viernes, 30 de noviembre de 2012

LOS MOSSOS TORTURADORES Y LA VIOLENCIA POLICIAL


Félix Población

Desde que la radio y televisión públicas están a merced del Gobierno, con un índice de profesionalidad de los más bajos que cabe recordar, suelo informarme a través de los telediarios de La Sexta, que sí tratan de ofrecer una visión de la realidad más acorde con lo que pasa en la calle. Ayer, por ejemplo, en el informativo de las ocho de la tarde, tuvimos oportunidad de presenciar repetidamente la paliza que cuatro mossos d’esquadra dieron a un ciudadano de nacionalidad rumana al que confundieron con un atracador.

Los policías fueron condenados hace cuatro años como autores de un delito de torturas, condena que luego fue ratificada por el Tribunal Supremo, si bien el Gobierno aplicó después un indulto por el que se les rebajaba la pena a dos años de prisión, cambiando la inhabilitación por suspensión al objeto de que los mossos no ingresaran en la cárcel. Con todo, la Audiencia Provincial de Barcelona, que no había dado un informe favorable al indulto, sí consideró que los policías deberían cumplir la condena, algo que el Gobierno no estaba dispuesto a aceptar y ha sido el motivo por el que aprobó el viernes pasado un segundo indulto, que sustituye la pena de prisión por la de multa.

Ante semejante comportamiento en un caso flagrante de torturas, pareciera que el Estado, más que estar adscrito a la órbita de los países democráticos, pretendiera competir con aquellos cuya gestión del orden público obedece a criterios de un oscuro y rancio totalitarismo, algo que ha indignado a más de 200 jueces de toda España, entre los que se incluyen dos miembros del Tribunal Supremo y una vocal del Consejo General del Poder Judicial.

Todos ellos consideran el indulto como una afrenta que dinamita la división de poderes y menosprecia a los miles de agentes de policía que en todo el Estado cumplen a diario con sus funciones democráticas, que no son otras que defender y promover los derechos fundamentales de la ciudadanía. También se hace constar en el documento hecho público por los jueces que reducir esas penas, además, parece incentivar comportamientos que deben ser expulsados de cualquier cuerpo policial.

Esta última presunción no es baladí, pues el rigor represor de la policía ha sido noticia reiterada últimamente, no solo por los casos de las dos mujeres que fueron tiroteadas con pelotas de goma (una de ellas en Cataluña, con pérdida de visión en un ojo), sino por informaciones como la que recientemente facilitó el Sindicato Unificado de Policía (SUP) con relación a los duros entrenamientos de las Unidades de Intervención Policial (antidisturbios). Un policía resultó herido y ocho sufrieron contusiones como consecuencia de los últimos ejercicios que tuvieron lugar en Linares (Jaén), en los que se incluyeron los disparos con pelotas de goma.

El SUP califica de barbaridades esas prácticas, que pueden conducir a lamentables consecuencias en el futuro, tanto por las lesiones que puedan sufrir los ciudadanos, como por el desprestigio que comportaría para el Cuerpo Nacional de Policía. Al desprestigio de la policía  autonómica catalana acaba de colaborar el Gobierno de España fehacientemente con el indulto a cuatro mossos d’esquadra a los que la justicia había condenado por torturadores. Si la tortura es indultable, ¿dónde estamos y hacia dónde vamos?

+@"Que Felipe Puig me vea y me explique que la policía que no cargó
+@La camarógrafa de La Sexta, detenida y esposada, "dispuso de un hombro al libre albedrío" para destrozar un furgón policial

PUNTOS DE PÁGINA
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El colorido ocre de la seronda resiste por estos pagos a pesar del frío y la lluvia. El suyo es un dolor que no chirría. Le toca entonar su genuino canto de cisne, que sólo puede ser escuchado desde la sinestesia de oír viendo, de oír contemplando. Se irá como vino, sin estridencia, sin ruido, sin furia. Las ramas de los árboles la añorarán en silencio. En el lodo, latirá esa hojarasca que ya no entonará ayes cuando pisemos los senderos en los que se fue posando. Seronda de un año que nos ha hecho a casi todos más pobres, que nos indignó de continuo. Seronda que se guía por la estacionalidad y no por la escandalera nuestra de cada día. Hay un ritmo, el de la estacionalidad, que ni conoce ni reconoce la histeria. Es el ritmo de la seronda, que nos congratula. Y nos consuela. Sabe a manzana en su mejor sazón y a sidra dulce. Sabe a amagüestu. Crepita como la castaña. Es la calidez de lo agridulce. Es la melancolía del paisaje asturiano. Luis Arias

DdA, IX/2.241

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