sábado, 6 de diciembre de 2014

LA MÚSICA ES COMO UN GRAN AMOR

 
Alicia Población Brel

Teniendo en cuenta que no tenía en mi cuerpo ninguna sustancia extraña ni droga de ningún tipo, me atrevo a contar y a hacer pública la extraña experiencia que me aconteció hace algunos días durante el acalorado estudio en la cabina, anterior a un examen de violín. Para los que lo entiendan, pero también para los que no.
No tenía sensación de nervios sino de excitación, nervios bueno, vamos a llamarlos. Hay una gran diferencia, mi estómago se retorcía un poco, mariposillas y esas extrañas metáforas que se dicen, pero no estaba agobiada sino contenta, con ganas de salir a demostrar lo que había trabajado. Las ganas es lo que marcan la diferencia.
Empecé con los pasajes más difíciles para calentar los dedos y luego toqué de arriba a abajo la obra para rodarla. Y de repente llegué a un punto en el que parecía que me había teletransportado a otra dimensión, como en aquel episodio matrix de los Simpsons.
Empecé a sentir como el propio sonido del violín se iba adhiriendo a mi cuello, a mi clavícula, a mi hombro, como pequeños brazos de armónicos que rebotaban en mi cuerpo contagiándolo de sonido. No era una sensación desagradable ni pegajosa sino de lo más placentera.
Seguí tocando y las vibraciones del violín empezaron a vibrar de la misma forma, a la misma velocidad, que las mías propias. Ya no me parecía un instrumento de madera sino un auténtico ser vivo; y ni siquiera un ser vivo que yo sostenía con mi abrazo sino que éramos un ser vivo, como un apéndice imprescindible de mí, un solo cuerpo que vibraba a tempo.
La misma sensación que cuando haces el amor con alguien, los cuerpos vibran de la misma manera, con la misma excitación, al compás, fundiéndose en uno solo, en un todo.

Fueron treinta segundos de clímax absoluto, de instante eterno e inolvidable, pero bastaron para darme cuenta de que merece la pena. De que todos los llantos, las frustraciones, las horas, el esfuerzo, de que todo, absolutamente todo, merece la pena por ese instante.

La música es como un gran amor. Desde fuera puede dar la sensación de que no vale la pena, de que te trata mal, no te deja tiempo para ti y no te trae más que disgustos, o al menos que estos pesan mucho más, pero desde dentro, se siente un instante, repetido quizá solo cuatro o cinco veces en la vida, en el que sabes que esos treinta segundos lo compensan absolutamente todo.

Plasmando Detalles  DdA, XI/2863

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