lo hemos perdido
casi todo: el sector naval, la industria, hasta las ganas…». Ha llegado
la hora de recobrar lo que la corrupción y la desidia, el despotismo y
el mal gobierno nos han expropiado a las gijonesas y gijoneses. Xixón se
merece volver a tener un alcalde o una alcaldesa progresista y, junto a
él, un equipo de gobierno formado por «personas con ideas avanzadas y
con la actitud que ello entraña», gente honesta, sencilla y trabajadora
que quiera y que sepa mirarle a los ojos a la ciudadanía de este
concejo. En mayo, estoy convencido, un nuevo Xixón florecerá en las
urnas.
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